La voz esperanzada del Papa en la Jornada Mundial del emigrante y del refugiado, en este domingo 16 de enero de 2011, es: “Una sola familia humana”. Es anuncio, invitación, denuncia y programa, a la vez, que quiere hacerse oír en medio de la grave situación por la que atraviesa nuestra sociedad y que tan negativamente repercute en numerosas familias, muy especialmente en las familias emigrantes. (…)
2. Principios de la Sagrada Escritura y de la Doctrina Social de la Iglesia
Los derechos de los emigrantes a vivir como miembros de la familia humana y la obligación correspondiente hacia ellos de acogida, ayuda, solidaridad y fraternidad tienen su fundamento en la condición de todos los seres humanos de hijos del mismo Padre Dios, de la que se deriva la común vocación de hermanos. Tenemos un origen común, el mismo fin, el mismo hábitat, la tierra creada por Dios y puesta al servicio de todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares. Tenemos un camino común, aunque vivamos diferentes situaciones.
3. Emigración globalización y una familia
Una de esas diferentes situaciones es la emigración; circunstancia que no afecta a la común pertenencia a la misma y única familia humana.
(…) Tanto emigrantes como poblaciones locales que los acogen, forman parte de una sola familia, y todos tienen el mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, cuyo destino es universal, como enseña la doctrina social de la Iglesia. Aquí encuentran fundamento la solidaridad y el compartir” (Benedicto XVI, Mensaje 2011).(…)
Contrasta con este cuadro ideal la dura realidad, agravada por la crisis económica y no siempre favorecida por las leyes, que afectan a los emigrantes y refugiados. Surgen el miedo al extraño, el rechazo, la merma en la cordial acogida, en la hospitalidad… Se hace necesario rescatar la centralidad de la persona humana y de su dignidad, con sus correspondientes e inalienables derechos y deberes.
4. Un largo camino
El ideal y la tarea de constituir una sola familia de personas, pueblos, culturas, religiones… tan numerosas y diversas, nos urgen a todos, emigrantes y autóctonos. El camino es arduo y tiene aún un largo recorrido.
No es superfluo volver a recordar, como punto de partida el derecho fundamental de toda persona a salir de su tierra y a ir a otro país que le ofrezca mejores posibilidades, sin tener que desprenderse de su familia, de su religión, de su cultura…
Tampoco podemos olvidar el derecho propio de los Estados a regular los flujos migratorios con justicia, con solidaridad y con sentido del bien común. En esa regulación justa entra también el establecer condiciones dignas para la acogida y la gradual y armónica integración de emigrantes y refugiados en la nueva sociedad, en la normal interacción entre la población autóctona y la emigrante.
(Palabra e instrumento clave en este proceso es el diálogo en todas sus variantes, empezando por el diálogo de la vida, en el trabajo, en la escuela, en el tiempo libre, en la vecindad, en la convivencia, en la defensa común de los derechos, en las acciones comunes, en el servicio al bien común. Fundamental es el diálogo intercultural y, en el campo religioso, el diálogo ecuménico y el interreligioso.) (…)
5. Iglesia pionera
La Iglesia, que ha recibido el mandato del Señor de hacer de todos los pueblos una sola familia, ha de ser pionera en la tarea de acoger a los diferentes, de ayudarles en su proceso de incorporación a la nueva sociedad, y a la comunidad creyente a cristianos y a los que voluntariamente lo pidan.
Asimismo, la Iglesia debe ser ejemplar en su ayuda a la asunción de responsabilidades por parte de los emigrantes, de su papel y tareas en la nueva sociedad y en la nueva comunidad creyente, respetando siempre la identidad de cada uno, dentro de la única familia.
En su condición de “católica”, la Iglesia y los católicos han de ser signos e instrumentos de la realidad de la única familia de Dios, en la que caben hombres y mujeres diferentes en procedencia, raza, cultura, clase social… La Iglesia es la “casa común”, en la que todos tienen cabida.
Fiel al mandato de su Señor, la Iglesia ha de ser modelo en el amor fraterno, viendo en cada hermano al mismo Cristo, su Señor.
La Iglesia, en sus comunidades, en su vida, en su acción, en sus manifestaciones… ha de constituir un signo de esperanza en medio de una sociedad tentada de desesperanza.
6. Emigrantes víctimas de la violencia y estudiantes, sectores de especial atención
En su mensaje, el Papa Benedicto XVI nos invita a tener una especial atención y prestar especial servicio a los refugiados y demás emigrantes forzados por la violencia, a los que “se les debe ayudar a encontrar un lugar donde puedan vivir en paz y seguridad, donde puedan trabajar y asumir los derechos y deberes existentes en el país que los acoge, contribuyendo al bien común, sin olvidar la dimensión religiosa de la vida” (Mensaje, 2011).
Consideración especial dedica también el Santo Padre a los estudiantes extranjeros e internacionales, que son cada día más numerosos, para los que pide estar atentos a sus problemas concretos. (…) Constituyen «puentes» culturales y económicos entre estos países y los de acogida, lo que va precisamente en la dirección de formar «una sola familia humana».