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1 de agosto de 2011

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Como todos los años por estas fechas un autobús con cincuenta jóvenes de nuestra diócesis se dirigen a una aldea de Francia donde vive una comunidad ecuménica de monjes (‘hermanos’) especialistas en acoger y comprometidos en contagiar el anhelo de Dios a los jóvenes que continuamente van pasando por allí. Siempre hay un remanente de jóvenes; quizás unos 2000. La estancia media es una semana. Se distribuyen las tareas y todos tienen algún cometido de limpieza, orden, etc. Pero lo más importante: los ratos de oración con los cantos clásicos de Taizé (estilo propio, repetitivo) que se aprenden rápidamente en el idioma que sea. Otros momentos importantes son las reuniones de grupo y de compartir.

Les preguntamos a tres jóvenes de la parroquia de San José por su experiencia de este año:

– Irene Elbal ha terminado la PAEG y va a estudiar Farmacia.
Este es tu tercer año que vas a Taizé ¿por qué?
– ¿Por qué he ido a Taizé durante tres años seguidos? Puede que porque, como dijo Juan Pablo II cuando fue allí en 1986, “por Taizé se pasa como por una fuente”. Creo que cada año es necesario parar y retirarse a beber de esa agua para después repartir en Albacete, en la Diócesis, en la parroquia la fuerza conseguida en esa pequeña aldea de Borgoña.

Este año, especialmente, han sido siete días de reflexión marcados. El punto culminante de la semana fue cuando dos amigos y yo fuimos a hablar con el prior de la Comunidad de hermanos que lleva todo allí: el hermano Alois. Hablamos con él sobre el grupo de oración que llevamos los jóvenes en la parroquia y nos insistió en que lo más importante ahora es llevar la magia de la oración y el acercamiento a Dios a los jóvenes, porque somos el futuro de la Iglesia.

Viendo la sencillez con la que viven los hermanos, te paras a reflexionar sobre tu día a día. Ellos viven con lo mínimo indispensable, sus bienes al entrar en la comunidad de hermanos de Taizé pasan a ser compartidos o donados, congregan a cristianos de todos los tipos y de infinidad de países, no aceptan donaciones y todo el dinero que ganan para poder salir adelante es de lo que sacan de la tienda que hay en la colina de Taizé. Y tú… no puedes vivir sin móvil, no puedes vivir sin internet, no puedes vivir sin televisión, no puedes vivir en silencio, no puedes vivir sin gastar dinero.

Así, ir a Taizé es para mí un recordatorio de lo que dijo Jesús que tenemos que hacer: Vivir humildemente, donar todos nuestros bienes a los pobres y seguirle. Viendo a los hermanos, que así lo hacen, ves un testimonio de fe que te empuja a querer seguir a Jesús y vivir en servicio a los demás, simplemente. Taizé es una fuente de agua de la que por lo menos una vez hay que beber.

– Alberto Navarro estudia Derecho. Es el segundo año que ha ido a Taizé. ¿Por qué le aconsejarías a otros jóvenes como tú, esta experiencia de la semana en Taizé?
– Mira, nuestra vida actual transcurre a un ritmo cada vez más rápido. Los avances técnicos han acelerado nuestra vida. Nuestro modo de relacionarnos con la naturaleza ha cambiado: ya no vivimos en simbiosis con ella, ahora la utilizamos (a la vez que la destruimos) en busca de nuestro provecho inmediato. Y, ¿qué pasa con el ser humano? Algo parecido, ya no vivimos en paz con nuestros hermanos, en cierto modo hemos regresado a la selva: pisar o ser pisado. Y, ¿qué hace Dios? Dios, mientras contempla cómo nos destruimos unos a otros olvidando su Mensaje, encomienda a algunos elegidos la misión de devolver la esperanza a la humanidad. Y aquí es donde aparece la figura del Hermano Roger de Taizé. En nuestro contexto histórico actual: crisis económica, guerra, hambruna en Somalia, pero sobre todo, división, división entre hermanos, entre familias, entre Estados, entre Iglesias, entre Credos que beben de una misma fuente que es Cristo Resucitado; todavía es posible la esperanza.

Cuando uno llega a Taizé, casi siempre después de un largo viaje, suele tener problemas para adaptarse al ritmo de la Comunidad. Pero, al día siguiente, después de descansar, y una vez que uno se introduce en la vida comunitaria, en las tres oraciones diarias, los cantos que las acompañan, participa en los grupos de reflexión bíblica guiados por un hermano de la Comunidad y bajo un punto de vista ecuménico (cristianos que piensan más en la unión en torno a Cristo, que en la división operada por los hombres a lo largo de la historia), Dios se manifiesta. Una vez que abandonamos los banales asideros de nuestro mundo materialista y vivimos austeramente, tanto la cabeza como el corazón despiertan a la realidad, comienzan a buscar un porqué, y tarde o temprano lo encuentran. Es difícil expresarlo, la experiencia en Taizé roza lo inefable, pero el Hermano Roger lo expresó muy bien: “Dios sólo puede amar”.  Al sentirse uno amado por Dios, inevitablemente su vida cambia. Comienza a darse a sí mismo a los demás y a ser testigo de Aquél que murió por nosotros.

Al joven español que cree que no necesita a Dios, no trataría de convencerle con argumentos; lo invitaría a acompañarme una semana a Taizé, y sólo le pediría que a la vez que cuestione todo y dude de todo, mantenga una actitud de apertura hacia lo nuevo, y busque en su interior sin temor a lo que pueda encontrar. Dios hará el resto…

– Beatriz López estudia Ciencias Políticas.Es la primera vez que vas a Taizé ¿Qué esperabas encontrar?
– Yo iba a Taizé, llena de intriga y sin saber muy bien con qué me iba a encontrar, pero con un sentimiento que me decía que iba a ser una experiencia única. Y así fue. Para mí es, sin ninguna duda, un lugar de emociones. Un lugar donde experimentar sensaciones antes desconocidas, un lugar que te brinda la oportunidad de conocer a gente de otras culturas, países e incluso de tradiciones distintas a la tuya, pues compartes los momentos de oración con protestantes, ortodoxos, etc. Para mí, ha sido un lugar que me ha permitido acercarme más al Señor, darme cuenta de que con la rutina, el día a día, las obligaciones y un sin fin de excusas más, me había alejado un poco de Él. Es un lugar de encuentro, pero no sólo con Dios sino también de encuentro con personas,  conocidas o nuevas, que te aportan una riqueza espiritual y personal impresionante y con uno mismo. Es difícil de explicar hasta que lo sientes. Tienes la posibilidad de hablar con los hermanos, las hermanas, jóvenes que han decidido vivir allí de manera permanente, y te das cuenta de que todos ellos tienen una sonrisa que ofrecerte, que todos ellos te han enseñado algo muy valioso: que la entrega y el servicio a los demás son su forma de vida y no necesitan nada más porque eso les hace estar más cerca de Dios cada día. Entonces es cuando te das cuenta de que en la sencillez está la clave de todo.

Por otro lado, Taizé ha despertado en mí emociones que estaban ocultas desde hace mucho tiempo y aparecen de repente, sin saber por qué, pero agradeces que estén ahí. Compartes momentos, oraciones, cada minuto del día y el encanto de compartirlo todo es que disfrutabas haciéndolo gracias a la fe que Dios nos ha dado.

En definitiva, desde mi experiencia, Taizé es el claro reflejo del cariño, la sencillez y la compasión que nos transmite el Señor y que, gracias al Hermano Roger, fue posible. Como él mismo escribió en uno de sus libros: “Dios de paz, tú amas y buscas a cada uno de nosotros antes incluso de que nosotros te amemos. También hay un vivo asombro al describir que tú miras a todo ser humano con una infinita ternura y una profunda compasión”.