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8 de septiembre de 2013

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La Feria de Albacete constituye un acontecimiento singular en el ser y en el devenir de la ciudad. Mi estancia en Albacete, ya casi siete años, me ha ido confirmando que la Feria pertenece de tal modo a la entraña de Albacete, forma parte tan intensamente de su identidad, que, sin ella, la ciudad no sería lo que es. Por eso aquí se sueña con la Feria, se prepara con ilusión. La repetición no mengua su novedad. La Feria es el balcón grande al que, cada año, se asoma Albacete para lucir su mejor paisanaje y sus mejores galas. El recinto ferial es como el cuarto de estar de estar de todos los albacetenses. O, si quieren, en la Feria, Albacete se convierte en plaza mayor de Castilla-La Mancha. Así lo siento, y así quiero vivirlo, como un albacetense más.

No hay feria sin casetas, sin carpas, sin norias, sin corridas de toros, sin luces, sin sonidos, sin olores y colores. Pero eso no constituye la entraña de la Feria. La Feria es fiesta, es encuentro y convivencia, es contar con tiempo para los demás, para darse la mano, par convidarse. En la Feria la gente se echa a la calle y deja sin cerrojos las puertas del corazón. La Feria manifiesta que Albacete goza de buena salud vecinal y ciudadana. La Feria es el mejor reflejo de lo que es Albacete.

Y ¿cómo olvidar ese ingrediente único que da un sabor especialísimo a nuestra Feria? Me refiero a la presidencia y presencia en la misma de Nuestra Señora de los Llanos. A su sombra nació y creció la Feria, en su honor fue restablecida. Estoy convencido que la calidad, el calor y el sabor de la Feria tiene mucho que ver con la Virgen de los Llanos. Con Ella se inicia, con una marea de aplausos mientras recorre las calles de la ciudad. Y estará en la Feria hasta el último día, porque la Feria es siempre con Ella.

En la Feria gozamos con los que gozan, pero no queremos olvidar a los que sufren. Y hay hermanos a los que la vida les golpea con fuerza, les clava dardos dolorosos en el cuerpo y en el alma. Entonces hay que sufrir con los que sufren. ¡Cómo olvidar a los que no tienen trabajo, a los enfermos que en el horizonte sólo ven nubarrones, a tantos inmigrantes vagando por las calles, suspirando por un futuro mejor, más cierto y más seguro!

A pesar de todo, vale la pena hacer fiesta para seguir creyendo que otro mundo es posible. Decía yo en otra ocasión que “necesitamos espíritu de fiesta para distribuir la alegría alegrando a los demás, para anticipar lo que esperamos para todos los hombres”.

No lo dudéis, amigos: Ella, Nuestra Señora de los Llanos, pone la mejor esencia de ternura, de amor y de alegría en la Feria. A Ella le pido para todos los albacetenses y para cuantos nos visiten una feliz y fructuosa Feria: ¡Una Feria para la esperanza!

¡Buena Feria!

+ Ciriaco Benavente Mateos
Obispo de Albacete