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22 de abril de 2018

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En este 22 de abril, que se celebra la Jornada de Vocaciones Nativas, queremos tener presentes a los misioneros de Albacete. Todos con una vocación, todos dijeron que sí a la llamada. Y algunos de ellos dedican parte de su labor evangelizadora a formar o acompañar a jóvenes, que también han respondido a esa llamada. A continuación, tenemos el testimonio de dos de ellos. 

Pedro Jesús Arenas, misionero de la congregación Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús (dehonianos), se encuentra en Quito como formador de jóvenes que inician un camino vocacional a la vida religiosa. Y Francisco Javier Plá, misionero del IEME en Nicaragua, en Puerto Cabezas, dedica parte de su tiempo acompañando la dirección espiritual del Seminario Menor.

¿Qué tal la experiencia como formador?   
Pedro Jesús. La formación no es, por lo general, el primer deseo de un joven religioso que se va de misiones. He asumido este encargo desde un proyec­to de misión que se asume de manera comunitaria entre to­dos los religiosos que confor­mamos la presencia de nuestra Congregación en Ecuador. Es una experiencia muy hermosa acompañar la acción de Dios en los jóvenes, en su historia y en su fe. Es una experiencia de escucha, saber estar, saber hablar y, otras veces, callar. Es, sobre todo, de contemplación, donde la oración tiene un valor muy significativo.

Javier. Es todo un reto por­que pertenezco a una Diócesis que tiene tan sólo dos meses. Uno de los objetivos priorita­rios que el Obispo ha puesto es el de la Pastoral Vocacional. Es­tamos comenzando el Semina­rio Menor con 29 muchachos. Todos somos nuevos en esta nueva experiencia; así que, nos toca abrir camino. Estamos ilu­sionados.

¿Qué experiencias acumulas en esta etapa?               
Pedro Je­sús. Han sido dos años muy intensos. El año pasado fue de darme cuenta donde me había me­tido, éste está siendo de más calma y serenidad. La experiencia más significativa tiene que ver con el abandono y la impotencia. Me lo dijo Puri, una religiosa de mi pueblo, Barrax, que también ha estado en la for­mación durante varios años: “habrá momentos en los que no sepas qué hacer”. Y así ha sido, es la vida de los chicos, son sus decisiones a veces acertadas y otras no tanto. En todas ellas se impone el respe­to y permitir que aprendan de sus propias equivocaciones y aciertos, siempre releyendo la vida y el paso de Dios en ella. Ante eso, hay momentos en los que el formador no puede hacer más que contemplar el camino elegido, aunque de­seara otro para la persona. Son momentos de abandono en Dios, en la oración y dejar que Él vaya haciendo su obra como desee. Otra bonita expe­riencia es contemplar cómo las convicciones personales y los aprendizajes asumidos durante la vida se convierten en ense­ñanzas para los jóvenes.

Javier. La experiencia fun­damental que puedo contar es en relación con el equipo de dirección: una experiencia de mucho compañerismo, in­tentando hacer un ideario de casa para que se convierta en un espacio comunitario donde poder discernir la vocación.

¿Cómo se acompa­ña a un joven que da un paso adelante, que responde a una llamada? Pedro Jesús. En la forma­ción no hay recetas. Cada día es una experiencia distinta y un descubrir nuevos caminos. Asumiendo eso desde el prin­cipio, y también con lo dicho anteriormente, creo que hay algunas actitudes: la humil­dad (la vida del otro es “tierra sagrada” y, como tal, hay que tratarla. Esto incluye: no im­poner, no dirigir, no violentar), ser luz (iluminar la vida, como el candil que se encendía ver de noche. El candil ilumina el escalón para no caer, el lugar donde están las cosas. Así, el formador ilumina el camino con la experiencia, permite que Jesús sea el Maestro con su Pa­labra, con la Eucaristía, ayuda a interrogarse, a crear criterios, a profundizar la vida, a discer­nir). La piedra de penitencia (en la casa de formación el jo­ven va a crecer en la medida que crezca su consciencia, que se haga dueño y protagonista de su vida, sus decisiones y su historia, que descubra cuáles son sus valores y también sus necesidades insatisfechas que se concretan en esa piedra de penitencia con la que siempre se van a dar “de cabeza”. Cuan­to más conscientes sean, más podrán evitarla, preverla e irla trabajando, aunque sea un tra­bajo de por vida). La paciencia (entender que el formador no es protagonista, es más que nada espectador de la acción de Dios en la persona, en la medida que ésta lo permite y se va abandonando a su voluntad. Es la paciencia del sembrador que, por más que se empeñe, no va a lograr que la plantita crezca más rápido. Su trabajo consiste en preparar el terreno, abonar, regar…). Buscadores del carisma (trabajar en la for­mación para la vida religiosa es también descubrir si la semi­lla del carisma concreto de la Congregación está en la perso­na en formación).

Javier. Yo creo que lo prime­ro que hay que acompañar es la vida cristiana de ese joven; es decir, que el Seminario sea un lugar que ayude al seguimiento de Jesús. Después será, en ese seguimiento, donde hay que ver las distintas vocaciones a las que Dios nos va llamando y ayudar a concretar esas llama­das. El acompañamiento debe de cubrir todas las dimensio­nes de la persona y, creo, que lo principal es crear ese ambiente comunitario entre los jóvenes.

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