3 de septiembre de 2015
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Día tras día somos golpeados por las noticias de numerosas personas, que, huyendo de la guerra o del hambre, acaban dejando la vida de manera trágica, en mar o en tierra, o se encuentran en situaciones extremas. Son hombres, mujeres y niños, en no pocos casos familias enteras, que lo han perdido todo. Sólo les queda la vida, y ésta amenazada. Sería horrible que la repetición de los hechos acabara anestesiándonos; que, como dice el Papa Francisco, «la globalización de la indiferencia acabara por secarnos las lágrimas»; que dejáramos de clamar contra «este grave crimen contra la familia humana», como ha sido calificado también por el mismo Papa Francisco.
Situaciones como las que se están viviendo, que muchos califican de verdadera catástrofe humanitaria, reclaman respuestas urgentes, eficaces y generosas. Europa, a cuyas puertas llaman angustiadas estas personas pidiendo refugio, ha de implicarse con mayor empeño en buscar soluciones globales. Han de comprometerse manera efectiva en primer lugar los gobiernos, pero también los ciudadanos. En nuestro mensaje para la Jornada de las Migraciones, decíamos los obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones que » hay que ponerse dentro de la piel del otro para entender qué esperanzas y deseos les mueven a dejar su tierra, su familia, los lugares conocidos; de qué situaciones busca escapar». Clama al cielo constatar, junto a las abismales desigualdades de renta media per cápita y de esperanza media de vida, la violencia y las persecuciones desatadas por fanatismos inhumanos o por otras razones políticas.
Desde la Comisión Episcopal de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española, nos unimos, una vez más, al clamor de tantas organizaciones y comunidades cristianas, a hombres y mujeres de buena voluntad, que se sienten interpelados por esta dramática realidad que nos llega al corazón. No queremos quedar en el silencio para no ser cómplices de la indiferencia y de la llamada política del descarte que denuncia el Papa Francisco.
Hace dos años, ya pedimos al Gobierno desde la Conferencia Episcopal, sin obtener respuesta, la acogida en España de algún grupo de refugiados sirios. Reiteramos nuestra petición de la más amplia generosidad en este momento, para la acogida de quienes piden refugio y acogida de manera urgente. Pedimos también la comprensión y colaboración de todos los ciudadanos, a la vez que ofrecemos la de nuestras comunidades y centros de acogida. Los cristianos tenemos por razones humanitarias y evangélicas un especial deber de justicia y caridad, distintivo de nuestra condición.
Invitamos a orar para que nuestro Dios, el Dios de la Misericordia, conceda la paz y el gozo eterno a los que han muerto buscando un mundo mejor. Pedimos el consuelo de la esperanza para sus familiares, así como la luz y la generosidad para todos los responsables de encontrar las repuestas que, en actual situación, reclaman, a gritos y con lágrimas, tantos hermanos desplazados ante nuestras fronteras de Europa, como un día lo hicieron compatriotas nuestros.