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28 de septiembre de 2008

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Me suena raro denominarme a mí mismo seminarista, pues tengo 31 años y la verdad es que nunca se me pasó por la cabeza eso del sacerdocio. Llevo solamente un año, y os puedo asegurar que ha merecido la pena.

Sí. Un año en Orihuela, un año en el Seminario. Ahora me da vértigo todo lo que el Señor ha hecho por mí, tantas “florecitas” (como decía Santa Teresita) como me ha regalado. Es cierto que lo pasé fatal en esas semanillas de dudas previas hasta que tomé la decisión, pero no puedo más que darle gracias a Dios.

Estoy en Orihuela, como os decía, junto con el Seminario Menor de la Diócesis de Alicante, y eso ha sido otro regalo. Veréis, a los 15 años descubrí mi vocación al servicio de los niños y los jóvenes, principalmente de los más desfavorecidos, gracias a la asociación a la que pertenezco: MIES (Misioneros de la Esperanza). Por ahí, y desde mi parroquia, Santa María Madre de Dios, el Señor me ha ido llevando por donde ha querido. Pero bueno, esto es otra historia.

Lo que quería deciros es que lo que a muchos compañeros les parece duro y difícil a la hora de la convivencia con los niños del Seminario Menor. En cambio, para mí, ha sido una nueva “florecilla”. El Señor me está enseñando una nueva forma de entregarme a los demás cuidando mi vocación de misionero de la esperanza: es a través del SACERDOCIO. Ha sido increíble. Yo soy muy tímido (no es por quedar bien, es la verdad) sin embargo me planté en el Seminario con la idea de que todo era voluntad del Padre, que yo era muy cutre (y lo sigo siendo…jejejeje) pero que si Él quería pues yo no podía decir que no.

Me cuesta mucho decir que quiero ser cura, o decir ahora que soy seminarista, porque es un palo a mi orgullo, sin embargo cada vez siento más claro que hacer la voluntad de Dios es lo único que podría llenar mi vida.

Un año de seminario. Vivencias profundas de oración, de comunidad, de entrega. Momentos duros de exámenes y de estrés. Pastoral. Mis primeras salidas para dar testimonio a La Roda, Caudete o a la Universidad.

Y sobre todo, con lo que me quedo de todo el año, después del regalo de los niños del Seminario, es con mis hermanos seminaristas de Albacete. Pedro, Juan, Christian. Gracias. Sin vosotros no habría aprendido tantas cosas bonitas que tiene esto de ser cristiano. Esto de decirle Sí al Señor. Esto de fiarse de Dios.

Este curso he vuelto al Seminario, sabiendo que ya no voy sólo que es cómo se siente la primera vez que pisas el seminario sino que tengo toda una familia detrás.