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23 de diciembre de 2008

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]D[/fusion_dropcap]ios nos felicitó en la primera noche Buena. El silencio se hizo canto. Los ángeles, alegres como un volteo de campañas de fiesta, proclamaron el más hermoso mensaje que ha sonado jamás: «¡Gloria a Dios y paz a los hombres amados de Dios!».

La noticia no se ha apagado con el paso del tiempo, ha llegado hasta nosotros en su original frescura y eficacia: «Hoy os ha nacido un Salvador». Es el «hoy» que transciende el tiempo, que se actualiza en cada celebración, que quiere hacerse presente en cada corazón. Es un deseo que hago mío para cada uno de vosotros, para cada familia y cada comunidad cristiana.

A cada cristiano le toca repetir esta Buena Noticia sin altanería, con la sencillez de quien la ha recibido como gracia, a un mundo distraído, que, a medida que se siente más autosuficiente, más deja al descubierto su debilidad y desconcierto.

La Navidad proclama, desde la fragilidad inerme de un Niño, que hay salida para el dolor y la violencia; que hay una fuente de vida nueva al alcance del hombre; que se ha abierto una ventana a la esperanza. La cueva de Belén no tiene puertas, es accesible a cualquiera. Basta con llevar, como los pastores, un poco de sencillez en el zurrón del alma y capacidad de asombro en los ojos.

¡Dichosos vosotros si vivís la verdadera Navidad!. Lo digo porque somos conscientes de que hay empeños de ahogarla, de acallar su mensaje, de enturbiarla a golpes de despilfarro y frivolidad.

En la Navidad Dios se hizo hombre para hacer de los hombres hijos de Dios; se hizo pobre para enriquecernos. Dichosos vosotros si la vivís de verdad, porque la Navidad hace a los hombres más humanos, más libres, más fraternos y sencillos, más verdaderos y justos, más acogedores y misericordiosos.

Envío una felicitación concreta a los niños, también a los niños emigrantes que conviven codo a codo con los vuestros, en los pupitres y en los recreos. Los niños inmigrantes nos recuerdan a Jesús niño, emigrante forzoso en tierra de Egipto. Deseo especial felicidad también para los enfermos e impedidos, para todos los que sufren en el cuerpo o en el alma, para los privados de libertad.

Os deseo a todos, a los que frecuentáis la comunidad, a los que se han alejado, pero que saben que aquí tiene su casa, a los miembros de otras confesiones cristianas o de otras religiones, paz, felicidad y un Año Nuevo profundamente humano.

Con afecto fraterno.