12 de enero de 2013
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José Román Flecha Andrés, sacerdote de León y catedrático de Teología Moral, especializado en Bioética, nos habla de cómo testimoniar y transmitir la fe hoy.
– Como profesor, ha explicado durante 35 años moral funda-mental, moral de la sexualidad y moral de la vida. Han cambiado mucho las cosas desde entonces hasta ahora, ¿verdad?
– Ciertamente. Han cambiado mucho las cosas en cuanto que hemos recibido o padecido unas cuantas leyes en nuestro país que modifican la comprensión de la vida humana, en el caso del aborto, por ejemplo; hay otras que han tratado de cambiar la identidad del matrimonio y de la familia, partiendo de los ideales de la igualdad de género, y otras tantas que tratan de promover otros ideales de vida también en la juventud y en los mayores.
– Y en medio de esto hay que anunciar el Evangelio. ¿Cómo testimoniar a Cristo y transmitir la fe hoy?
– Anunciamos el Evangelio como liberación, como camino para ser felices. De hecho, el testimonio de grupos de cristianos que viven de acuerdo con unos ideales que no son los habituales, de solidaridad… irradiando de manera sencilla y espontánea la fe en los valores que van más allá de los valores corrientes, constituye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero también clara y eficaz en nuestra sociedad, de la Buena Nueva.
– Pero estamos viviendo en un mundo que nos exige remar contracorriente.
– Si, y a veces contra lo políticamente correcto y de valores o pseudo-valores admitidos, por eso en nuestro testimonio no podemos ir cada uno por nuestra cuenta: es necesario crear comunidades testimoniales que promuevan esos valores que van más allá de los corrientes: los primeros cristianos fueron testigos y de ellos no se decía: fíjate qué bien se porta Simón o qué bien se porta Juan, sino que se decía: mirad cómo se aman. Una comunidad de escucha de la Palabra de Dios, de panes compartidos y amor desinteresado. De eso se trata.
– ¿Cómo llevamos todo esto a la práctica en una parroquia?
– La parroquia tiene al menos tres funciones, que son las de Cristo: con Cristo Maestro, tenemos que anunciar y enseñar el Evangelio; con Cristo Sacerdote y Mediador, celebramos los sacramentos; y con Cristo que es Rey y por ser Rey es Pastor y por ser Pastor es Siervo, tenemos que estar muy atentos a servir a nuestros hermanos, especialmente a los más pobres. El padre que dirigió mi tesis doctoral en Roma, decía que por muy tupidas que sean las redes de asistencia social de la Administración o del Estado, siempre habrá pececillos que se escapan por algún agujero de la red, y ahí también está la Iglesia: descubriendo quiénes son los que nos necesitan hoy.
– ¿Y quiénes son los más pobres hoy?
– Habrá que ver en cada lugar. Pueden ser el huérfano y la viuda como se decía en el Antiguo Testamento; los hijos de madres solteras; inmigrantes; personas que han perdido el trabajo; madres y padres abandonados por sus hijos… a todo esto ha de estar atenta la parroquia, no solamente el párroco. En la parroquia donde yo voy en Estados Unidos, hay un montón de ministerios, un montón de gente que se ocupa de muchas cosas.
– Entonces, comunidades vivas también en el servicio.
– Sí. Comunidades vivas en la enseñanza; vivas en la celebración, y vivas en el servicio, que atiendan a los alcohólicos, a los drogodependientes, a homosexuales que no están contentos y que han sido traicionados por sus parejas, a matrimonios divorciados y vueltos a casar… Hay mil dolores humanos, sociales, situaciones económicas, a las cuales, por cierto, casi solamente está atendiendo la Iglesia católica, aunque seamos tan criticados. La Parroquia viva tiene que atender a todo el mundo.
– Ud. dice que hay que testimoniar la fe en todos los ámbitos, incluido el científico.
– Claro. Es un tema al que se refiere a menudo el Papa Benedicto XVI, y recientemente, en su audiencia del pasado 14 de noviembre, citó a Albert Einstein, que decía que en las leyes de la naturaleza se revela una razón tan superior, que toda la racionalidad del pensamiento y de los ordenamientos humanos es, en comparación, un reflejo absolutamente insignificante. Sobre esa razón que trasciende a la nuestra podríamos hablar y preguntarnos unos a otros qué nos exige: qué exige al creyente y qué dice al que se dice no creyente.