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20 de febrero de 2022

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Dice el libro del Eclesiastés que hay un tiempo para todo, que todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo (Ecl 3, 1-8).

Lo más difícil es averiguar en qué tiempo nos encontramos todos nosotros, en qué tiempo se encuentra nuestra Iglesia, si estamos en un momento de destruir, llorar, quizás en un tiempo de callar, o si por el contrario y a pesar de los pesares, nos encontramos en un momento para alzar la voz, construir y sobre todo amar.

Los momentos de crisis nos llevan al desaliento, desesperanza y tristeza, no obstante, pueden percibirse  también como grandes momentos de oportunidades, oportunidades para remontar y para resurgir como el ave Fénix resurgió de sus propias cenizas, solo que para verlo así, debemos cambiar varias cosas, a saber: nuestra forma de mirar, nuestro posicionamiento ante el mundo que se nos presenta y de forma especial animarnos entre todos para poder cambiar ese mundo en un lugar algo mejor, porque de lo contrario de nada servirán nuestros lamentos si nuestra actitud es simple y llanamente cruzarnos de brazos y permanecer en la queja sin hacer nada, y eso desde luego no debería ser la actitud de nadie y mucho menos la de un cristiano.

Estamos de lleno en la fase sinodal diocesana. Es un momento de discernimiento, de diálogo de unos con otros, es un momento para pensar qué Iglesia queremos dejar a los que nos siguen, a nuestros hijos, a nuestros nietos, a los que hoy son jóvenes… qué Iglesia querríamos entregarles y qué Iglesia necesita nuestro mundo, porque de lo que hagamos hoy todos, tanto personas de vida consagrada y sacerdotes como laicos cristianos, así será la Iglesia del mañana. Tenemos que ver como avanzamos, en qué Iglesia queremos convertirnos, participar y vivir, decidir cómo va a ser esa Iglesia del tercer milenio, porque todos somos corresponsables, todos, aquí ya no hay unos más responsables que otros de cara a la misión evangelizadora, de dar a conocer a Jesús de Nazaret y de construir y mejorar esta nuestra Iglesia que no es más de unos que de otros.

Sin duda alguna nos encontramos ante un momento histórico, esta es la primera vez en la historia del Pueblo de Dios que la Iglesia realiza un proceso consultivo para que todos los creyentes, incluso quienes por cualquier motivo se encuentran alejados, podamos manifestar, libremente, qué Iglesia creemos que expresa mejor la vida de Jesús y su mensaje liberador. Es un momento único para aportar aquello que pensamos que debe mejorarse, pero también qué sería conveniente cambiar, e incluso, lo que debería seguir sosteniéndose. Nos encontramos ante un acontecimiento profético que, además de ser un reto, supone un horizonte de esperanza para la Iglesia de los cristianos.

Quizás nos provoque vértigo, pero debemos ser conscientes de que nuestra Iglesia está necesitada de un cambio espiritual y estructural profundo y, por ello, este Sínodo, que es un verdadero regalo de Dios, nos ofrece la oportunidad de renacer a otro modo de ser Iglesia, a otro modo de vivir nuestra eclesialidad más al estilo de Jesús. Es una convocatoria universal que supone un gran compromiso y responsabilidad para todos y cada uno: sacerdotes, obispos, personas consagradas y, por supuesto, a todos los laicos y laicas que, además, son la inmensa mayoría de la Iglesia y su papel será determinante en este reto que el Espíritu Santo nos plantea para el siglo XXI.

No podemos olvidar en este caminar juntos a todos aquellos que se sienten más cerca del agnosticismo o ateísmo, también nos toca caminar a su lado y ellos al nuestro. Caminar juntos significa también escucharlos, escuchar lo que tienen que decirnos, y saber el ritmo que cada uno llevamos para hacer un intento de acompasar el paso entre todos y lograr así ese modo de unidad tan ansiado por muchos.

La Iglesia es de todos, la Iglesia somos todos, es nuestra Iglesia, con sus aciertos y sus grandes defectos y de todos depende cómo queramos que sea en un futuro, esto es ni más ni menos lo que nos piden en este Sínodo, que hablemos claro, que escuchemos mejor y que actuemos.

Eso conlleva un esfuerzo: abandonar prejuicios, recelos, aprender a confiar unos en otros y, sobre todo, conlleva que aquellos que nos llamamos cristianos nos veamos y sintamos como lo que realmente somos: hermanos, y ello porque, si Dios es nuestro Padre, no podemos olvidar que todos somos hermanos en Cristo.

Desde la Comisión Permanente de Laicos de la Delegación de Apostolado Seglar, animamos a todo el mundo, a la participación en este Sínodo. Que aprovechemos todos y cada uno las oportunidades que se nos ofrecen. Invitamos a quienes por cualquier circunstancia se sientan o encuentren alejados, también a los no creyentes, a participar de la misma manera y a dar su opinión libremente. Os animamos a decidir qué Iglesia vamos a querer dejar, y a entender que, al igual que el protagonista del Eclesiastés, Qohélet, fue un inconformista que quiso romper con la idea de una religión fácil y cómoda, hoy, tal vez no solamente sea momento de construir y hablar, sino que debamos abrir una puerta al inconformismo, al corazón y a la esperanza.

Se puede participar en: https://diocesisalbacete.org/sinodo.php o a través de tu párroco o Movimiento pídele hablar del Sínodo y que quieres participar.