27 de diciembre de 2011
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Permanece en nuestra mente y corazón la reciente visita de Su Santidad Benedicto XVI con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, Madrid 2011, «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe».
En la inolvidable vigilia de oración en Cuatro Vientos nos dejó este claro mensaje a modo de clarificación de la vocación al amor que todo hombre está llamado a vivir: «A muchos el Señor los llama al matrimonio, en el que un hombre y una mujer, formando una sola carne (cf. Gén 2, 24), se realizan en una profunda vida de comunión. Por eso, reconocer la belleza y bondad del matrimonio significa ser conscientes de que solo un ámbito de fidelidad e indisolubilidad, así como de apertura al don divino de la vida, es el adecuado a la grandeza y dignidad del amor matrimonial».
Es preciso que los hombres de nuestro tiempo sean capaces de reconocer esta belleza para que puedan vivir la grandeza de su vocación. Por ello, en el marco de la próxima jornada que celebraremos el viernes 30 de diciembre con el lema «Familia cristiana arraigada en Cristo», los obispos queremos invitar a todas las comunidades cristianas, movimientos y asociaciones a ser testigos y portavoces del mensaje y la misión que el Santo Padre nos ha dejado: la familia, el hogar, fundado en el don que Cristo Esposo hace a la comunión esponsal indisoluble y abierta a la vida, forma parte de la esperanza de los hombres. De esta manera, el futuro de la humanidad y de la Iglesia se fragua en la familia.
La familia, arraigada en Cristo
La familia es la comunidad de personas nacida de la unión conyugal del hombre y la mujer, llamada a existir y a vivir en comunión de amor. Los esposos cristianos han de ser conscientes de que su amor nace de otro amor primero (Ap 2, 4) que lo genera, lo nutre y lo fortalece. Su unión se arraiga en la verdad de Jesucristo crucificado que se entrega por amor a su Iglesia (Ef 5, 25) y «el Espíritu Santo, que infunde el Señor, renueva el corazón y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse como Cristo nos amó».
Sobre esta raíz que nos descubre la fe se edifica la familia fuertemente arraigada en Cristo, la roca de la salvación, como aquel hombre que edificó su casa sobre una roca firme de modo que resista a los embates de la lluvia y las crecidas de los ríos (cf. Mt 7, 24-25). La familia es el lugar donde Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nació, vivió, creció y murió: «el niño iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él» (Lc 2, 40). La familia es el reflejo en la tierra del misterio de Comunión eterna que Él vive en el seno de la Santísima Trinidad. La familia, a imagen de la Trinidad, es origen de la vida y casa de la comunión donde se descubre, acoge, custodia, revela y se comunica el amor.
La familia tiene también la misión específica del servicio a la vida. Los esposos en su amor conyugal se hacen aptos para recibir el don de la vida. En esta comunión de amor el hombre puede ser recibido y apreciado por sí mismo y se descubre que toda vida humana es un bien y se la protege de tantas amenazas. Por eso mismo, los padres son también los primeros responsables de la educación de sus hijos para introducirlos progresivamente dentro de la familia humana.
Igualmente, mediante la regeneración por el bautismo, el hijo es introducido en la familia de Dios, que es la Iglesia, y recibe un corazón nuevo para vivir el amor y el perdón. Así, la familia colabora con Cristo y la Iglesia en la transmisión de la fe y la iniciación cristiana y es signo y recuerdo permanente para la Iglesia de que es esencialmente familia de hijos de Dios, llamada a establecer auténticas relaciones familiares.
También la familia recibe la fuerza del Espíritu para poder vivir su vocación de comunión en medio de las dificultades y problemas del momento como una misión recibida de Dios. Tiene por ello la especial capacidad de sanar con su cariño, acogida, amor y perdón los corazones a menudo con tantas heridas afectivas, morales, sociales y psicológicas. Igualmente tiene el cometido de aportar su ayuda en esta crisis económica, ante la falta de trabajo, ante las enfermedades,… protegiendo, sosteniendo y animando a cuantos lo precisen.
La familia, sujeto de la Nueva Evangelización
En el contexto de la nueva evangelización a la que nos convoca Benedicto XVI, conscientes de vivir en una sociedad con claros signos de esperanza como se ha puesto de manifiesto en la Jornada Mundial de la Juventud, pero al mismo tiempo convulsa, con temores y momentos de desesperanza, la familia tiene un papel muy especial. La primera manifestación de la misión de la familia cristiana como Iglesia doméstica es la transmisión de la fe. La familia nos descubre que formamos parte de una historia de amor que nos precede, no solo por parte de los padres y abuelos sino, de un modo más fundamental, por parte de Dios, según se ha manifestado en la historia de la salvación.
Somos eslabones de una cadena. Hemos recibido la fe y nos corresponde transmitirla con las palabras y hacerla creíble con el testimonio de nuestra vida.
Por ello, además de ser objeto de una urgente Evangelización, como evidencia la situación de crisis planteada, a la familia le corresponde responsabilizarse de la enorme y trascendente misión de participar como sujeto activo en la Nueva Evangelización. El mundo actual desarraigado de la casa de la fe, deja a muchas personas confundidas por mensajes falsos y manipuladores, heridas por experiencias negativas y engaños. Está por ello tan necesitado de esta Evangelización para construir una vida y requiere entonces de modo especial el testimonio de la familia cristiana y la vida de la Iglesia. Esta vida lleva la impronta de aquello que distingue y diferencia a la familia: origen de la vida, imagen de la Trinidad y casa de comunión. La verdad de un amor misericordioso regenera a la persona y la capacita para vivir el amor verdadero.
Al igual que en otros tiempos difíciles la evangelización fue llevada a cabo por las comunidades cristianas y el monacato, hoy corresponde a las familias cristianas, fieles a la Iglesia, ser sujetos activos de la Nueva Evangelización.
En estos momentos las familias, con su capacidad de organización y asociación, deben ser impulsoras de una justa política familiar que responda a sus derechos, necesidades e ilusiones y que responda así a los deseos de la inmensa mayoría de nuestra sociedad en sus problemas de vivienda, educación, conciliación laboral, etc. Se trata de una tarea urgente e inaplazable.
Europa necesita de la familia y no es posible la regeneración de Europa si no pasa por la realidad de la familia tal y como Dios la pensó. Como recordó Benedicto XVI en una de sus audiencias de este año: «En la Europa de hoy, las naciones de sólida tradición cristiana tienen una especial responsabilidad en la defensa y promoción del valor de la familia fundada en el matrimonio que, por lo demás, es decisiva tanto en el ámbito educativo como en el social».
En estas Navidades, pedimos a la Sagrada Familia que nos haga profundizar en nuestra conciencia recordando en nuestras oraciones y ayudando en la medida de nuestras posibilidades de manera especial a cuantos sufren las consecuencias de la crisis. Igualmente pedimos por crecer en la responsabilidad de nuestra misión como familia cristiana con la vista puesta en el próximo Encuentro Mundial de Familias con el Santo Padre Benedicto XVI (Milán 2012). Para ello proponemos la inestimable ayuda que supone trabajar en nuestros respectivos ámbitos las catequesis elaboradas a tal fin con el sugestivo y oportuno título de «La Familia: el trabajo y la fiesta» encomendándonos a María Santísima Reina de las Familias.
CELEBRACIÓN EN ALBACETE
El próximo día 30 celebramos, dentro del clima de Navidad, el Día de la Familia que este año tiene como lema, que enlaza con la JMJ, «La familia cristiana arraigada en Jesucristo».
En la ciudad de Albacete nos reuineremos a las 19,30 en la parroquia de la Sagrada Familia. Invitamos desde la Delegación de Familia a todas las parroquias de la ciudad a unirse a esta celebración que será presidida por nuestro Sr. Obispo, don Ciriaco Benavente.