21 de marzo de 2010
|
74
Visitas: 74
[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]n este curso 2009-2010 se ha producido un aumento en el número de seminaristas que se forman en los seminarios de España, que pasan de 1.223 a 1.265 en el presente curso. Este aumento es especialmente significativo porque rompe la tendencia a la baja que se venía produciendo en los últimos nueve años. Por tanto, en términos absolutos se ha producido un aumento de 42 seminaristas con respecto al último año. Hablamos con 4 de nuestros seminaristas de Albacete.
– Juan Iniesta (5º Estudios Eclesiásticos) ¿Por qué merece la pena ser cura?
– Una realidad que siempre tenemos presente, y de modo más especial en este Año Sacerdotal, es que el sacerdote es alguien puesto al servicio de los demás para hacer presente en sus vidas a Dios, sobre todo por medio de los sacramentos, y especialmente de la Eucaristía y de la Reconciliación. ¡Claro que merece la pena ser cura, si eso significa ayudar a que cada uno de nosotros se encuentre personalmente con Aquél que todo lo que quiere de nosotros es que seamos felices!
– José Valtueña (3º Estudios Eclesiásticos): ¿Por qué a los jóvenes les cuesta dar el paso vocacional?
– Desde mi punto de vista son varios los factores que frenan a los jóvenes a la hora de dar un paso vocacional.
En primer lugar, no está de moda: Que un joven diga hoy a sus amigos: “Quiero ser sacerdote, o fraile, o monja”… supone que casi nadie pueda llegar a comprenderlo y que lo tachen de loco.
La sociedad en la que vivimos nos está diciendo a todas horas: “Dale al cuerpo lo que te pide”, “Gasta tu dinero, no te prives de nada”, “Disfruta hoy, mañana estarás muerto”…. En un mundo así no queda lugar para la vida espiritual y mucho menos para Dios. Entregar la vida por completo a Dios y a la Iglesia, es para muchos arruinar la vida entera, perder la oportunidad de triunfar. Para los que hemos dado el paso, comprendemos que no hay mayor triunfo que ser “llamado” y sobre todo haber sido capaces de contestar a esa llamada.
Por otra parte está el tema de la formación: en muchas familias ya no es prioritaria la educación cristiana. Muchos padres no se esfuerzan porque sus hijos acudan a la Parroquia y dejan que los niños decidan su propia formación. Creo que este es uno de los grandes problemas. Estamos educando a los jóvenes en una libertad mal entendida y peor llevada a la práctica. Uno no puede beber si no se acerca a la fuente, y para llegar a la fuente a veces es necesario que alguien te empuje. En este ambiente, resulta muy difícil que los jóvenes escuchen la voz del Señor.
– Pedro José González (6º Estudios Eclesiásticos): ¿La mayor alegría desde que entraste al Seminario?
– Son muchos los motivos, pero te digo el más importante para mí: poder acoger a los compañeros que han ido entrando al seminario. Eran desconocidos que han irrumpido en mi vida y se han convertido en hermanos que Dios me ha dado. En ellos he encontrado un apoyo y un motivo para continuar. Hemos compartido la grandeza del regalo que Dios nos ha otorgado sin merecerlo, porque el sacerdocio es un regalo de Dios a los hombres de hoy.
– Fernando Zapata (3º Estudios Eclesiásticos): Cuando hablas con jóvenes ¿qué te anima en tu vocación? ¿Y qué te desanima?
– En estos momentos de discernimiento vocacional, donde estoy sintiendo realmente que el Señor me está llamando, una de las cosas que más me interroga y que más me ayuda a crecer es, precisamente, el diálogo con los jóvenes.
Es cierto que esto de la vocación es muy difícil, y que cuando no tienes claras las cosas te invaden muchos miedos, muchas inseguridades y al final puedes caer en el desánimo. Yo me he sentido así mucho tiempo hasta que, por fin, gracias a mi familia, a mi Comunidad y a “mis curas” me decidí a dar el paso para entrar al Seminario. Esto es lo que subyace en el fondo de mi alma cuando me encuentro con jóvenes: mi propia experiencia de encuentro con Dios.
La experiencia de esa “llamada”, que cuando se responde te llena de paz, te llena de felicidad y da pleno sentido a todo eso que antes no era más que oscuridad, es lo que trato de transmitir. Es increíble sentirse débil, pequeño, sin fuerzas, y a la vez saber que eres capaz de cualquier cosa porque ya no eres tú. No podemos tener miedo a decirle que Sí al Señor.
Pero es eso lo que más me desanima, el pensar que en algún momento no pueda llegar a transmitir lo que el Señor ha hecho conmigo, lo que el Señor está haciendo conmigo. En el fondo es mi propia tentación, es mi propio miedo, es mi desconfianza en el Señor, es el pensar más en mí mismo que en los demás. Cuando sólo pienso en mi “yo”, evidentemente me desanimo, y cuando lo veo en los jóvenes, cuando veo en ellos reflejada mi propia debilidad, la primera reacción es el desánimo, claro. Pero enseguida me brota el efecto contrario. Alimenta mi vocación y mis ganas de que ese joven se encuentre con Dios cara a cara. Es la esperanza de saber que esto no depende de mí, ni del joven con el que te encuentras. Esto sólo depende del Señor, que llama a quién quiere y cuando quiere. Es un regalo. Es un Don. Lo que me está haciendo feliz. Lo que me llena de paz.
Recuerdo algunos jóvenes que han pasado por mi parroquia y que ahora están “devorados” por este mundo que tantos motivos nos da para desanimarnos, pero yo no me puedo permitir el lujo de dejarme arrastrar por ese desaliento. No. Ver en sus ojos esa búsqueda equivocada de la felicidad en las “cosas”, y saber que yo he encontrado el sendero de la felicidad me anima a profundizar más en mi vocación sacerdotal. Por eso no puedo más que dar muchas gracias al Señor por este regalo y a nuestra Madre, de la Esperanza, por llevarme de la mano y enseñarme que tengo que compartir esta florecilla con todos aquellos jóvenes que estén dispuestos a responder que Sí al Señor.