|

10 de julio de 2010

|

262

Visitas: 262

[tta_listen_btn]

La palabra de Dios de este domingo nos hace cuestionarnos nuestra vida, a veces cómoda, a veces llena de problemas,… pero en cualquier caso ensimismados.

Ser persona ya nos interpela a vivir relacionados, comunicados, pero no en base al interés, sino en base a la amistad, al mutuo conocimiento y bien común y al crecimiento mutuo.

La sociedad de hoy, a poco que no reflexionemos, nos engulle y nos sumerge en un individualismo ambiental muy exagerado, por no decir, un individualismo consumista que nos para y limita de forma enfermiza nuestro crecimiento personal marcado por un horizonte de placer, de consumo, de creación de necesidades ficticias, de trampas, de adicciones diversas, … todo para ser consumidor consumido en una espiral de frustración y de engaño, de dobles vidas, de vidas vacías e inconsistentes, de violencia ambiental, que acaba con toda relación interpersonal. Prueba de ello es la crisis familiar en la que estamos inmersos. Este individualismo nos sumerge en un anonimato, y choca con nuestro natural deseo y necesidad de amar y ser amados.

El evangelio nos llama a ser personas, con rostro, con personalidad, con nombre y apellidos, a salir del anonimato, y sentir el amor de Dios en grado sumo, en nuestra propia vida. Ser personas significa saber convivir y compartir, conocer y amar.

En el evangelio de hoy, se nos dice claramente, quién es nuestro prójimo ante una pregunta-trampa de un letrado. Jesús contesta, pero conociendo la mala intención de quien le cuestiona. En el relato de la parábola del buen samaritano, que ya conocemos, destaca, que tanto el sacerdote como el letrado, ven a la persona apaleada y vapuleada, molida a palos y desvalijada, y pasan de largo.

Su mirada es defensiva y su duro corazón les hace mirar a otro lado, su egoísmo y su individualismo, se aferran al cargo, a su tiempo y su reloj, se buscan excusas interiores, no dedican ni un segundo ni siquiera a analizar la situación, el levita obsesionado por la ley, que le impedía acercarse a un cadáver, el sacerdote judío obsesionado por el culto. Nosotros también podemos ser víctimas de nuestros prejuicios, o miradas defensivas, de aferrarnos a nuestra imagen, o miedo al qué dirán.

Frente a estos dos personajes, bien vistos y mirados, aparece el extranjero, el hereje, el samaritano. El es el que sin palabras da respuesta a quién es mi prójimo. Jesús muestra claramente que el prójimo no es solamente el próximo, ni solo el hermano de sangre, o de fe, es el necesitado, sea patriota o extranjero, amigo o enemigo. El prójimo es el que aparece en el camino de la vida, apaleado, solo y necesitado, no depende de su nacionalidad, ni de su escala social, ni de su profesión, ni de su edad, ni de su condición sexual, ni de su estado civil. Son los de dentro y los de fuera. Por eso qué importante es saber mirar, no las apariencias sino el corazón, los ojos, las miradas de los demás y sus gestos que le delatan.

En el mundo actual, nuestras comunidades pueden ser presas de este ambiente en el que vivimos y no dedicamos tiempo a pensar y reflexionar, a rezar juntos con la Palabra de Dios, a mirar con los ojos de Jesús y actuar según los criterios del evangelio.

Deberemos plantearnos, si estamos abiertos a lo imprevisible, si amamos a Dios en el prójimo para que nuestro culto no sea vacío, si nos comprometemos como personas y como comunidades. Es tanto lo que hay que hacer, que todos los miembros de la iglesia somos necesarios.

El grupo de Cáritas Parroquial, y el pastor a la cabeza, debemos releer este pasaje, para no pasar de largo de la vida de nadie, y articular modos y maneras, con humildad y limitaciones para hacer llegar lo más importante: el amor, la ternura, la comprensión y la compasión, el compromiso y el realismo. A los de dentro y a los de fuera. A veces personas que sirven a la Iglesia de mil y una maneras, también necesitan ayuda y apoyo, y a veces no lo piden.

Hemos de humanizar y hemos de personalizar nuestras relaciones humanas, dando tiempo a la escucha, y a compartir experiencias en momentos de intimidad. El acompañamiento espiritual es más necesario que nunca, porque es integral abarca a todo el ser humano en todas sus facetas.

Juan Ángel Navarro Saiz
Párroco de Bienservida