Enrique Alarcon con el Papa Francisco

Enrique Alarcon con el Papa Francisco

15 de diciembre de 2024

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El albaceteño Enrique Alarcón García ha participado como padre sinodal en las Asambleas Sinodales del Sínodo sobre Sinodalidad celebradas en Roma. A su vuelta de la última, hemos hablado con él sobre el documento final

Enrique, ¿recuperado de tu vuelta de Roma?
Sí, ya recuperado. Después de un mes allí y con un montón de tareas pendientes, me estoy poniendo al día y estoy muy alegre. Le doy gracias al Señor por esta experiencia tan profunda en mi vida, en la vida de la Iglesia y en la del mundo.

Enrique, definías en una conferencia el proceso sinodal como un “camino sin retorno”. ¿Qué significa esto?
Que lo que ha terminado ha sido la fase de trabajo de las Asambleas Sinodales, pero ahora viene lo más importante: implementar lo trabajado durante estos tres años. La sinodalidad, aunque algunos puedan pensarlo, no es una moda ni una etapa pasajera. Desde los primeros momentos de la Iglesia, las primeras comunidades cristianas practicaban la sinodalidad. Porque la sinodalidad consiste en que todos podamos participar y sentirnos libres para acoger al Espíritu, llegar a consensos, superar dificultades y construir confianza. Ahora, con el documento final en nuestras manos, estamos llamados a ponerlo en práctica como misión de la Iglesia.

¿Cómo se ha configurado este documento final?
Hemos trabajado desde la fase de escucha, recogiendo las voces de todo el pueblo de Dios sobre cómo debería ser una Iglesia al estilo de Jesús. En las dos Asambleas Sinodales seleccionamos las cuestiones más relevantes, priorizando aquellas que lograron mayor consenso global. El documento final se inspira en la resurrección y ofrece caminos concretos para vivir como una Iglesia misionera y en comunión, siguiendo el espíritu del Concilio Vaticano II.

¿Cuáles serían esas prácticas y vías que hay que empezar a implementar?
Son muchas y abarcan diferentes niveles. Antes de nada, es importante acercarse al documento con cariño. Es un texto de la Iglesia, del Magisterio, que debe ser trabajado personalmente, meditado y orado. También debe ser analizado en equipo, en los grupos parroquiales, en las comunidades, y en todos los espacios eclesiales.
Por ejemplo, se nos habla de cómo debe ser una Iglesia verdaderamente misionera. Para ello, es fundamental que todos asumamos corresponsabilidad. Esto significa participar en las decisiones y en la construcción de la vida comunitaria. Preguntémonos: ¿Funcionan nuestros consejos parroquiales? ¿O son meramente formales? ¿Se celebran asambleas eclesiales de manera periódica en la Diócesis y en las parroquias? Todos debemos tener voz, como ocurrió en el Sínodo, donde obispos, sacerdotes, laicos y vida consagrada pudimos expresar nuestras ideas para alcanzar consensos sobre la misión de la Iglesia.
Otra línea importante del documento es la participación activa de los laicos. Los laicos no podemos permanecer a la sombra del clero ni en competencia con él. Estamos llamados a vivir en comunión, algo que urge mucho. Para ello, necesitamos formación en sinodalidad, y esa formación debe involucrar a todos: desde el obispo hasta cada miembro de la Iglesia.
Además, se ha hablado de la necesidad de transparencia en la Iglesia. Es urgente practicar la rendición de cuentas y realizar evaluaciones constantes, porque las malas prácticas pueden desfigurar la belleza del Evangelio y empañar nuestra misión.

Enrique, comentabas también que tu participación llamó la atención en el Sínodo. ¿Por qué?
Llamó la atención, primero, por mi presencia. Como persona con una gran discapacidad, al principio parecía que me había colado en el proceso. Sin embargo, después de participar en redes de trabajo e incluso en ruedas de prensa en varios continentes, mi papel fue ganando reconocimiento.
Creo que tuve el atrevimiento de dar voz a los 1.300 millones de personas con discapacidad en el mundo, la mayoría de las cuales viven en condiciones de pobreza, discriminación y exclusión social. Gracias a esto, quedó reflejado en el documento final un párrafo que indica que las personas con discapacidad no somos solo sujetos de cuidado, sino también miembros plenamente autorizados para evangelizar, como cualquier otro bautizado en la Iglesia.

Si tuvieras que resumir las Asambleas, ¿qué palabra o imagen utilizarías?
Diría que fue un verdadero momento existencial de gracia del Señor. Con humildad, siento que el Señor me ha bendecido enormemente al permitirme participar. El Papa Francisco tuvo la delicadeza de nombrarme como único laico hombre en el Sínodo, junto a Cristina Inogés como laica mujer. Además, mi nombramiento como persona con discapacidad no fue un gesto decorativo o emotivo, sino como un reconocimiento real a nuestro papel en la Iglesia.