24 de diciembre de 2018
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¡Feliz Navidad a todos queridos hermanos! El gozo y la alegría invaden nuestro corazón al celebrar este gran acontecimiento para el cual nos hemos estado preparando durante el tiempo de Adviento. ¡Es Navidad! ¡Dios ha nacido entre nosotros!
Para un cristiano, pronunciar la palabra NAVIDAD, y pensar en ella, es centrar el corazón y el pensamiento en el acontecimiento más transcendente en su vida y en la historia de la Humanidad: el Nacimiento entre nosotros del Hijo de Dios, de Jesús, en Belén de Judá. Así lo anunciaban los ángeles del Señor a los moradores de aquel lugar, especialmente a los pastores: a los pastores: “Os traigo una buena noticia, os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”. “Allí encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc2,1-14).
Hablar de Navidad es hablar de Dios entre nosotros, de un Dios cercano a los hombres, recién nacido, necesitado de cuidados y cariño; es hablar del asombro y la alegría de quienes estaban allí aquella noche y de los que se acercaron a conocerlo, adorarlo y a ofrecerle sus regalos: la Virgen María y San José, los ángeles, los pastores y los sabios de Oriente guiados por una estrella. Es hablar de la grandeza de Dios y de su nacimiento en pobreza y silencio; es hablar de admiración, esperanza y amor. Es hablar de un Dios todopoderoso, que expresa su amor a los hombres a través de su Hijo Jesucristo, un niño recién nacido del seno virginal de María, que llega para mostrar el amor de su Padre-Dios a los hombres, muere en la Cruz para alcanzarnos a todos la salvación eterna y resucita glorioso para redimirnos del pecado y de la muerte.
El Prólogo del Evangelio de San Juan resalta el mismo pensamiento, aunque con palabras más teológicas. Jesucristo, el Hijo de Dios es la Palabra, es la voz de Dios-Padre, la impronta de su ser. Y San Juan, en frases sucesivas, aclara su esencia: “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”; “Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros”. La Palabra, que es la Luz verdadera y cuya esencia es divina, es decir, espiritual, se encarnó. El intangible, invisible, impasible, atemporal se hizo, tangible, visible, sometido a padecimientos y temporal. Es decir: Dios se hizo hombre, Dios entró en nuestra historia.
Con la llegada de la Navidad, para muchos, simplemente vienen las vacaciones, las calles y plazas se llenan de luces de colores, de multitud de bombillas, de adornos indefinidos y extraños; la música se oye en las calles, se compran muchas bebidas y alimentos tradicionales, se preparan numerosos regalos, se adquiere lotería, se reúnen los amigos, las familias, se junta la gente y lo festeja con grandes cenas y comidas, la gente se abraza y se desea la paz.
¿Es esto la Navidad cristiana? Desde luego que no, o no con todos estos elementos. Ciertamente, no hay Navidad sin nacimiento de Jesús en Belén. No hay Navidad sin el Niño-Dios, sin cercanía y presencia amorosa de Dios. No hay Navidad sin fe y amor, sin Dios hecho hombre.
Algunos quieren desdibujar la Navidad, vaciarla de contenido religioso y cristiano, alejar a Dios de la vida de la gente. Por ello, nosotros, como verdaderos cristianos, mantengamos la fe recibida, santifiquemos la Navidad. Acojamos y recibamos con gozo el Nacimiento entre nosotros de Jesús, el Hijo de Dios. Hagamos fiesta, gran fiesta, porque Dios está entre nosotros como un niño pequeño, Dios se ha hecho hombre para hacer al hombre hijo de Dios. Agradecidos, contemplemos y adoremos a nuestro Salvador, al Niño Dios, a Jesucristo Redentor. Y cristianicemos nuestras casas e instituciones con signos y objetos navideños. Hermanos, vivamos y celebremos cristianamente la Navidad. ¡Feliz Navidad a todos los hombres y mujeres de buena voluntad!