Manuel de Diego Martín

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2 de febrero de 2025

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Hoy, 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, se celebra el Día de la Vida Consagrada. Y lo hace con este lema tan lleno de sentido y actualidad en este Año del Jubileo: «Peregrinos y Sembradores de Esperanza en el mundo de hoy».

La hermana Mirna, presidenta de CONFER en nuestra diócesis de Albacete —institución extendida en todas las diócesis de España para ayudar a que la vida religiosa se mantenga lo más viva posible entre nosotros—, nos recuerda bellamente en la Hoja Dominical Diocesana que los religiosos deben ser, con sus vidas, peregrinos y sembradores de esperanza. Esta hermana, de nacionalidad mexicana y superiora de las religiosas Adoratrices del Santísimo Sacramento residentes en Barrax, subraya que, para lograrlo, deben ser fieles a los carismas y reglas legados por sus fundadores y, naturalmente, siempre estar unidos a los laicos, con quienes comparten el Evangelio en una fidelidad absoluta al mensaje de Jesús.

Tuve la suerte de ser Delegado Diocesano de Vida Consagrada, es decir, el sacerdote que el obispo designa para acompañar a los religiosos. Desempeñé esta tarea durante unos diez años y hace cuatro que fui relevado del cargo. Esto me permitió un contacto muy enriquecedor en las reuniones nacionales que manteníamos en Madrid. Sin embargo, lo que más recuerdo, con cierta emoción, son las visitas personales que realizaba a los pueblos donde había comunidades religiosas. ¡Cuánto bien me hacía ver a los consagrados, totalmente entregados a Jesús y, a la vez, respondiendo a todas las necesidades de la gente, tanto espirituales como sociales! Creo que mis visitas les ayudaban y me lo agradecían. A mí me hacían mucho bien.

Junto a estos buenos recuerdos, debo reconocer la tristeza que sentía al ver cómo tantas casas se cerraban por falta de vocaciones, y cómo la gente lo sufría. No nos queda más que orar por las vocaciones para evitar estos abandonos.

El Concilio Vaticano II promulgó el decreto Perfectae Caritatis, que habla de la renovación de la vida consagrada. En su número 2 dice textualmente: «Promuevan los institutos religiosos entre sus miembros el conocimiento debido sobre las necesidades de los hombres y de los tiempos, de tal forma que, reflexionando sabiamente a la luz de la fe, vean la situación del mundo y, llenos del amor de Cristo, puedan ayudar más eficazmente a los hombres que más lo necesiten». Así vemos cómo el seguimiento fiel a Jesús nos convierte en peregrinos y sembradores de esperanza en este mundo, donde tantos viven desesperanzados.

No puedo terminar esta reflexión sin recordar a Santa Teresa de Calcuta, quien hizo de su vida una ofrenda total, dispuesta a dar no solo de lo que tenía, sino incluso de lo que le faltaba. Decía: «Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que necesite comida; cuando tenga sed, dame alguien que precise agua; cuando sienta frío, dame alguien que necesite calor; cuando sufra, dame alguien que necesite consuelo; cuando mi cruz me parezca pesada, déjame compartir la cruz del otro». Teresa de Calcuta entendió muy bien que Jesús es el Hombre para los demás. En este saber dar radica la posibilidad de hacer realidad la esperanza.