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29 de mayo de 2016

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Su nombre es José Luis Segovia, aunque todos lo conocen como Josito. Él se presenta a sí mismo como una de las muchas personas que acompaña y aprende de quienes menos tienen, pero su experiencia en el sector es dilatada. Abogado en cuestiones penales durante años, sacerdote en una parroquia de Vallecas, miembro de la Universidad Pontificia de Salamanca y en la actualidad, Vicario Episcopal de Pastoral Social e Innovación. Nadie mejor que él para dirigir la ponencia principal del Encuentro Diocesano de Misericordia, celebrado los pasados días 1 y 2 de abril. Una cita en la que quiso invitar a los asistentes a «abrir boca, ojos y corazón para acoger la misericordia de Dios, y entenderla».

En su ponencia habló de la misericordia desde tres vertientes. La primera pasa por experimentar la misericordia dejando a Dios todo el protagonismo. Es lo que se conoce como la dimensión teologal de la misericordia, una experiencia de desmesura de Dios que, insiste Josito, solo se recibe desde la pasividad, después de un primer momento de aceptación del don, de admiración, de maravillamiento. De lo contrario, si no tenemos claro este primer momento en la acción caritativa y social, corremos el grandísimo riesgo de convertirnos nosotros en protagonistas.

Para Josito la clave es sencilla, para ello «basta con colocar a Dios en el sitio que toca, y dejarnos misericordear por él, experimentando sus misericordias en nuestra propia vida». La misericordia, el cariño, la ternura, esa pasión que Dios tiene por nosotros, es el origen de que luego nosotros podamos apostar por el cariño, la misericordia, la hospitalidad, la acogida y la integración social hacia los demás. Josito no quiere que olvidemos que el reino de Dios no es una conquista, sino una humilde colaboración. De esta manera, el sacerdote nos pide que en nuestro trabajo con los demás, no vayamos ni de salvadores, ni de víctimas, «siervos inútiles somos», recuerda. Y es que para él, lo bonito es que las personas vulnerables opten por nosotros y estén dispuestos a queremos a pesar de nuestras mediocridades y de no estar en su misma situación… Esa es la locura del amor.

Pero no se puede hablar de misericordia sin contemplar nuestro trabajo en comunidad y por ende, la misericordia entre nosotros, con independencia de credos e ideologías. Y es que ante desafíos tan difíciles, no cabe una sola estrategia. Josito animó a los asistentes a ponerse en el lugar natural de la Iglesia, a los pies de la cruz, «cuando nos separamos de ahí -asegura- empezamos a ideologizar, y perdemos la perspectiva. Solo nos debe interpelar el dolor terrible de quien está sufriendo, y siendo uno para que el mundo crea». Para él, la fraternidad pasa por crear estructuras de coordinación y sinergias, pero sin protagonismos, sin meter palos en la rueda del prójimo y colaborando los unos con otros con un mismo fin: desclavar al crucificado de sus cruces, eso sí, sin alejarnos de sufrimiento. De esta manera, quiso animar a todos los asistentes a trabajar unidos, coordinados y en red por las personas que nos necesitan, apostando por la justicia y por los pobres. La fraternidad vive de la espiritualidad del centro que es Él. De ahí surge un nosotros, que nos pone en el lugar del dolor, sin perder el desafío de ser uno.

La impotencia compartida
Finalmente, Josito se refirió a las obras de misericordia y de justicia para con los pobres pero desde la horizontalidad, tal y como explica el Papa Francisco en el Evangelii Gaudium. «Ese es nuestro desafío -insiste el sacerdote- que no pasa por apostar por los pobres, sino dejarnos querer por ellos. Para ello tenemos que acoger al pobre como lo que es, otro Cristo». Josito habló de un término clave en la acción socio caritativa: la impotencia compartida a la que también quiso definir como sacramento de Dios. Para Segovia, hablar de impotencia compartida es dignificar al otro, pues se trata de tener esa capacidad necesaria para encontrarnos con el sufre, para dejarnos afectar por su dolor, para escucharlo y sufrir con él. El Evangelio nos desmonta, nos desideologiza y nos pone, insiste, ante lo fundamental, que es el encuentro con el ser humano. Lo que reclama este momento, a juicio de Josito, es la capacidad para dejarnos afectar por el dolor de los hermanos y hermanas que sufren, y cultivar las dos dimensiones fundamentales compartidas con los hombres de buena voluntad, porque estamos llamados a realizar el sueño de Dios con aquellos que no creen y que tienen otras confesiones, pero el mismo anhelo de justicia. Para Josito son dos los sentimientos morales que compartimos: la compasión, el ponerse en el lugar del sufrimiento del otro, el no pasar de largo; y la indignación, esa profunda sublevación personal que se produce en nuestro interior cuando vemos el sufrimiento evitable del otro. Los pobres, según Josito, son la mayor riqueza de la Iglesia, por eso cuando hay encuentro con ellos ya hay algo más que una solución.