18 de enero de 2015
|
192
Visitas: 192
Queridos diocesanos:
Cada año, entre el 18 y el 25 de enero, los cristianos celebramos la Semana de Oración por la Unidad. Una semana dedicada a orar para que las divisiones entre los cristianos sean superadas y logremos la unidad plena y visible entre todos los que nos sentimos seguidores de Jesús. Al final de su vida, Jesús pidió apasionadamente: “Padre, que sean uno, para que el mundo crea que Tú me has enviado”. Nuestro testimonio, pues, será creíble en la medida en que todos los cristianos estemos unidos.
En un contexto en que las guerras, las enormes diferencias económicas o la actitud de recelo ante el fenómeno migratorio nos dan la imagen de una humanidad rota, la unión de los cristianos tendría que ser el paradigma en que todos los pueblos pudieran descubrir la llamada a la unidad del género humano. Tenemos la obligación de lograr entre todos que nuestro mundo globalizado deje de ser un mundo fracturado.
El año pasado recordaba yo con qué fuerza nos decía el ya Santo, Juan Pablo II, en su carta apostólica de preparación al Jubileo del año 2000, que “entre los pecados que exigen mayor compromiso de penitencia y conversión han de citarse ciertamente aquellos que han dañado la unidad querida por Dios para su pueblo” Y añadía: “Desgraciadamente, estos pecados del pasado hacen sentir todavía su peso y permanecen como tentaciones del presente”.
Gracias al movimiento ecuménico, que desde finales del siglo pasado ha ido prendiendo como una llama entre todas las confesiones cristianas, los miembros de las distintas Iglesias y Comunidades eclesiales nos vamos sintiendo, cada vez más, hermanos. Han ido cayendo, a la vez, prejuicios, enemistades, desconfianzas y enfrentamientos seculares. El empeño de los últimos Papas en favor de la unidad de los cristianos ha sido admirable. Sin embargo, todavía no podemos celebrar juntos lo que constituye la manifestación suprema de comunión eclesial, la Eucaristía.
El material para el Octavario, que este año ha sido encargado al Consejo Nacional de las Iglesias Cristianas de Brasil, está encabezado por un lema precioso y significativo: “ Dame de beber” (Jn. 4,7). Pertenece a la bellísima escena en que Jesús, al medio día, tras un viaje largo y abrasador, pide de beber a una mujer samaritana, que se ha acercado al pozo de Jacob a buscar agua. A pesar de la vieja enemistad y de las mutuas excomuniones entre judíos y samaritanos fue posible el diálogo y el intercambio de dones. En la escena, que todos conocemos, Jesús mismo ofrece también a la samaritana su agua viva: “el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed…”. (Jn.4,14)
El mencionado encuentro nos hace reconocer la necesidad que tenemos los unos de los otros; nos invita a probar el agua del pozo del hermano, y también a ofrecer la nuestra. En la diversidad nos enriquecemos mutuamente. Todos nos necesitamos para ser fieles a la misión que el Señor nos ha encomendado.
La Semana de Oración por la Unidad es una preciosa ocasión también para dar gracias a Dios por todo lo que se ha avanzado en el largo camino hacia la unidad y, a la vez, para que nos percatemos del camino que nos queda por recorrer; para que sintamos vivamente el dolor de la separación y oremos unos por otros, a fin de que lleguemos a ser una única familia, sin divisiones. Sería bueno que todos los seguidores de Jesús nos sintiéramos interpelados, dentro de nuestras propias comunidades, para ver cómo estamos viviendo entre nosotros mismos la comunión eclesial, si con nuestras actitudes estamos favoreciendo la unidad querida por el Señor o, por el contrario, la dificultamos.
La unidad, después de tantos siglos de vivir de espaldas unos a otros, no es logro fácil, humanamente es casi imposible. Podemos y debemos esperarla con la ayuda del Señor y de su Espíritu, agente principal de la comunión eclesial. Por eso, es imprescindible la oración: para que nos situemos todos en actitud de obediencia al Espíritu, para revisar a su luz las diferencias graves que todavía perduran, para que acreciente entre todos nosotros el amor y el deseo de la unidad.
Con la delegación diocesana de Ecumenismo envío un saludo fraterno a las distintas comunidades eclesiales que peregrinan cerca de nosotros y a sus pastores, a unas y a otros los sentimos hermanos. A la vez que les ofrecemos nuestra oración para que la Palabra de Dios siga siendo fecunda entre ellos, les pedimos, con idéntico deseo, la suya. ¡Que el Espíritu Santo actúe en todos nosotros para llegar al logro de la unidad completa!
Con mi afecto y bendición.
+ Ciriaco Benavente Mateos
Obispo de Albacete