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1 de agosto de 2018

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Pues no lo sé muy bien. No tengo ni los conocimientos históricos del país ni los datos de toda la situación que se vive actualmente. Puedo dar una opinión desde lo que conozco de la región y del tiempo que llevo viviendo en Nicaragua.

La región tiene una historia de gran déficit democrático: guerras civiles, invasiones, dictaduras de derechas y de izquierdas, gobiernos títeres de intereses de familias oligárquicas e imperialistas, víctimas de la guerra fría, etc. En concreto, Nicaragua ha vivido casi todo esto y se han creado sentimientos “anti” todo muy fuertes.

A finales de los años 70, la revolución sandinista logró derrocar a la feroz dictadura de la dinastía de los Somoza. Los primeros años 80 fueron de lucha armada entre sandinistas y la “contra” financiada por EEUU. La revolución logró grandes avances sociales y se convirtió en un laboratorio esperanzador de cambios en toda la región, pero no se lograron grandes resultados en el campo político y democratizador del país. ¿Por qué? Me imagino que por esa historia y otros factores, pero la realidad es que no hay partidos democráticos fuertes ni las instituciones del Estado tienen la fortaleza democrática necesaria.

En los últimos años, la pareja presidencial Daniel Ortega-Rosario Murillo, con el rédito de todas las conquistas de la revolución sandinista, ha ido cayendo en una deriva populista-dictatorial con fachada religiosa: Nicaragua socialista, cristiana y solidaria. Esta degeneración de los ideales revolucionarios es criticada incluso por sandinistas históricos. A otros lados del Frente no hay otros partidos democráticos e independientes, y se teme que entren los buitres de la burguesía y el neoliberalismo americano. Este siento que es el drama más de fondo en Nicaragua.

En este difícil contexto, en el que, con motivo de una reforma a la Ley de la Seguridad Social que penaba incluso a los pobres pensionistas, el 18 de abril, desde los centros de estudios, los universitarios se levantaron en protestas pacíficas que fueron reprimidas con una tremenda violencia y un saldo de 18 jóvenes asesinados. Desde entonces, no han cesado las protestas y los muertos (hoy ya van más de 400), los heridos, encarcelados y perseguidos fundamentalmente por parte de la policía nacional, los paramilitares encapuchados y las turbas adictas al gobierno. Claro que han habido policías y sandinistas muertos en estos enfrentamientos, pero con una inmensa desproporción tanto en número como en armamento.

El propio gobierno invitó a la Conferencia Episcopal de Nicaragua a ser medidora y testigo de un Diálogo Nacional que logró atraer a organismos internacionales de derechos humanos y poner sobre la mesa temas importantes sobre la democratización del país. Dicho diálogo no ha podido avanzar porque se ha mantenido la represión gubernamental y han empezado a actuar otras fuerzas difíciles de determinar.

Se suceden las muertes, los encarcelamientos arbitrarios y acusaciones de terrorismo, las mentiras; todo se distorsiona y es difícil determinar “de dónde vienen los tiros”, pero se sabe que la mayoría vienen del Estado. La misma Iglesia ha sido acusada de golpista por su cercanía al pueblo que protesta y yo la he visto mediar tanto con población civil como con policías.

La situación es muy incierta y aún no sabemos cuáles van a ser las próximas estrategias tanto del gobierno como de la población civil que se ha ido organizando, además de otros actores e intereses que están aprovechando la situación y buscan sus intereses particulares.

Sea lo que ocurra, creo que la crisis sería buena si, a través del diálogo, se lograse avanzar en algunos aspectos que ahora señalo: mayor democratización del país, saneamiento del Frente Sandinista y fortalecimiento de la sociedad civil y de otros partidos políticos sin injerencias externas ni intereses de grupo. Incluso creo que es una oportunidad dentro de la Iglesia Católica para que despierte de cierta modorra en su pastoral social y sea una Iglesia Samaritana y hospital de campaña en medio de un país tan pobre.

Por ahora seguiremos con la inestabilidad, la represión y la violencia y el déficit democrático. No sé que ocurrirá en los próximos días. Habrá que animar y rezar por un proceso de fortalecimiento del Estado y de la sociedad civil y sus organizaciones sociales y políticas. Y todo ello por la vía del diálogo, el respeto, la verdad, el perdón y la justicia.