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12 de junio de 2008

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Alguien preguntó al «Blog vocacional de Albacete» sobre el diaconado permanente. Yo, por mi parte siento dicha vocación; de hecho me estoy preparando y, por ello, voy a intentar relatar cómo la he ido sintiendo.

Me llamo Javier y tengo 47 años, estoy casado y con 2 hijas, una de ellas casada. Soy funcionario de profesión.

Debo empezar diciendo que vocación, todos la tenemos en la vida: hay vocación a un cierto trabajo, a un hobby determinado, al matrimonio, vocación sacerdotal. Yo me voy a centrar en mi vocación al Diaconado permanente, que es un ministerio dentro del sacramento del orden, en grado inferior al Presbiterado y por supuesto al Episcopado. Como cristianos todos tenemos una vocación general que es a la santidad, que nos viene del misterio Pascual de Cristo, al cual somos incorporados por el Bautismo; además todos los cristianos tenemos una misión que también proviene del Bautismo y que es evangelizar, cada uno según sus capacidades y en el ámbito propio que le corresponda; así la misión del laico es en el vasto campo del mundo, bien sea en su lugar de trabajo, en la política, en el deporte, es decir, allí donde se ubique debe ser testigo de Cristo y dar testimonio de su «ser» cristiano.

También es cierto que cuando hablamos de vocación o llamada a los Ministerios siempre (al menos yo lo pensaba) creemos que la llamada del Señor va a ser de una manera estruendosa, con una voz que te indica lo que hacer y en qué momento. Pero la verdad, yo la sentí cuando yo ya estaba casado y con mis hijas algo mayores.

Fue con 33 años, más o menos, no es por nada, era la edad que yo tenía, y la verdad, mi vida no era de un hombre de Iglesia, sino de uno de tantos críticos contra la Iglesia que sólo hablaba de ella para criticarla y eso sí para que me dieran los sacramentos que yo quisiera; ¡qué hipócrita! Pero Jesús se fijó en mí y sé que quiere algo de mí, o mejor dicho, quiere todo de mí, porque Él no nos quiere a medias tintas, nos quiere enteros y dispuestos.

Pues como decía, a la edad de 33 años, siendo yo copropietario de un bar, y en un momento preciso, empecé a sentir inquietud, ansiedad, deseo de respuestas, en suma, hambre de Dios; era como una locura preciosa, que hizo tambalearme por completo: todas las excusas que yo había usado para apartarme de la Iglesia y no responder a Cristo se me cayeron por tierra, y fue esa mirada al Crucificado, sólo y muriendo por mí… lo que me hizo cambiar. Ese encuentro y ese planteamiento me hicieron empezar a buscar respuestas y ¿dónde buscarlas? Pues, en mi casa, en mi Iglesia; empecé por hacer un repaso a fondo de mi vida, y terminé por confesarme, pues llevaba ya alguno años a mi aire, y necesitaba pedir perdón y consejo: poco a poco me ayudaron a ponerme en camino, y empecé a serenarme y a encontrar respuestas.

En un principio, cuando empecé a leer el Evangelio, debo decir que me hizo daño en lo más profundo de mí ser: Cristo muere por nosotros por amor y yo ¿cómo le respondo? ¿Qué debía hacer? Mi primera reacción era dejarlo todo y lanzarme de lleno al Evangelio, pero me planteé unas premisas: Cristo me llama ahora, casado, ya algo mayor, aunque no viejo, luego si quiere algo de mi será tal como soy, aunque actuando de otra manera.

De esa manera me puse en sus manos, le dije «lo que tu quieras de mi» pero guíame tú. Y así lo está haciendo; me guió, primero a mi Parroquia (El Pilar) donde mi Párroco (D. José) nos llamó para el grupo de familia; luego para catequesis, liturgia…. Entonces descubrí que necesitaba estudios para poder servir «dando respuestas de mí esperanza», y entonces empecé los estudios teológicos en el Instituto Teológico de Albacete sacando la licencia en Ciencias Religiosas, y poco más tarde, también hice un Máster en bio-ética, esto ya fuera de Albacete. Dios me ha dado fuerza para hacerlos y yo he puesto también mi parte de esfuerzo.

Poco a poco, he ido entendiendo lo que Dios me pedía, y las necesidades de la Iglesia han sido como una llamada a servir a Dios en su Iglesia que es también la mía, y por eso, yo sigo respondiendo, con el deseo de que lo que él quiera de mi, que lo tome y aquí estoy yo para servirle, y por ello yo me digo interiormente: «estoy Señor para hacer tu voluntad».

También añadiré que, como laico, he estado en la mayoría de las vocalías de una Parroquia, pero mi labor, mi servicio, lo entiendo que ha de ser un compromiso serio y de por vida, una entrega a Cristo a través de su Iglesia, y eso lo he descubierto a través del Diaconado permanente, que entiendo como mi vocación, como llamada de Dios a servir desde mis posibilidades y limitaciones.

Tengo que dar gracias a Dios de que mi esposa e hijas entiendan y apoyen mi vocación y estén conmigo en todo, pues desde el principio les expuse esta llamada y enseguida la entendieron y apoyaron, pues vieron el gran cambio que se había producido en mí.

Para terminar diré que nuestro Obispo, Ciriaco Benavente, me animó cuando se lo propuse y me dio todas las facilidades, así como Pedro Ortuño que me ha guiado en los trámites y formación para algo tan importante como es el Ministerio Diaconal en la Iglesia, teniendo por cierto que la iniciativa para toda vocación, siempre parte de Dios; Él siempre está llamándonos para un servicio u otro, nosotros sólo debemos estar a la escucha y responder afirmativamente a su llamada, y puedo asegurar que el deseo de servirle así es algo que me llena de alegría y me desborda.