9 de enero de 2011

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Al mérito de la constancia con los enfermos

El día 18 de noviembre, la Hermana Antonia Ortiz, franciscana misionera de la Natividad, natural de Albacete recibía en Roma, a través del Consejo Pontificio de Agentes Sanitarios, una medalla papal al mérito de la constancia y solidaridad con el mundo de los enfermos. Este Consejo Pontificio celebraba sus veinticinco años de existencia con un congreso internacional sobre el tema: «Hacia una asistencia sanitaria más equitativa y solidaria» según la encíclica «Caritas in Veritate». En el marco de este Congreso se concedieron seis medallas más a sanitarios de diversos países que se han distinguido en este buen hacer en favor de la vida humana. La hermana Antonia nació en Albacete en 1937. Fue bautizada en la parroquia de La Purísima e hizo sus estudios con las Dominicas.

– Hermana, ¿cómo llegó a ser religiosa?
– Un día, siendo una chiquilla, en C/ Gaona me encontré con una religiosa que llevaba bultos en una carretilla. Con intención de ayudarle le acompañé hasta su casa. Allá me enseñó la Capilla y me explicaron lo que hacían, que lo suyo era cuidar enfermos. Así que se me abrió una luz pues eso es lo que yo ansiaba en mi corazón: cuidar enfermos.

– Pero da la impresión que la medalla que le han dado no es tanto por cuidar enfermos cuanto por cuidar papeles.
– Así parece a primera vista. Pero mi vocación ha sido la misma siempre. Los papeles al servicio del enfermo. Los primeros años estuve en contacto directo con los enfermos. Y un día una Superiora me dijo que tenía que ocuparme de la administración de un Hospital. En el diálogo quise hacerle comprender yo entré en la Congregación precisamente para cuidar enfermos, que a mí esas cosas de papeles no me iban. En aquel momento me dejó. Pero más tarde me volvieron a llamar y ya no podía negarme.

– Y de esta manera llega a ser Secretaria General de una gran Asociación que trabaja por elevar las condiciones de la sanidad, intentar conseguir una sanidad más humanizada ¿En qué consiste ésta?
– Efectivamente, en esta Asociación que la componen médicos, enfermeros, administrativos del mundo sanitario, religiosas hemos tenido siempre como objetivo elevar el nivel de la sanidad. Por tanto asumimos el compromiso de participar, asistir a todos los congresos internacionales que organizaba el Consejo Pontificio, que nos abriesen nuevos horizontes. Así hemos tenido la suerte de oír a grandes expertos, premios Nóveles, poder hablar de todos aquellos temas que nos iban abriendo caminos nuevos.

– Y, ¿cómo ha llegado esta medalla?
– Yo no he hecho más que cumplir con mi deber y animar todo aquello que creemos que ayuda a mejorar las cosas. Se han fijado en mí, tal vez porque, hoy, como secretaria general de esta Asociación me toca hacerme conocer. Pero dentro de la Asociación hay gentes extraordinarias y muchos años de compromiso.

– ¿Algún momento difícil en tu vida de religiosa?
– Tal vez, ya lo dije antes, cuando tuve que dejar a un lado los enfermos para ocuparme de tareas burocráticas. Pero desde la obediencia religiosa sentía que Dios me quería ahí. Y me he dado cuenta que también desde estas tareas se presta un gran servicio de amor a la sanidad.

– Dentro de unos meses vas a celebrar tus cincuenta años de vida religiosa. ¿Qué nos dices?
– Pues que estoy muy contenta, muy agradecida al Señor, por tanto bien como he recibido y sigo recibiendo. Soy muy feliz. Una de las cosas hermosas que he recibido, como exigencia de mi cargo, es poder ayudar a organizar y participar en los «Días mundiales del Enfermo». Esto me ha llevado a conocer muchos países pobres, he pasado por los cinco continentes.

– Hace unos años Manuel Pimentel, cuando era Ministro del Trabajo, te concedió la medalla del trabajo.
– Así fue. Una de las más grandes colaboradoras del Ministerio conoció un poco la realidad de lo que hacíamos aquí en Barcelona y le sorprendió tanto que quiso premiarlo. Bien, era una satisfacción humana. Pero la alegría más grande es la de vivir cada día dando una lo mejor que tiene, para ayudar a la gente a vivir. Una Sanidad humanizada es el objetivo que todos debemos conseguir. Por tanto debe ser una sanidad al servicio de la vida, de toda la vida, desde que empieza hasta que termina. Y para nosotros cristianos termina cuando ayudamos a poner esas vidas en las manos de Dios.

Muchas gracias, Hna. Antonia. Nos alegramos mucho. Sus premios son también un honor para nuestra Iglesia de Albacete, y nos sentimos orgullosos de tener una religiosa tan comprometida con las mejores causas del hombre.