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17 de agosto de 2009

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]Q[/fusion_dropcap]uizá sea demasiado arriesgado ponerse a escribir acerca de lo indescriptible, porque las cosas que rozan la perfección pueden perder su encanto cuando se cuentan y no se viven, pero me gustaría hacer un pequeño gran esfuerzo por transmitiros lo que para muchas, muchas personas habrá sido una de las mejores y más intensas semanas de sus vidas.

Desde mi caso particular Taizé llegó casi de improviso y muy a última hora; y tengo que decir que doy gracias a Dios por el momento en que me dejé llevar y dije sí a una experiencia que no sabía lo que acarrearía.

Algunos nuevos en aquello llegamos casi a la aventura, sin saber que podíamos esperar y qué podían esperar los demás de nosotros. Pero al bajar del autobús y ver el lugar, observar a la gente…podías sentir que habías llegado a casa.

Taizé, donde el color, el idioma, la cultura…se unen y respetan. Donde el ruido y ajetreo se alejan durante unos días para acercarte a Dios. Ante nuestros ojos un trocito muy grande de Cielo. Un trocito que cada día se fue haciendo más grande y más grande. Hasta llenar esos vacíos de corazón y convertirse en forma de vida.

Momentos de no tener que demostrar nada a nadie, porque no hacía falta. Momentos de ser tú. Momentos de sonreír, momentos en inglés, en alemán, en ‘spanglish’.

La sencillez lo envuelve todo y te das cuenta que con lo que tienes allí te es más que suficiente. Te sientes tocado por Dios, en cada momento, pero sobre todo… en la oración. Tal vez escuchas que en Taizé se ora tres veces al día y piensas que es demasiado, que se hace monótono. Pero cuando te levantas tienes ganas de orar, antes de comer tienes ganas de orar, después de cenar, necesitas orar.

Te sientas y comienzas a escuchar como todas las voces al unísono se ponen a cantar un mismo idioma que probablemente jamás habríamos sabido hablar o entender. En los ratitos de silencio podías girar la cabeza y ver a tu alrededor a miles de personas que al igual que tú, hablaban con Dios. Y te das cuenta de lo grande que es aquello. De la unión y la belleza que de ello se deriva.

En las comidas, incluso en las colas debajo de un sol abrasador o una lluvia las más de las veces torrencial podías conocer a una persona que estaba allí por lo mismo que tú. Y te das cuenta que no estás solo. Que en el mundo hay cantidad de jóvenes (y menos jóvenes) que comparten esas inquietudes, que no se avergüenzan de lo sienten y creen y te hace sentirte, orgulloso no, ¡orgullosísimo! de ser cristiano.

Y estar limpiando retretes o repartiendo comida o recogiendo la comida que otros dejan y sentir que verdaderamente haces falta y que haces esos trabajos con gusto y con una sonrisa porque lo pasas bien limpiando al lado de una chica sueca o de un cordobés, y ante todo haciéndolo por y para los demás.

Reunirte en un grupo de introducción bíblica con gente de todo tipo de países y darte cuenta que cualquier cosa que parece insignificante puede aportarte justo lo que necesitas en un momento dado. Ver que Dios está en todas las personas, seas español, alemán, lituano…Porque su amor no tiene límite de paises o continentes y bien es cierto que no hace falta estar en Taizé para darte cuenta pero allí sientes ese empujón a creerlo con más aplomo y seguridad.

Ves a Dios en las personas en oración, en las personas comiendo, incluso ves a Dios en la hora de recreo después de la última oración del día cantando canciones típicas de su país y compartiéndolas con gente de otros lugares. Porque Taizé merece la pena. Porque encuentras a Dios y te encuentras a ti. Porque puedes llegar a ser muy, muy, muy feliz allí.

Porque es verdad y es un claro ejemplo de que podemos encontrar el Reino de Dios en la tierra.

Pero Taizé no acaba allí; un lugar no lo hace el sitio sin más, lo hace la gente y las inquietudes, podemos continuar Taizé en cada uno de nosotros, en cada uno de nuestros países, en cada una de nuestras ciudades y hogares. Pero allí sientes ese empujón a no dejarte llevar por lo que la sociedad o la moda impone. Dios te toca, te toma de la mano y te impulsa a caminar; y tú lo sientes. Y sientes esa necesidad de transmitir a los demás lo bonito que puede llegar a ser el mundo. Taizé, el Cielo en la tierra.