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16 de octubre de 2006

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]M[/fusion_dropcap]uy queridos diocesanos de Albacete:

Al hacerse pública la noticia de mi nombramiento episcopal para la Diócesis de Albacete, os saludo cordialmente a todos los miembros de la ya para mí muy querida Iglesia a la que el Santo Padre Benedicto XVI me envía como vuestro Pastor.

Saludo con todo afecto al Sr. Administrador Diocesano, que ha gobernado la Diócesis con generosa entrega durante el período de Sede vacante, al Colegio de Consultores, al Ilmo. Cabildo, a los hermanos presbíteros y diáconos, que seréis mis inmediatos colaboradores, a todos los miembros de la vida consagrada, tan fecundos en obras y testimonio, a los seminaristas, a los cristianos laicos, la porción más numerosa del Pueblo de Dios, presencia viva de la Iglesia en medio del mundo. Mi afecto y mi recuerdo va, de manera especialmente entrañable para el Sr. Obispo emérito, D. Ireneo, para los hermanos obispos de la Provincia Eclesiástica, así como para D. Alberto, Obispo auxiliar emérito de la Archidiócesis de Madrid, ahí residente, de quien tanto he aprendido y espero seguir aprendiendo.

Saludo con toda deferencia a las autoridades autonómicas, provinciales y municipales, a quienes me ofrezco incondicionalmente para servir, desde la misión propia de la Iglesia, al bien de esa querida tierra y de sus gentes.

He servido, como Obispo, durante más de catorce años a la antiquísima Iglesia de Coria-Cáceres, encarnada en las tierras extremeñas desde los primeros siglos del cristianismo, a la que he querido con toda mi alma y a la que he intentado servir lo mejor que he sabido. Voy con ilusión a una Iglesia joven, pero de raíces cristianas hondas: Una Iglesia con espléndidas realidades apostólicas, abierta al futuro con realismo y esperanza.

Expreso mi admiración y reconocimiento a la labor de los cuatro Obispos que me han precedido. Deseo seguir, con todos vosotros, ensanchando y alargando el surco que ellos abrieron. Desde ahora ofrezco a todos, niños, jóvenes y mayores mi total disponibilidad. Se la ofrezco de manera especial a los más pequeños y necesitados, a los inmigrantes, también a quienes no comparten nuestra misma fe, con quienes podemos hacer tanto camino juntos. De vuestra nobleza y generosidad espero que me aceptéis como soy, con mis defectos y mis limitaciones. Espero, sobre todo, que trabajemos juntos en leal comunión eclesial. Quizá no pueda ofreceros a cambio otro título que el de haber aprendido, durante mis años de ministerio sacerdotal y episcopal, a querer a las personas. Contad con mi amistad, al igual que, desde ahora, cuento con la de todos vosotros.

Tenemos por delante una tarea tan difícil como apasionante: Contribuir a la realización y plenitud de nuestros hermanos, los hombres y mujeres de esa buena tierra, siendo servidores de la Esperanza, ofreciéndoles lo más hermoso que puede ofrecer la Iglesia: el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, su gracia, su amor, su salvación.

Desde ahora rezo por vosotros. Rezad por mí para que, con la gracia de Dios, me aproxime, al menos, a ser el Pastor que esperáis.

Con la confianza puesta en el Señor y en la ayuda maternal de Nuestra Señora de los Llanos, a la espera de saludaros personalmente, recibid mi más afectuoso saludo y bendición.