15 de enero de 2012
|
136
Visitas: 136
Queridos hermanos y hermanas: la acogida a los emigrantes y refugiados no es solo cuestión de solidaridad y de compartir, es «una oportunidad providencial para renovar el anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo ». Lo escribe el Papa en el mensaje para la Jornada mundial del Emigrante y del Refugiado (…).
1. La Nueva Evangelización, respuesta pastoral al desafío de las migraciones.
La tarea y la misión evangelizadora se hacen cada vez más urgentes, debido a los cambios amplios y profundos de la sociedad actual (…). Entre esos cambios, uno de los más significativos es, en efecto, el originado por el fenómeno migratorio. La desaparición de fronteras y los procesos de globalización en que nuestro mundo está inmerso, y en el que tanto tienen que ver el desarrollo de los medios de comunicación y las facilidades para los desplazamientos, están dando lugar al encuentro entre personas y pueblos diferentes. Sociedades que eran, hasta hace poco, homogéneas, se están convirtiendo, por obra de los flujos migratorios, en sociedades pluriculturales y plurirreligiosas. En España lo estamos experimentando con singular fuerza y rapidez. En unos pocos años ha cambiado sensiblemente la fisonomía de los habitantes de nuestro país.
Detrás de esos desplazamientos en busca de mejores condiciones de vida hay, casi siempre, causas que no debemos ignorar. El Papa enumera algunas: la amenaza de persecuciones, las guerras, la violencia, el hambre y las catástrofes naturales. Todo ello origina problemas nuevos «no solo desde el punto de vista humano, sino también ético, religioso y espiritual».
El paso de estas personas de una sociedad muchas veces rural y de fuertes carencias materiales, pero de relaciones muy personalizadas, a una sociedad altamente desarrollada y consumista, en que se valora por encima de todo la libertad individual, la independencia personal y la racionalidad científico-técnica, está suponiendo para muchos inmigrantes un choque cultural traumático. La instalación en contextos urbanos anónimos, con un proceso de secularización agresivo, acaba frecuentemente repercutiendo también de manera negativa en su fe o en su vivencia religiosa. No pocos de los inmigrantes que llegan a nuestro país proceden de pueblos marcados por la fe cristiana. Muchos llegan con una fe fresca y viva, capaz de enriquecer nuestras comunidades; otros, tal vez con la fe adormecida, ¿encontrarán en nosotros «comunidades acogedoras que les ayuden a despertar o a mantener firme su fe, promoviendo incluso estrategias pastorales, métodos y lenguajes para una acogida siempre viva de la Palabra de Dios», como nos dice el Papa? ¿Qué sería de su fe si solo encontraran un cristianismo que por falta de convicciones personales y de confesión comunitaria hubiera quedado reducido a un mero hecho cultural? Es este uno de los grandes desafíos que Benedicto XVI nos marca en su mensaje.
También llegan hasta nosotros «hombres y mujeres provenientes de diversas regiones de la tierra que aún no han encontrado a Jesucristo o lo conocen solamente de modo parcial». Es una «oportunidad providencial» para realizar la misión ad gentes sin tener que salir a regiones lejanas.
El diálogo respetuoso, el testimonio de la solidaridad, además de abrir horizontes de paz, han de contribuir al conocimiento mutuo, a mostrar que el Dios en quien creemos es el Dios del amor, de la justicia, de la ternura y de la misericordia. El documento–marco de la Conferencia Episcopal Española «La Iglesia y los inmigrantes», de noviembre de 2007, señalaba que la presencia migratoria podía considerarse como «una oportunidad y una gracia», entre otros aspectos, para vivir la catolicidad, para el fortalecimiento de nuestras comunidades, para la acción caritativa y social de la Iglesia.
2. Con el silencio y con la palabra
La Buena Nueva debe ser proclamada, en primer lugar, mediante el testimonio (…) El testimonio silencioso, coherente, y el anuncio explícito de Jesucristo, lejos de ser excluyentes se exigen mutuamente. El primer modo manifiesta, desde la humildad, la bondad y el amor, la fuerza vivificadora del Evangelio, le hace amable por la calidad de la vida del testigo, por la seriedad del compromiso. La amabilidad se traduce en acogida y hospitalidad.
El segundo modo responde de manera directa al encargo de Cristo: Id y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19). Este modo conlleva la invitación a formar parte de la comunión eclesial. Esto, traducido a la acción pastoral con los inmigrantes, en muchos casos persona alejadas de la fe, supone un trabajo que tiene como horizontes tanto la integración social como la comunión eclesial.
3. Salgamos al encuentro, abramos puertas
(…)Se nos demanda no permanecer cerrados en los recintos de nuestras comunidades, atrevernos a transitar por nuevos caminos abriendo puertas y suscitando encuentros, leyendo en el rostro de los inmigrantes sus dolores y esperanzas, traduciendo la esperanza del Evangelio en respuestas prácticas para adultos, jóvenes y niños. En la evangelización –como en la relación migratoria– no hay uno que da y otro que recibe. Los dos dan y reciben.
En medio de la crisis económica, social, cultural, política y religiosa, se nos pide una nueva imaginación pastoral, para ser testigos y servidores «del Evangelio de la esperanza y de la solidaridad». Estamos llamados a emprender un itinerario de comunión que tiene que llevar a la aceptación de la diversidad desde el encuentro y desde la apertura de corazones. «El diálogo fraterno y el respeto recíproco son la primera e indispensable forma de evangelización». (…)
(Puede leer el texto completo en: http://www.conferenciaepiscopal.es/index.php/jornada-migraciones.html)