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4 de febrero de 2018

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]l pasado viernes 2 de febrero, día de la Candelaria, de la Presentación del Señor, celebramos en la Iglesia el Día de la Vida Consagrada. Una jornada para dar gracias a Dios por el don de la vocación religiosa. “La Vida Consagrada, encuentro con el Amor de Dios” es el lema de la Jornada de este año que se presenta como una “nueva ocasión de entrar en lo íntimo de uno mismo, para ver qué es lo esencial, lo más importante para nosotros, y qué nos está distrayendo del amor y por tanto nos impide ser felices. El amor de Dios es fiel siempre, no desilusiona, no defrauda”, recuerda la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada en su mensaje.

En nuestra diócesis de Albacete tenemos 40 comunidades de vida consagrada femenina y 9 comunidades masculinas. Una gracia de Dios que se ve reflejada en numerosos rincones de la geografía de nuestra provincia. La vida consagrada intenta con su vida y dedicación hacer lo que Jesús hacía: curar, enseñar, acompañar, orar… Y lo hacen con sus obras y tareas: colegios, residencias de mayores, pisos tutelados, obras sociales, pastoral, presencia social, …

Cada consagrado tiene su propia historia de enamoramiento del proyecto de Jesús de Nazaret. Como es el caso de la Hna. Dominica de la Anunciata Carmen Hondaro que solo puede decir una y otra vez que “Dios me desborda, me llena y me hace inmensamente feliz”. Ella ha pasado su vida consagrada en tareas docentes con niños y adolescentes. “La vida consagrada es el tesoro escondido”, nos cuenta. “Al descubrirlo me desprendo de todo lo que tengo para entregarme con absoluta disponibilidad. Ese tesoro es el amor de predilección con que sello mi alma. La vida consagrada es vida contemplativa, es ver la voluntad de Dios en todo, ser alma de oración porque se vive de lo que se reza y se reza de los que se vive. Una entrega a Dios total y a los demás”.

Una entrega total como es el caso de la Hna. Elia Rodríguez, Carmelita del Sagrado Corazón, que a sus 87 años sigue visitando la cárcel, la lavandería de Justicia y Paz y un sin fin de tareas dentro del barrio de San Pablo. Para Elia la vida consagrada “es una llamada, una vocación a vivir la fe en el Dios de Jesús dentro del Pueblo Santo de Dios. Es el Sí al proyecto de amor que Dios tiene y ofrece a cada uno de nosotros. A mis años sigo agradecida y bendiciendo al Señor por la capacidad de amar y ser amada que Él me ha dado y poder gastar mi existencia al servicio del prójimo en memoria de Jesús el Cristo. Él hace fecunda mi vida. Me encuentro en paz dentro de esta familia”.

En Albacete tenemos decenas de misioneros consagrados repartidos en el mundo. Como es el caso de Belén Sánchez, almanseña, Misionera de Cristo Jesús, y destinada en Bolivia. Belén sabe que la vida de compromiso y entrega no es fácil pero ayuda y merece la pena. Nos afirma que “la vida consagrada es vivir día a día lo que siempre he intuido que Dios quiere de mí. Intentando ser fiel, viviéndolo con alegría y agradecida. Es un camino sin final en donde me voy conociendo a mí misma, a Dios y a los demás. Supone una ayuda para vivir, no sin tensión, entre mi vida espiritual (de fe, de unión y amor a Jesucristo) y mi vida junto a las personas que me rodean y la realidad con todos los problemas”.

Las historias de amor y enamoramiento del Señor tienen sus comienzos y sus momentos fuertes en cada uno de ellos, como es el caso de Fernando Marinas. Para un consagrado el carisma del fundador y de la congregación es fundamental. Marca de algún modo el estilo de seguimiento de Jesucristo. Fernando trata de hacerlo actual en su tarea con los niños y adolescentes en los pisos tutelados. Para él, la vida consagrada es “una manera peculiar de seguir a Cristo con un estilo de vida que quiere ser fiel, en mi caso, al proyecto de nuestro fundador Ludovico Pavoni. Experimenté con 18 años que Dios contaba conmigo para llevar a cabo su plan salvador, como cuenta con cada uno de nosotros, en nuestro caso nos pide entrega total a la causa del Reino. Intento, con luces y sombras, responder cada día a esa llamada”.

La oración es fundamental en cada vida consagrada. Muchas vocaciones pertenecen a la vida contemplativa como es el caso de las Hermanas Clarisas de Hellín donde viven la “contemplación no como un espacio aislado, sino como un lugar donde el mundo es acogido y presentado a Dios para que, por su Misericordia el hombre no camine en tinieblas, sino que perciba su luz. Un espacio teologal, fraterno que facilita la vivencia plena de la consagración bautismal”.

La consagración de cada uno de ellos, se renueva cada día junto a la comunidad. Es “una respuesta continua a una llamada que no cesa” nos comenta Sor Soledad Gil, Hija de la Caridad. Cada mañana, Sor Soledad se une a sus hermanas de comunidad en oración y desde ahí comienza un nuevo día lleno de actividades. “Siento esta llamada que intento renovarla en la oración donde me gusta poner en las manos del Señor el día que voy a estrenar. Todo mi tiempo, todo mi amor lo tengo enfocado para los demás. Cuanto me descentro de mí y pongo a los demás como prioridad, me siento feliz”.

La vida consagrada es un regalo para cada rincón de nuestra diócesis, ya sea en el pueblo más pequeño o en la periferia más alejada. Intentan hacer realidad las obras de misericordia con la entrega de su vida. El proyecto de Dios llena su existencia y están seguros de decir cada día: “Señor, contigo me la juego”.