8 de junio de 2012
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Mons. D. Ireneo García Alonso nació el 25 de marzo de 1923 en Quintanilla Vivar, Burgos. Realizó sus estudios eclesiásticos en el Seminario de Burgos entre 1934 y 1940 y en Toledo de 1941 a 1942. Se doctoró en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca en 1948. Era Licenciado en Derecho Canónico en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma en 1957. Fue Párroco de Helechosa de los Montes en Badajoz de 1948-1949; Profesor de Humanidades en el Seminario de Toledo de 1949 a 1955. Además fue Canónigo Penitenciario de la Catedral de Toledo entre 1958 y 1968 y Canciller Secretario del Arzobispo de Toledo (1960-1968). El 7 de diciembre de 1968 fue nombrado Obispo de Albacete. El 25 de enero de 1969 fue consagrado Obispo en la Catedral de Albacete, labor que desempeñó hasta que la Santa Sede admitió su renuncia por motivos de salud el 4 de agosto de 1980. Desde entonces vivió retirado en Toledo dónde ha pasado todos estos años de enfermedad ofrecida por su Diócesis de Albacete asistido con todos los cuidados y el cariño de sus hermanas.
D. Ireneo inicia su pontificado en Albacete el 25 de enero de 1969, y coincide todo él con tres importantes transiciones en España, que marcan su acción episcopal en todo este tiempo:
1. Transición religiosa del catolicismo español a partir de Vaticano II, que tiene consecuencias profundas en la práctica religiosa, en las organizaciones de la Iglesia y especialmente en la vida y ministerio de los sacerdotes.
A la luz del Concilio impulsa una profunda renovación en la vida y en la pastoral diocesana, mediante una programación organiza por objetivos preferentes que implica a instituciones, a militantes y a fieles de la Iglesia local, mediante creación de Consejos que promueven y coordinan; estudio permanente de la realidad, movimientos y equipos eclesiales de evangelización, catequesis, asambleas parroquiales, revisiones periódicas para agilizar la acción propia de casa sector pastoral, atención especial a los arciprestazgos, etc.
Cuida con esmero la renovación litúrgica y es notable la rápida aplicación de toda la normativa del Concilio en las celebraciones sacramentales.
2. Transición política. Paso de un régimen político a un nuevo sistema de estado y gobierno entre los españoles, con incidencias, concretas en el ejercicio del ministerio sacerdotal y que repercute seriamente en el gobierno pastoral de los Obispos, homilías sancionadas, dificultades en reuniones de apostolado, asociaciones públicas, etc.
En los distintos conflictos que provoca la rápida evolución política, prevalece siempre su caridad pastoral, su entereza episcopal y una exacta fidelidad al Magisterio y a la misión de la Iglesia.
3. Transición socio-cultural. Nuevo sistema de convivencia, de libertades, de influencias de todos los medios de comunicación y, por lo que a la Iglesia se refiere, ambiente de secularización y desacralización que repercute ampliamente en la vida pastoral, por la rapidez que se realiza y extiende. En este clima, inicia él su pontificado y ya en su primera homilía advierte que “una década difícil se inicia en la vida de la Iglesia en España”.
Desde el primer momento es notable su presencia y acción directa en el Seminario y sacerdotes, llevando adelante el “Ideario de formación sacerdotal” que se estaba realizando en la Diócesis con el acuerdo de todo el Consejo Presbiteral y la iniciativa de los superiores y profesores se decide el traslado del Seminario a Valencia. Su presencia y seguimiento del mismo es constante. Cuida de forma esmerada el diálogo personal y directo en todos y cada uno de los sacerdotes; acompaña y está atento a todas las experiencias pastorales que se hacen en la Diócesis.
Sufre sensiblemente el dolor que le producen las defecciones sacerdotales que se dan en aquellos momentos y siempre es palpable su cercanía afectuosa y cordial y su ayuda personal a todos los sacerdotes.
Es amplia y constante su actividad magistral, litúrgica y pastoral desarrollada en todo el ámbito de la Diócesis e incansable su atención a todos los movimientos apostólicos, numerosos y abundantes en aquel momento en la Diócesis (A.C. de adultos, jóvenes, movimientos de evangelización, HOAC, JOC, Hospitalidad y especialmente los movimientos familiares cristianos.
Su salud se va quebrantando dolorosa, visible y progresivamente. Es ejemplar su aceptación y testimonio cristiano.
Cuando cree que ha llegado el momento, comunica generosamente al Papa su estado de salud y presenta la renuncia a la Diócesis que le es aceptada el 4 de agosto de 1980.
El recuerdo y la imagen que se guarda de él en la Diócesis es de un Pastor bueno, un hombre íntegramente eclesial y profundamente evangélico.
Traigo también a la memoria de todos, el texto de la carta de despedida que escribió Mons. Tabera, a toda la Diócesis, ocho días antes de la ordenación episcopal y de la Toma de posesión de D. Ireneo como Obispo de Albacete.
“El próximo día 25, festividad de San Pablo, -que con intención tan sincera y comprometedora, ha querido elegir Don Ireneo para el comienzo de su pastoreo entre vosotros-, pondré yo en sus manos hábiles y amorosas estas Diócesis nacida en mis brazos y al calor de mi corazón, y crecida y madurada, a pesar de todos lo fallos y limitaciones humanas, a fuerza de dedicación, de sacrificio, de trabajo y de afanes de todos, -sacerdotes, religiosos y seglares-, unidos ejemplarmente a su humilde pastor. La Diócesis joven todavía pero ya pujante, es obra de todos los miembros de la familia de Dios. Y con ello termina entre vosotros la misión oficial que El me encomendó. El Papa ha querido que haya en Albacete un relevo de las personas que, “de modo visible y eminente hacen las veces del mismo Cristo y actúan en su lugar” (LG 21); pero no hay relevo para Cristo Jesús, el auténtico Maestro, Sacerdote y Pastor. El continúa siendo perennemente “el Pastor y Obispo de vuestras almas” (1P 2, 25)”.
En la historia de la Iglesia, hay vidas episcopales, que se consuman en el dolor y en la inmolación, y desde ahí ejercen su pastoreo más genuino.