2 de marzo de 2019
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Homilía en la recepción del Rito de Admisión a las Ordenes Sagradas
y del ministerio de Acólitos (Catedral de Albacete).
La Eucaristía que celebramos esta tarde en la Catedral en la cual dos seminaristas de nuestra diócesis de Albacete, Saúl y Alejandro, van a ser admitidos a las Ordenes Sagradas, y otros dos seminaristas, Álvaro y Juan Ángel, van a recibir en ministerio del Acolitado, con el objetivo de ir dando pasos para alcanzar, si Dios quiere, el Diaconado y el Orden Sacerdotal, son un motivo de inmensa alegría para mi como obispo de esta diócesis, para el Seminario, que existe unido al de Alicante, igual que los seminaristas, aunque ahora no sean muchos; alegría para estos jóvenes, para sus familias y paisanos, para los Seminarios de Albacete y Alicante, al que agradezco en la persona del Rector y de los formadores su extraordinaria ayuda y desvelo en la buena formación humana y espiritual de estos jóvenes; alegría de su Rector albaceteño, don Pedro Ortuño; alegría en los sacerdotes y diáconos albaceteños que refuerzan su esperanza de que recibirán muy pronto nuevos diáconos y sacerdotes que les ayuden en su importantísima tarea evangelizadora; alegría en muchas familias y entre los miembros del apostolado seglar asociado que tendrán más sacerdotes que les acompañen en su vida y misión apostólica; alegría entre los miembros de la vida consagrada, especialmente entre las religiosas de clausura pues entienden que sus sacrificios y oraciones son importantes ante el Señor; y alegría en todos los presentes en esta nuestra querida catedral (gracias Sr. Deán y Cabildo, Sr. Cura párroco, vicario parroquial, diácono, sacerdotes y laicos colaboradores en la misma), porque el Señor y la santísima Virgen de los Llanos nos bendicen con el paso adelante de estos jóvenes, con la existencia del Seminario y con la seguridad de que seguirán bendiciéndonos, si les somos fieles y se lo pedimos con fe, con nuevos seminaristas, candidatos al sacerdocio, dispuestos a entregarse al Señor y al servicio de los fieles en su Iglesia.
Toda vocación, toda llamada y encargo de una misión en la Iglesia tiene su origen en la mirada compasiva, misericordiosa y llena de amor de Jesús hacia algunas personas. Dice Jesús: “La mies es mucha y los obreros pocos, rogad pues al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Es el Señor el que llama a trabajar en su viña, a subirse a su barca, la Iglesia, a remar mar adentro. Y nos dice también el Señor: “No sois vosotros los que me habéis elegido, sino que he sido Yo quién os he elegido y llamado, y os he enviado para que deis mucho fruto y vuestro fruto permanezca eternamente”. Si miráis en vuestro interior, en vuestro corazón, tomaréis conciencia de vuestra pequeñez en el orden humano y la inmensidad del amor misericordioso del Señor para fijarse en vosotros y llamaros a ser sacerdotes un día no muy lejano, a ser pescadores de hombres, pastores de su rebaño con Él, el Buen Pastor. Entrega total, generosa, y vocación, maduración cristiana, santidad y servicio, son como las dos caras de una misma moneda, las cuales se implican mutuamente a lo largo de la vida del discípulo y del apóstol.
La llamada de Dios se realiza por medio de la mediación humana y comunitaria (familia, parroquia, sacerdotes, formadores, profesores, grupos apostólicos …). Dios nos llama a pertenecer a la Iglesia y, después de madurar en su seno, nos concede una vocación específica: a la vida matrimonial, a la vida consagrada, a la vida misionera y apostólica, y a la vida sacerdotal. El camino vocacional se hace al lado de otros hermanos y hermanas que el Señor nos regala. La comunidad cristiana está siempre presente en el surgir, en la formación y perseverancia de las vocaciones. Por ello, todos estamos implicados en el nacimiento, discernimiento y maduración de las vocaciones.
La vocación nace en la Iglesia. Y, desde el nacimiento de una vocación, es necesario un adecuado ‘”sentido”’ de Iglesia. Nadie es llamado exclusivamente para un lugar concreto, ni para un grupo o movimiento eclesial, sino al servicio de la Iglesia y del mundo. La vocación crece en la Iglesia. Por ello es muy conveniente realizar experiencias apostólicas junto a otros miembros de la comunidad. Y la vocación es sostenida por la Iglesia. Después del compromiso definitivo, el camino vocacional en la Iglesia no termina, continúa en la disponibilidad para el servicio, en la perseverancia y en la formación permanente. Quién ha consagrado su vida al Señor está dispuesto a servir a la Iglesia donde ésta lo necesite.
Queridos Saúl y Alejandro, vais a ser admitidos a las Ordenes Sagradas. Con un breve rito, pero expresivo gesto por vuestra parte, al solicitarlo al Obispo y al recibirlo, manifestáis que aspiráis a alcanzar un día, si Dios quiere, el diaconado y el presbiterado expresando públicamente vuestra voluntad de ofreceros a Dios y a la Iglesia para ejercer este ministerio. La Iglesia, por su parte, a través del Obispo, os elige y os llama para que os preparéis a recibir un día, si Dios quiere, las Ordenes Sagradas.
Queridos Álvaro y Juan Ángel, esta tarde vais a recibir el ministerio de Acólitos.“A vosotros la Iglesia os confía la misión de ayudar a los presbíteros y diáconos en su ministerio, y de distribuir como ministros extraordinarios la Sagrada Comunión a los fieles en la Eucaristía, y también de llevarla a los enfermos. Por vuestra dedicación especial al ministerio eucarístico, debéis vivir más intensamente del sacrificio del Señor, y procurar identificaros más plenamente con El. Procurad, pues, ir captando el sentido íntimo y espiritual de las acciones que realizáis, de manera que cada día os ofrezcáis vosotros mismos al Señor como sacrificio espiritual que Dios acepta por Jesucristo”.
Recordad queridos seminaristas que Dios es el principal agente de vuestra llamada puesto que es quién puede modelar el corazón de las personas. Y, si Dios ha querido hacerse el encontradizo con vosotros, dando el primer paso, a este hecho debe corresponder una respuesta libre, gratuita y agradecida por vuestra parte. Por ello, respondiendo positivamente a la llamada del Señor, seréis también protagonistas en el proceso vocacional, puesto que se trata de una llamada personal, con nombre y apellidos, hacia un camino de felicidad plena en la entrega a El y a los hermanos.
La responsabilidad principal en cada Iglesia local en el ámbito vocacional corresponde al obispo diocesano, ciertamente, pero también a sus más cercanos colaboradores, los sacerdotes presentes en nuestras parroquias y en otros muchos lugares de servicio en la diócesis. Ellos, si son conscientes de su vocación y felices en el ejercicio de su ministerio, si viven con gozo y entrega su sacerdocio, serán modelos cercanos a imitar por muchos jóvenes que pueden recibir la llamada del Señor a ser sacerdotes. Y los mismos sacerdotes, sin temor ni reparo alguno, estarán gozosos de hacer presente esta posible llamada del Señor para que seáis sacerdotes y de acompañaros en vuestro discernimiento, maduración y compromiso positivo.
El ejemplo expresado en el trabajo pastoral cotidiano, así como la animación y el acompañamiento previo al ingreso al seminario corresponde al sacerdote insertado en el presbiterio. Todos tenemos la experiencia de haber conocido excelentes presbíteros que han servido de referencia e instrumento en manos de Dios para hacer visible nuestro propio destino o vocación. La alegría, el tesón, la oración, la esperanza y la fidelidad a Cristo de los propios sacerdotes son detonantes luminosos en niños y jóvenes de un camino de entrega y de servicio a Dios y a sus hijos para toda la vida.
De vital importancia para la configuración de una vocación sacerdotal es la propia familia. Un hogar abierto a la vida y a la generosidad, donde se ha aprendido a conocer y amar a Dios, donde se transmiten virtudes y valores profundamente humanos y cristianos, es un soporte seguro para nuevas vocaciones sacerdotales.
De igual modo las parroquias de origen, así como los movimientos apostólicos y juveniles cristianos, son elementos de aliento y empuje necesario al compromiso cristiano, favoreciendo así la llamada concreta que Dios hace al sacerdocio. Todo este conjunto de agentes implicados lleva consigo una importante colaboración y coordinación a nivel diocesano, de tal manera que naveguemos juntos en la misma dirección y establezcamos los cauces necesarios para que la llamada de Dios al sacerdocio sea escuchada y encuentre respuesta generosa y agradecida.
Ayudadme pues en esta tarea queridos sacerdotes, familias, miembros de la vida consagrada y fieles de la diócesis. Nuestra Iglesia necesita sacerdotes y personas consagradas, nosotros los necesitamos. El testimonio personal y comunitario, el ejemplo de entrega generosa de cada uno de nosotros, la oración, el sacrificio, la intercesión de los santos y beatos de nuestras tierras y la intercesión de Santa María de Los Llanos lo harán posible, pues Dios lo quiere y su “viña” en Albacete los necesita.
+ Ángel,
Obispo de Albacete