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30 de junio de 2008

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El próximo curso comienza a impartirse Educación Para la Ciudadanía, y los padres, como primeros y máximos responsables de la educación de nuestros hijos, nos encontramos con el dilema moral de qué hacer sabiendo que somos causantes de las consecuencias de la falta del ejercicio de nuestros derechos.

El Concilio Vaticano II dice que éstos se violan cuando los hijos son obligados a asistir a lecciones escolares que no están de acuerdo con la convicción religiosa de los padres. Ciertamente, la familia es la piedra angular, célula básica en el desarrollo de la personalidad de nuestros hijos, pero la familia no está aislada del mundo: los niños, ante su educador, están abiertos a todo lo que éste pueda enseñarles.

Hay que decir que el proyecto de persona que Dios quiere para ellos está en peligro con esta asignatura. Hoy está amenazada su dignidad porque está amenazada la libertad de elegir el tipo de educación que queremos para ellos. Hay toda una ingeniería social contra ella, el salto cualitativo de esta amenaza es que está entrando en las escuelas al margen de las convicciones de los padres.

Todo lo relacionado con la vida, la familia, sexualidad, dilemas morales, sentimientos y hasta emociones se extrapolan del análisis moral para colocarlo en la tesitura jurídica: “La visión personal relacionada con lo más íntimo de la persona no es ni buena ni mala, es más, será buena donde esté legalmente permitido y mala donde esté prohibido”. Sin embargo,”el carácter incondicional con que la dignidad humana y los derechos humanos deben presentarse es como valores que preceden a cualquier jurisdicción estatal,” como nos dice Benedicto XVI. Esto es la dictadura del relativismo como realidad para ocultar que existe el bien y el mal, la razón y la sinrazón. Sin embargo, nuestra responsabilidad como padres es que nuestros hijos reconozcan el bien y se adhieran a él, que sean expertos en humanidad y que tengan convicciones. Para ello es imprescindible la libertad de conciencia.

Con frecuencia me gusta repetirles a mis hijas las palabras de Juan Pablo II: “hija mía, tú eres un pensamiento de Dios, tú eres un latido del corazón de Dios, tú tienes un valor, en cierto sentido infinito, que cuentas para Dios en tu irrepetible individualidad”. Esta visión antropológica del ser humano es incompatible e inconciliable con el modelo de persona que propone la asignatura Educación Para la Ciudadanía.

Hemos sido llamados a la libertad y a la felicidad, y los padres somos los guardianes de la libertad y la felicidad de nuestros hijos. Una mirada profunda sobre ellos nos lleva a ver que un alma humana vale por todo el universo, como decía Unamuno, y que lo más digno de ser contemplado de toda la creación son nuestros hijos. A los que objetamos la asignatura nos mueve el amor incondicional a ellos y la pasión por la búsqueda de la Verdad transcendente, el Bien y la Belleza. Su dignidad, su libertad, son tan intangible patrimonio del hombre que mientras sufra menoscabo alguno, dignidad y libertad no la tendremos de verdad nadie. Sin embargo, y a pesar de las dificultades, vencerán porque a su lado está el verdadero progreso, porque a su lado está Dios, que las ama y nos llama a ser libres. Y hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.