Juan Iniesta Sáez

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26 de enero de 2025

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El Espíritu impulsa a Jesús, según indica el evangelista, para volver a su tierra después de haberle animado, -el mismo Espíritu- a retirarse en el desierto para comenzar su misión (es el pasaje precedente en el capítulo 4 de Lucas a la perícopa de este domingo). Jesús lo reconoce y lo manifiesta también en este momento programático de su vida pública: «El Espíritu del Señor está sobre mí», para llevar, anunciar, dar y proclamar. Todos ellos, son verbos transitivos, es decir, acciones que tienen como destinatarios a otros.

La misión de Cristo no es solitaria, individualista ni egoísta. El Espíritu Santo lo mueve hacia los demás. Es la dinámica afectiva de Dios: apertura, acogida y entrega sincera.

A veces nos cuesta comprender que no sea Cristo mismo quien inspire todas sus acciones, sino que se sabe enviado por Otro: por el Padre, a través del Espíritu. Esta actitud es contraria a la mentalidad de nuestro tiempo, que nos dice que nadie, salvo uno mismo, debe dirigir los propios pasos. En ese individualismo, paradójicamente, al no permitir que Otro —el Espíritu, que sabe lo que nos conviene y cómo lograrlo— nos oriente, terminamos esclavizándonos. Nos volvemos prisioneros de nuestras apetencias, de la inercia de las circunstancias, de las modas del momento o de los intereses de otros.

Estamos apenas comenzando este año 2025, declarado jubilar por el Papa Francisco para quienes nos sabemos y sentimos «peregrinos de la Esperanza».  En las expresiones de Jesús ante sus paisanos también se anuncia una era jubilar, al proclamar «el año de gracia del Señor». La iniciativa del Papa pretende reflejar y prolongar esta proclamación de Cristo: es el tiempo de la gracia de Dios, de la misericordia y la indulgencia (palabras sinónimas en la cultura bíblica).

El «hoy» con el que cierra Jesucristo su discurso —«Hoy se ha cumplido esta Palabra»— es un hoy atemporal, el del encuentro personal con Él y con el Espíritu que mueve los corazones. El Jubileo no es solo un año. Es el encuentro. El júbilo y el Jubileo son la presencia de Cristo y del Espíritu del Señor en nuestra vida, orientándola y haciéndola transitiva: es decir, una vida hecha donación.