15 de marzo de 2015
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]L[/fusion_dropcap]uis Alfredo Romero Pliego es de Villarrobledo. Tiene 24 años y está cursando 5º de Estudios Eclesiásticos (EE.EE). Su madre, María Teresa, nos cuenta sobre él: “Luis Alfredo había hecho ya el Bachillerato y le preguntábamos qué iba a estudiar… Ya os enteraréis, contestaba él. Nos hacíamos una idea de que quería ser sacerdote. Desde pequeño ha estado muy metido en la Iglesia, con mucha actividad en la parroquia. Pero aun así, nos llevamos la sorpresa cuando nos lo comunicó. Fue en una comida familiar. Sus hermanos, que son mayores que él y están casados, lo apoyaron también en su decisión.
Antes que a nosotros, Luis Alfredo ya se lo había dicho al obispo y a los sacerdotes de nuestra parroquia. Hubo gente que nos preguntó que si no nos habría gustado que él estudiase para otra profesión. La respuesta es no, porque, por ser sacerdote, no se es menos. Estamos muy contentos, es un regalo de Dios para todos, que lo ha elegido para ser sacerdote, bendito sea Dios. Vemos a Luis Alfredo con mucha alegría y una ilusión muy grande. Viéndolo a él feliz… pues todos lo somos con él”.
Rubén Valdés Basaldua es de Tierra Blanca, Guanajuato (México). Tiene 33 años y está cursando 2º EE.EE. Su hermana por parte de padre, Pueblito, es consagrada, religiosa del Instituto Ecuménico María Madre de la Unidad, en la Casa de Ejercicios. Nos cuenta sobre Rubén: “Mi hermano y yo no lo hemos tenido todo fácil. A los 17 años, Rubén tuvo que dejar de estudiar para ayudar a su madre, al ser él hijo único, y hacerse cargo de la casa.
Pero él quería ser sacerdote. Lo intentó allá, pero tenía problemas por la edad para entrar en el Seminario, hasta que por medio de un cura de Albacete, nuestro obispo se interesó por él. La madre de Rubén, muy buena mujer, lo apoyó, animándole a ser un buen sacerdote. Y dejándolo todo, se vino para Albacete.
La vida consagrada es una profesión de las más importantes que hay. Yo estoy completamente feliz. Los padres tendrían que fomentar en sus hijos esta vocación. De la zona donde yo procedo, en México, hay unos 70 seminaristas, sólo allá. La gente necesita de nosotros; nuestra entrega es importante para la sociedad”.
Ángel Moraleda Pérez es de La Roda. Tiene 29 años y está cursando 1º EE.EE. Su madre, Francisca, nos cuenta sobre él: “Yo se lo iba notando… Ángel, ¿es que te pasa algo? No, no… nos decía. Él estuvo trabajando en un supermercado, hizo un módulo de Administrativo, y nos echaba una mano a su padre y a mí, que somos panaderos.
Para todos, su vocación es una alegría que ya se iba viendo, y especialmente, para la abuela, que tiene 92 años. Ser sacerdote, yo lo veo más y mejor que cualquier otra cosa y le doy muchas gracias a Dios. Ha escogido la carrera correcta. Desde pequeño está muy metido en la Iglesia, y desde que tenía tres años, igual que todos sus hermanos, es cofrade de Jesús Nazareno”.
Álvaro Picazo Córcoles, es de Chinchilla de Montearagón. Tiene 24 años y cursa 2º EE.EE. Su padre, Julián, nos cuenta: “Yo sí que me esperaba esta decisión suya, aun habiendo empezado él la carrera de Magisterio, porque lo veía muy metido en la parroquia. Le dije que tenía mi apoyo. Él es mayor, muy libre de hacer lo que quiera. Su madre quizás se quedó un poquito más sorprendida, pero lo ha recibido bien también. A su hermano tampoco le pilló de sorpresa.
Ser sacerdote es una profesión como otra, eso sí, tiene que tener vocación, y él, esto de darse a los demás, ayudar, no parar de trabajar en la parroquia… es que vale para eso. Lo veo muy bien, está contento”.
José Juan Vizcaíno Gandía, es de Montealegre del Castillo. Tiene 26 años y cursa 4º EE.EE. Su madre, Paquita, nos cuenta: “Ser cura… ¿Por qué no? Una madre lo que busca es la felicidad de sus hijos, y yo estoy viendo que José Juan es feliz. Cuando tú los ves bien a ellos, tú estás bien también.
Al principio, tuve miedo. Pensaba que, como sacerdote, mi hijo iba a estar solo, toda la vida. Lo hablé con Paco, nuestro párroco y ya no tengo ese miedo, porque veo que es verdad que ellos forman una familia: están pendientes los unos de los otros y hacen muchas y muy buenas amistades.
José Juan estaba haciendo el segundo curso de la carrera de Historia, pero le notaba algo, hasta llegué a preguntarle que si no le gustaba lo que estaba estudiando. Y terminó la carrera y en aquel verano, me lo dijo: Estábamos en el campo, me ayuda en la labor. Te quiero decir una cosa, que me voy a casar… No lo dejé terminar: ¡Que te vas a meter a cura!, porque eso era lo que iba a pasar, que yo se lo había notado: él rezaba mucho, iba mucho a misa, lo veía muy pensativo… cuando me lo dijo, yo sabía que él ya lo tenía pensado”.