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3 de mayo de 2010

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]l día 31 de Marzo del 2010 se abrían las puertas de la Catedral de Albacete para la celebración de la Misa Crismal. Después de dos años, aproximadamente, de obras para reparación, reformas y limpieza del templo, el Obispo con los presbíteros y diáconos presidía desde su cátedra al pueblo de Dios, que acudía más numeroso que otros años a dicha celebración eclesial. Se preparaba la Semana Santa y se bendecía y consagraba toda la materia sacramental de la nueva Pascua.

Más que detenernos en la novedad de las reformas del templo es importante recordar la trascendencia de la Catedral para la Iglesia Diocesana: la originalidad simbólica de la Iglesia Catedral.

En el ritual de la dedicación de una iglesia se dice que “la Iglesia, esposa de Cristo, está simbolizada en edificios visibles”. Y esa iglesia edificio es diversificada en importancia según la “ecclesía” (asamblea) a la que va destinada. La Iglesia Catedral de Albacete, cuyo aniversario de dedicación celebramos siempre el día 5 de mayo, es una iglesia dedicada, en principio, a acoger la Iglesia local como unidad. Es la Iglesia de la misma Diócesis. La Catedral es para la Iglesia particular, que es la que de hecho existe en un lugar concreto, y que simboliza a la Iglesia en su totalidad. Desde esta perspectiva se ha de mantener viva también la relación entre la Catedral y la ciudad: su historia, su cultura, sus tradiciones y devociones.

De la misma manera el templo catedralicio ha de ser punto de referencia permanente para la reunión de todos los diocesanos. Sólo la Catedral es el lugar siempre abierto para todos. Esta casa de la Iglesia católica y apostólica no existe sin la cátedra episcopal, sin el altar, sin el bautisterio y sin las “sedes confessionalis”.

La cátedra episcopal más que a un objeto hace referencia al que se sienta en dicha sede que es el Obispo, garante de la sucesión apostólica y que asegura el testimonio del evangelio con la autoridad de su interpretación auténtica. Porque es el Obispo, más que la cátedra, el signo de la sucesión apostólica y allí donde ejerce su función evangélica está la cátedra personalizada.

El altar del Obispo está también en la Catedral, pues no existe comunión eclesial sin el altar para reunir al pueblo de Dios entorno a la Eucaristía, sacramento de comunión. La comunión eclesial es comunión eucarística y toda legítima celebración de la Eucaristía es dirigida por el Obispo. Participar del altar donde celebra el Obispo, concelebrar con él en su altar es la forma más expresiva de reafirmar y confirmar la comunión eclesial. En su altar el Obispo debe celebrar, al menos, los tres momentos litúrgicos que son fuente de vida cristiana: la Vigilia Pascual (punto central de todas las celebraciones dominicales, eucarísticas y bautismales); las ordenaciones (origen del ministerio en la Iglesia Diocesana) y la Misa Crismal (preparación para la pastoral de los sacramentos y para la santificación).

La Catedral por la relación con el Obispo convierte a su bautisterio en el “útero” de la Iglesia por excelencia; pues a través de los sacramentos de la Iniciación, la Iglesia Catedral se presenta como símbolo de la Iglesia Madre.

La reconciliación de los penitentes tiene también en el Obispo al ministro fundamental, pues la misión de perdonar pecados es una de las características básicas del ministerio apostólico confiado por el Señor a los doce. La función del canónigo penitenciario es la de asegurar la permanencia visible del ministerio episcopal de la reconciliación.

Recordar estos principios es importante para después dejar paso a las explicaciones de los técnicos sobre las reformas llevadas a cabo en la catedral. Pero no quiero terminar sin hacer dos alusiones.

Una, al colegio de los canónigos, cuya misión en la catedral es la de garantizar el ejercicio permanente del ministerio litúrgico del Obispo para toda la Iglesia local. La silla del Obispo en el coro canonical es la evocación de esta presencia fundante del coro mismo de los canónigos: ellos son los que, en la Catedral, están encargados de convocar permanentemente a la Iglesia local para la oración litúrgica.

Otra es la relación de la Catedral con la ciudad de Albacete. Al visitar la catedral como lugar abierto y acogedor se debería comprender que estamos ante un testimonio histórico permanente al paso de los días y que además automanifiesta la vida de la Iglesia local. Y también es el lugar de la fiesta y feria de la ciudad de Albacete con la presencia de la patrona de la diócesis, Nuestra Señora de los Llanos.

La catedral no es propiedad particular del obispo ni menos de los canónigos, sino de toda la Iglesia local presidida por su Obispo.

Una buena síntesis de todo lo dicho con respecto a la catedral nos la ofrece la Constitución del Concilio Vaticano II sobre la liturgia cuando el número 41 dice lo siguiente: El obispo debe ser considerado como el gran sacerdote de su grey, de quien deriva y depende en cierto modo la vida en Cristo de sus fieles.

Por eso conviene que todos tengan en gran aprecio la vida litúrgica de la diócesis entorno al obispo, sobre todo en la Iglesia Catedral, persuadidos de que la principal manifestación de la Iglesia se realiza en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, particularmente en la Eucaristía, en una misma oración, junto al único altar, donde preside el Obispo rodeado de su presbiterio y ministros.