15 de septiembre de 2015
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El verano es tiempo propicio para poder tener una experiencia en misión. Un grupo de albaceteños han podido vivir unas semanas codo a codo con nuestros misioneros albaceteños en dos países Zimbabwe y Guatemala. Dos de ellos son Fernando Zapata, delegado diocesano de misiones y vicario parroquial de La Roda; y Luis Alfredo Romero seminarista natural de Villarrobledo.
Fernando, ¿cómo has visto a nuestros misioneros?
Diócesis de Gokwe, Zimbabwe. Parroquia de San Jerónimo, Guatemala. Dos países y dos continentes. Muchos Kilómetros recorridos este verano para encontrarme, simplemente, con la sonrisa de la gente. Y ya no es cómo veo yo a nuestros misioneros, sino cómo los ven aquella gente: como uno más. Me recuerda el lema de la Infancia Misionera: Yo soy uno de ellos. Y es que así los he visto y así lo he vivido en primera persona.
Se han convertido nuestros misioneros de Albacete en verdaderos testigos de la Alegría del Evangelio, ya sea en África, con su pobreza y sus gentes, sus tribus e idiomas, sus bailes y cantos, sus celebraciones y aquella luz especial del atardecer africano que te envuelve como si fueran los brazos del mismo Señor, ya sea en Centro América, con su miseria y violencia atroz, con sus olores y colorido impresionante, con su gente que abre la puerta de casa para regalarte su acogida y lo poquito que tienen… Misioneros del Señor, Misioneros de Albacete.
El trabajo de nuestros misioneros, ¿en qué consiste?
Llevan a cabo un trabajo hermoso. Don Ángel Floro, en Zimbabwe, como Obispo de la diócesis, es el Pastor de la Comunidad. Es el Securu, como dicen en su lengua nativa ndebele, el Padre, el que acoge y tiene la experiencia. Y así lo hace. Un hombre cercano, que sonríe sin parar y escucha al pueblo que Dios le ha encomendado. Un Padre que gestiona con un trabajo encomiable las ayudas que llegan de España a través de Manos Unidas o Cáritas o la propia Delegación de Misiones: colegios, pozos, alimentos, transporte…
Por otro lado, en Guatemala, hemos sido acogidos por el Padre Helio, allá en su parroquia. Y de nuevo, el trabajo suyo es impresionante. Siempre sonriendo y hablando de la cercanía de Dios con “su gente”, los más pobres, he visto cómo se hace uno de ellos en su misma pobreza. Y desde ahí, en uno de los barrios más pobres, realiza su labor como vicario parroquial. Qué hermoso ver a tanta gente acercarse al Sacramento del Perdón. Pues ahí está, cercano a los anawin del siglo XXI. Compartiendo con ellos las ayudas que podamos mandar desde la Diócesis.
¿Cuál ha sido la imagen que te traes de esta experiencia?
Una imagen: una Iglesia. Cuando paseas por los rincones de África junto a nuestro Obispo D. Ciriaco y algunos sacerdotes, y como una pequeña familia, rezamos juntos el Santo Rosario o el Oficio, caes en la cuenta de que lo más hermoso es sentirse Iglesia, Iglesia Universal. Vives a miles de kilómetros la cercanía de la Iglesia de Albacete, de sus gentes y sufrimientos. Y eso me hizo sentirme muy pequeño, y a la vez muy ilusionado con mi propia vocación de servicio por este Reino de Dios que hay que predicar en todos los rincones de este mundo nuestro.
Luis Alfredo, ¿Cuál ha sido vuestra labor durante esta experiencia?
Nuestra labor ha sido sencilla: visitar a los misioneros de Albacete allí y conocer la realidad en la que se encuentran y viven, adentrarnos en las comunidades en las que están y saber de los proyectos que allí llevan a cabo.
¿Con que imagen te quedas de estos días?
No tendría una imagen con la que quedarme, son muchas las que me vienen a la mente en este momento. Destacaría algunas: la sonrisa de esos “patojos” (niños); la visita a casa de D. Layo en Dolores; la tertulia con Sofía, una mujer que había sufrido en su vida las consecuencias de la guerra y catequista durante muchos de la comunidad parroquial; una familia que se ve apurada para pagar un medicamento que necesita una de sus hijas pequeñas; el recuerdo de los sacerdotes de Albacete que han pasado por allí y han dejado una huella importante en la fe de esas gentes, de un modo especial los mayores; las manos arrugadas de esa mujer mayor en El Chal haciendo tortillas de maíz… Me llamaba mucho la atención los contrastes que se daban en el nivel de vida. Pero lo que más me gustó fue ver la esperanza de esa gente y la gran confianza en Dios que tienen. Son un testimonio alentador de la fe que se vive en esas comunidades.
¿Cómo nace el deseo de compartir esta experiencia de verano en misiones?
Es curioso, pero este es un viaje que tenía muchas ganas de hacer. Cuando tenía 11 años, el cura de mi parroquia en Villarrobledo, Javier Pla, se marchaba de misiones, se iba a Guatemala. Aquello me marcó mucho, aunque siempre mantuve el contacto con él a través de diversos. Cada vez que venía de visita a España, nos presentaba la realidad de aquel pueblo guatemalteco y los proyectos que allí llevaba a cabo. También la sonrisa que su rostro reflejaba cada vez que hablaba de ello. Entonces le dije a Fernando Zapata, Director del Secretariado Diocesano de Misiones, que al próximo viaje a Guatemala estaba interesado en ir para descubrir y conocer aquello de lo que durante mucho tiempo había oído hablar y había visto en fotos.
Y a la vuelta… ¿Cómo trasladar lo vivido al día a día?
Son muchas las cosas que allí hemos visto y vivido y que aun, sobretodo algunas, están por asimilar. Lo primero que traslado es la enorme cantidad de gracias a Dios que tengo que dar todos los días por el hermoso regalo de la Vida. Eso es algo que me ha marcado de esta experiencia y que me ha comunicado aquella gente. El no perder la ilusión por vivir cada momento como un regalo de Dios. Otra es el valorar todo lo que tengo y me ha sido dado, tanto inmaterial como material. En cuanto a mi fe, el hecho de preparar cada uno de los momentos de encuentro con el Señor con una ilusión tan grande que pueda ser reflejada en mi vida para llevar este mensaje a los demás y contagiarlo.
Luis Alfredo, por último ¿cómo resumirías tu experiencia?
Mi experiencia la resumiría con esta frase del salmo 125: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres” Porque de esta experiencia son más las cosas que el Señor nos ha regalado de aquel pueblo que aquellas que nosotros hayamos podido aportar. Porque al principio no sabíamos dónde nos habíamos metido con este viaje, y sin embargo, no teníamos prisa por regresar. Y una cosa, que cada vez voy descubriendo más, es que nunca dejemos de sorprendernos con aquello que el Señor nos va a regalar. Doy gracias a Dios por todo lo vivido “allá” y pido por todos los que han dejado una enorme huella en nosotros para que el Señor siga derramando su Gracia sobre ellos.