1949

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13 de marzo de 2013

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]l domingo más próximo a la fiesta de San José, el 17 de Marzo, celebraremos en nuestra Diócesis de Albacete el Día del Seminario. Este año viene enmarcado en un lema tan sugerente y oportuno como corresponde al Año de la Fe que estamos celebrando: “Sé de quién me he fiado”.

San Pablo, que había sido perseguidor acérrimo de los cristianos, recibió la gracia de que el Señor le saliera al paso, en el camino de Damasco, como luz y como llamada. Tras este encuentro, Cristo se convirtió en el centro de su vida y en el eje de su acción: Sabía en quién había puesto su fe, como dice alguna traducción bíblica.

El texto que vengo comentando pertenece a la segunda carta de San Pablo a su joven compañero y discípulo Timoteo. Una carta seguramente remitida por Pablo desde Roma, en donde el Apóstol se encuentra en prisión, antes de sufrir el martirio. 

El texto tiene sabor de testamento espiritual. Da gracias a Dios por la fe de Timoteo, la misma que tuvieron su abuela Loida y su madre Eunice, a las que probablemente Pablo había evangelizado hacia años. Por fidelidad al ministerio recibido del Señor, dice Pablo, “me encuentro soportando estos sufrimientos, pero no me avergüenzo porque sé de quién me he fiado. Desde esa situación, Pablo exhorta a Timoteo a que reavive el carisma que había recibido por la imposición de sus manos, a que no se avergüence de dar testimonio de Cristo muerto y resucitado del que Pablo ha sido constituido heraldo, apóstol y maestro: Tres palabras que definen de manera admirable la identidad del obispo y del presbítero.

Queridos diocesanos: Tanto vuestro obispo como vuestros presbíteros sabemos bien que no somos perfectos, ni mucho menos; que también nosotros, en este “Año de la fe”, estamos convocados a una renovación profunda de nuestro seguimiento del Señor. Pero tened la certeza de que si estamos en esta tarea, a pesar de las limitaciones internas y de las dificultades externas, es porque sabemos también de quién nos hemos fiado, en quién hemos puesto nuestra fe. Y os aseguramos que vale la pena fiarse del Señor. 

El encuentro con Jesucristo es lo que un día nos llevó, a quienes hemos recibido el carisma del ministerio presbiteral, a servir, en esta tarea de heraldos, apóstoles y maestros del Evangelio, a la comunidad cristiana y a nuestros hermanos los hombres.

Esta misma experiencia es la que sigue moviendo hoy a nuestros seminaristas a prepararse espiritual e intelectualmente, para ponerse, luego, al servicio de las comunidades cristianas. Ellos también lo hacen porque saben de quién se han fiado.

La misión del sacerdote, que Pablo sintetizaba en aquellas palabras a que antes me refería heraldo, apóstol y maestro- no es otra que la de ser enviados, testigos y anunciadores del Evangelio, que es Cristo, la de actualizar sus misterios a fin de que os encontréis con Él, le sigáis, seáis con vuestra vida testigos de su amor en el mundo; a que podáis decir con gozo y confianza vuestro “sé de quién me he fiado”.

Nada necesita tanto el mundo de hoy como del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo y de su Reinado de verdad, de justicia, de amor y de vida. Para esta tan difícil como apasionante misión se necesitan obreros.

Doy gracias a Dios por nuestros seis aspirantes al ministerio presbiteral y por los que se preparan para recibir el diaconado como estado permanente. Agradezco la generosidad de sus buenas familias. Os agradezco a los diocesanos vuestra ayuda y vuestra oración por el Seminario y por las vocaciones. Y os invito a seguir orando insistentemente al Señor para que envíe obreros a su mies, porque la mies es mucha y pocos los obreros (cf Mt.9, 37-38). La nueva evangelización, a la que estamos convocados, necesita de apóstoles a lo Pablo: hombres entregados, que incluso desde la incomprensión o las cadenas tienen fuerzas para apoyar, consolar y animar a otros, sin mirar atrás, sin desfallecer, porque saben de quién se han fiado.