3 de enero de 2016
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«»Vence la indiferencia y conquista la paz»»
[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]D[/fusion_dropcap]ios no es indiferente. A Dios le importa la humanidad, Dios no la abandona. No perdamos la esperanza de que 2016 nos encuentre a todos firme y confiadamente comprometidos, en realizar la justicia y trabajar por la paz en los diversos ámbitos. Sí, la paz es don de Dios y obra de los hombres. La paz es don de Dios, pero confiado a todos los hombres y a todas las mujeres, llamados a llevarlo a la práctica.
Custodiar las razones de la esperanza
Las guerras y los atentados terroristas, los secuestros de personas, las persecuciones por motivos étnicos o religiosos, las prevaricaciones, han marcado el año pasado, de principio a fin, multiplicándose dolorosamente en muchas regiones del mundo, hasta asumir las formas de la que podría llamar una «»tercera guerra mundial en fases»». Pero algunos acontecimientos de los años pasados y del año apenas concluido me invitan, en la perspectiva del nuevo año, a renovar la exhortación a no perder la esperanza en la capacidad del hombre de superar el mal, con la gracia de Dios, y a no caer en la resignación y en la indiferencia.
Quisiera recordar entre dichos acontecimientos el esfuerzo realizado para favorecer el encuentro de los líderes mundiales en el ámbito de la COP 21, con la finalidad de buscar nuevas vías para afrontar los cambios climáticos y proteger el bienestar de la Tierra, nuestra casa común.
El año 2015 ha sido también especial para la Iglesia, al haberse celebrado el 50 aniversario del Concilio Vaticano II que expresa de modo muy elocuente el sentido de solidaridad de la Iglesia con el mundo.
Algunas formas de indiferencia
La primera forma de indiferencia es la indiferencia ante Dios, de la cual brota también la indiferencia ante el prójimo y ante lo creado. Hay quien está bien informado, escucha la radio, lee los periódicos o ve programas de televisión, pero lo hace de manera frívola, casi por mera costumbre: estas personas conocen vagamente los dramas que afligen a la humanidad pero no se sienten comprometidas, no viven la compasión.
La indiferencia se manifiesta en otros casos como falta de atención ante la realidad circunstante, especialmente la más lejana. Algunas personas prefieren no buscar, no informarse y viven su bienestar y su comodidad indiferentes al grito de dolor de la humanidad que sufre. La contaminación de las aguas y del aire, la explotación indiscriminada de los bosques, la destrucción del ambiente, son a menudo fruto de la indiferencia respecto a los demás.
La paz amenazada por la indiferencia globalizada
En este sentido la indiferencia, y la despreocupación que se deriva, constituyen una grave falta al deber que tiene cada persona de contribuir al bien común, de modo particular a la paz. Cuando las poblaciones se ven privadas de sus derechos elementares, como el alimento, el agua, la asistencia sanitaria o el trabajo, se sienten tentadas a tomárselos por la fuerza.
De la indiferencia a la misericordia: la conversión del corazón
Jesús nos enseña a ser misericordiosos como el Padre. En la parábola del buen samaritano denuncia la omisión de ayuda frente a la urgente necesidad de los semejantes: «»lo vio y pasó de largo»». De la misma manera, mediante este ejemplo, invita a que aprendan a detenerse ante los sufrimientos de este mundo para aliviarlos, ante las heridas de los demás para curarlas, con los medios que tengan, comenzando por el propio tiempo, a pesar de tantas ocupaciones.
La misericordia es el corazón de Dios. Por eso es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre.
Promover una cultura de solidaridad y misericordia para vencer la indiferencia. En primer lugar a las familias, que constituyen el primer lugar en el que se viven y se transmiten los valores del amor y de la fraternidad, de la convivencia y del compartir, de la atención y del cuidado del otro. Ellas son también el ámbito privilegiado para la transmisión de la fe desde aquellos primeros simples gestos de devoción que las madres enseñan a los hijos.
Los educadores y los formadores que tienen la ardua tarea de educar a los niños y jóvenes, están llamados a tomar conciencia de que su responsabilidad tiene que ver con las dimensiones morales, espirituales y sociales de la persona.
Quienes se dedican al mundo de la cultura y de los medios de comunicación social tienen que ponerse al servicio de la verdad y no de intereses particulares.
La paz: fruto de solidaridad, misericordia y compasión
Conscientes de la amenaza de la globalización de la indiferencia, no podemos dejar de reconocer que se dan numerosas iniciativas y acciones positivas que testimonian la compasión, la misericordia y la solidaridad.
Hay muchas organizaciones no gubernativas y asociaciones caritativas dentro de la Iglesia, y fuera de ella, cuyos miembros, con ocasión de epidemias, calamidades o conflictos armados, afrontan fatigas y peligros para cuidar a los heridos y enfermos, como también para enterrar a los difuntos. Mencionar a las personas y a las asociaciones que ayudan a los emigrantes que atraviesan desiertos y surcan los mares en busca de mejores condiciones de vida. Estas acciones son obras de misericordia, corporales y espirituales, sobre las que seremos juzgados al término de nuestra vida.
También a muchos sacerdotes y misioneros que permanecen junto a sus fieles y los sostienen a pesar de los peligros y dificultades, de modo particular durante los conflictos armados”.