5 de marzo de 2012
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Nos han visitado dos hermanos de la Comunidad de Taizé: Miquel, de un pueblo cercano a Vitoria, que se llama Alegría, y Cristian, de Santiago de Chile. En nuestra Diócesis hay una atención especial hacia los jóvenes que quieren participar durante una semana de la espiritualidad de Taizé, donde, a lo largo del año, cada semana, van miles de jóvenes de distintos países. En Semana Santa van entre cuatro mil a seis mil jóvenes.
– Miquel, Cristian, ¿Qué es Taizé?
– Miquel: Taizé está en Francia. Es una pequeña aldea de unas treinta familias. Allí está la Comunidad de Taizé, que lleva el nombre de la aldea. Es una comunidad de hombres que intenta seguir a Cristo. El hermano Roger que fue el fundador, únicamente lo que quería era eso, que un grupo de hombres basados en la oración, una orden monástica podríamos decir, diese su vida siguiendo a Cristo de una manera sencilla, humilde, y a partir de ahí el resto de las cosas han venido dadas, sin haberlas buscado: poco a poco fue viniendo gente.
– ¿Cuántos hermanos sois?
– Cristian: Somos unos cien en el mundo. Ahí en Taizé estamos unos 70 hermanos y luego hay dos fraternidades en África, dos en Asia y una en Brasil y cada una con cuatro o cinco hermanos.
– ¿Qué tiene Taizé para que vayan tantos miles de jóvenes?
– Miquel: El secreto es simplemente que acogemos a los jóvenes que están en búsqueda, para compartir lo que tenemos, que es nuestra vida de oración, con todas las personas que van allí de otros países, otras culturas y tradiciones cristianas. Luego, es el Espíritu el que actúa, nosotros ponemos el lugar y poco más.
Para un joven que vaya en alguna de esas semanas, ¿Qué es lo que le brindáis? En muchas parroquias ya hay un gran grupo que ha pasado por Taizé y que siempre repite.
– Cristian: El eje del día es la oración de mañana, mediodía y tarde. Durante las mañanas, hay un momento de reflexión bíblica dada por un hermano, y los jóvenes se reúnen a compartir referente a este texto, partiendo desde sus vivencias. Lo rico es que se crean grupos entre jóvenes de todas nacionalidades. También hay un pequeño trabajo práctico. No funcionaría Taizé si los mismos jóvenes no ayudaran en todo lo que hay que hacer.
– No se pide al joven creencia fija sino que se admite a la persona tal cómo va, y que viva su experiencia…
– Miquel: Es así, lo único que les proponemos es que se acoplen a lo que ofrecemos, a ese ritmo de oración, pero no hay ningún requisito previo para venir a Taizé. Nos estamos encontrando con mucha gente que no está bautizada, que está en búsqueda, con sed de dar sentido a la vida.
– Miquel, desde tus orígenes, en tu pueblo, ¿Cómo surge tu vocación, la impronta para decir, voy para allá?
– Surge también dentro de esa búsqueda. La vocación es algo que viene de Dios y, es una llamada, que no siempre es algo que estemos esperando ni que coincida con los planes que nosotros mismos hemos hecho. Conozco Taizé a través de un grupo de Confirmación: siendo monitor, un hermano de Taizé fue a Vitoria y vimos que aquello podía ser una oferta para los jóvenes del grupo. Fue una experiencia muy buena y repetimos.
– Y decidiste ir por un tiempo más largo.
– Si. En un momento dado decidí que había que ir a Taizé. Es verdad que la primera vez fui a desengañarme, porque, bueno, pues parece muy sencillo, ¿no? Vas una semana y todo es muy bonito, pero hice la experiencia de vivir un tiempo más largo, al igual que hay un montón de jóvenes que lo hacen, no solamente para discernimiento vocacional, sino también de discernimiento en la vida, en los estudios o para hacer un parón, y después de eso decidí quedarme: en lugar de desengañarme, me enamoré.
– Los cantos de Taizé dan paz, no puedes parar de cantarlos, el alma se serena, ¿Cómo surgen?
– Cristian: En un principio, no eran así. Eran los cánticos de la liturgia de las horas, salmos… Luego empezaron a llegar jóvenes a Taizé y había una necesidad quizá de profundizar más; a muchos les costaba más entrar en un ritmo de oración, y se fueron creando estos cantos cortos, repetitivos, muchas veces con frases cortas del Evangelio. Cantarlos nos ayuda a interiorizar, a entrar en esa parte íntima con el Señor, en la oración.