12 de agosto de 2013
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Se esperaba medio millón de jóvenes. Fueron tres millones y medio. Cuántos políticos y marcas comerciales pagarían por poder reunir a tantos jóvenes. No existe un encuentro juvenil tan multitudinarios y a la vez tan sano. Pero la JMJ sobrepasó las expectativas no sólo en número. Si la emoción y el espíritu pudieran medirse, quizás podríamos decir que se rompió todo récord. Objetivo cumplido. Cristo tiene poder de convocatoria. El Papa entusiasma. La Iglesia es joven.
«Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». En eso consiste una JMJ, en llenarse de Evangelio, ilusionarse con Cristo, y después transmitir esa experiencia vivida. El papa Francisco les decía en la homilía de clausura: «¿qué nos dice hoy el Señor? Tres palabras: Vayan, sin miedo, para servir».
Esta vez no he podido vivir la JMJ in situ, sino desde la distancia y a través de todos los medios de comunicación. Sin embargo, también ha sido sorprendente. Desde la llegada del Papa a Brasil, con aquella ola humana envolviéndolo, y él en aquel coche sencillo y pequeño, pasando por el increíble via crucis sobre el paseo marítimo de Copacabana, con puesta en escena de la actualización de las estaciones, hasta el grandioso flash mob y la multitudinaria misa de clausura. Sorprendente Francisco, con un lenguaje claro, directo, fresco y siempre en positivo. Sorprendente los jóvenes, ordenados, entusiastas, alegres, ilusionados por Cristo. Sorprenden la organización, a pesar de las críticas sobre la seguridad, ningún incidente, con gran capacidad de improvisación. No hay duda de que el actor principal en todo esto ha sido el Espíritu Santo.
El reto que el Papa marcaba a los jóvenes es apasionante: «El evangelio no es para algunos sino para todos. No es sólo para los que nos parecen más cercanos, más receptivos, más acogedores. Es para todos». A veces no acabamos de sentir ese «¡Ay de mí si no anuncio el evangelio!» (1 Co 9,16) Tenemos miedo. Pero Francisco nos lo dice claro: «No tengan miedo. Cuando vamos a anunciar a Cristo, es él mismo el que va por delante y nos guía. Al enviar a sus discípulos en misión, ha prometido: «Yo estoy con ustedes todos los días» (Mt 28,20). Y esto es verdad también para nosotros. Jesús no nos deja solos, nunca deja solo a nadie. Nos acompaña siempre».
Los miedos son humanos. Necesitamos creer y confiar en Aquel que nos envía y viene con nosotros. Necesitamos también el respaldo y el apoyo de la comunidad misionera. No podemos evangelizar por libre. El cristiano nunca actúa solo. Actúa en nombre de Cristo con la Iglesia, en comunidad.
El papa también nos recuerda que «quien evangeliza es evangelizado, quien transmite la alegría de la fe, recibe más alegría». Servir tiene eso. Es más feliz el que da que el que recibe. Evangelizar tiene como consecuencia servir. No podemos quedarnos para nosotros el tesoro que hemos descubierto, el amor nos empuja hacia fuera. Eso es llenar de Evangelio las calles. Francisco lo dice claro: «Evangelizar es dar testimonio en primera persona del amor de Dios, es superar nuestros egoísmos, es servir inclinándose a lavar los pies de nuestros hermanos como hizo Jesús».
Me gustaría terminar con las palabras finales del papa en esa multitudinaria misa de clausura de la JMJ de Río: «Llevar el evangelio es llevar la fuerza de Dios para arrancar y arrasar el mal y la violencia; para destruir y demoler las barreras del egoísmo, la intolerancia y el odio; para edificar un mundo nuevo. Queridos jóvenes: Jesucristo cuenta con ustedes. La Iglesia cuenta con ustedes. El Papa cuenta con ustedes».
Esperamos encontrarnos en Polonia 2016. No te arrepentirás.
Xiskya Valladares r.p.