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19 de enero de 2014

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La realidad de las migraciones es un fenómeno a escala mundial, una consecuencia y, al mismo tiempo, uno de los aspectos que caracterizan al mundo globalizado actual. Desde una mirada creyente se viene considerando como uno de los «signos de nuestro tiempo», ante el que la comunidad cristiana tiene que plantearse un respuesta.

Todas estas afirmaciones, por más que sean verdaderas, tienen el riesgo de convertirse en tópicos repetidos una y mil veces en nuestros análisis sociales y en nuestras reflexiones eclesiales, que muchas veces no encuentran eco en nuestro corazón, no tocan la entraña más honda donde se despierta nuestra respuesta compasiva. Nos hemos acostumbrado demasiado a las acciones socio-caritativas que hemos establecido en nuestros pueblos y ciudades, por otra parte dignas de ser justamente valoradas, pero que no siempre sirven de puente de encuentro y relación fraterna de proximidad en que se fundamenta el verdadero compromiso cristiano. Más bien limitan esa relación, a veces sin pretenderlo, al ámbito y al momento de la ayuda asistencial. Y eso tanto por parte de los españoles que acogemos como de los inmigrantes que acuden a nosotros.

Espero equivocarme, y que sea verdad que en nuestro contacto con las personas inmigrantes estemos creando lazos de amistad, que vayamos conociendo su peripecia humana, el camino, a veces tortuoso, que les ha llevado hasta ser nuestros vecinos, las dificultades que acompañan a cualquier adaptación a un entorno extraño, sus ilusiones ante un futuro incierto; pero que, a su vez, nosotros nos estemos dando a conocer, con nuestras inquietudes y anhelos, con nuestros problemas y sufrimientos. Espero que sea verdad que hayamos creado junto a ellos espacios para el compartir fraterno, para el enriquecimiento mutuo. Espero que en nuestras comunidades estemos comprendiendo su permanente nostalgia de la propia tierra, buscando espacios para que den a conocer sus costumbres, celebrar la fe y orar «a su manera», para conmemorar a sus patronos o, en su caso, para enseñarnos su tradición religiosa diferente. Espero que hayamos conectado con su deseo de incorporarse a nuestro sociedad como iguales, y encuentren el lugar que ya de antemano les hemos ofrecido en nuestro grupos y comunidades.

Lo que veo, en mi opinión, es que no es que quede mucho por hacer en este campo de acción pastoral, aunque ciertamente sea así; más bien veo que hemos de hacer «de otra manera». Que tal vez no sea importante el «mucho» o el «poco» sino el «cómo» hacemos la pastoral de migraciones, y la pastoral en general. Conecto mi reflexión con dos ideas que veo importantes del reciente documento del papa Francisco, Evangelii Gaudium: necesitamos ser una Iglesia «en salida», que busca encontrarse con las personas, que se hace presente en ese cruce de caminos que se nos ha presentado a nuestra sociedad con la llegada y la presencia junto a nosotros de tantos hermanos inmigrantes; y al mismo tiempo hemos de «primerear», palabra que inventa el papa para expresar que desde la Iglesia hemos de anticiparnos en mostrar la alegría del Evangelio, con el testimonio de la caridad y la solidaridad que muestra a un Dios que está de parte de la humanidad, especialmente de la que más sufre. Y esto además, insiste Francisco, es algo «urgente».

Podemos quejarnos de que la deseada integración no se acaba de conseguir, que las personas inmigrantes no vienen a nuestras convocatorias, que tras la ayuda puntual de carácter material o laboral no les interesa un mayor contacto con nosotros y de otras muchas cosas más, pero si no somos capaces de plantearnos seriamente la manera de concretar esa «anticipación» en el acercamiento y la propuesta no afrontaremos nunca una pastoral misionera que englobe esta realidad tan significativa como la inmigración.

Termino estas palabras como comencé: insistiendo en la importancia de prestar atención a este enorme movimiento humano que, mientras el mundo no alcance cotas más altas de justicia, no va a detenerse, por más que digamos que la crisis que actualmente padecemos vaya a frenarlo, ya que por aquí las cosas no andan bien. Unos se irán y otros vendrán de lugares donde, por cierto, siempre se ha estado en crisis. Y hemos de estar atentos porque es algo más que un «fenómeno social», es toda una experiencia humana que está cambiando las sociedades, una realidad en la que se ven afectadas personas y familias con un rostro concreto y una historia enlazada con ricos valores culturales, un verdadero «kairós», es decir, un acontecimiento o momento de gracia, por el que Dios nos invita a formar parte de ese cambio social haciendo posible entre todos, como dice la Campaña del Día de Migraciones de este año, un mundo mejor.