27 de diciembre de 2009
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Algunos padres han hecho dejación de una misión que les compete a ellos de modo principal: ser los primeros educadores de sus hijos. Compartimos la preocupación de muchos padres que comprueban la injusta injerencia del sistema educativo al pretender imponer una determinada educación moral, suplantando así una responsabilidad que les compete a ellos.
FORMAR LA LIBERTAD EN LA FAMILIA
El amor, vocación fundamental de la persona, es la verdad que orienta y da sentido a una educación humana integral que se vería extraordinariamente empobrecida si se «limitara a proporcionar nociones e informaciones dejando a un lado la gran pregunta acerca de la verdad, especialmente de la que puede servir de guía en la vida».
El lugar propio y más fundamental donde la persona recibe esta educación es la familia. En el clima de confianza propio del hogar, los hijos reciben la experiencia fundamental de ser amados, y son instruidos de modo natural para aprender el significado de la verdad y del bien en sus distintas manifestaciones que les abren a una vida social.
Sin embargo, esta primera educación moral es insuficiente. El paso a una libertad madura requiere que los hijos sean capaces de elegir, en las múltiples circunstancias de su vida ordinaria, aquellos bienes concretos que posibilitan ir construyendo su vida en el amor. Se requiere, por lo tanto, una adecuada educación en las virtudes para que los hijos adquieran los hábitos que formen su carácter e inclinen permanentemente su libertad a la verdad.
Para ello es necesario, en primer lugar, el testimonio moral de los propios padres, «que educan no tanto por lo que dicen cuanto por lo que viven». Son ellos, con la coherencia de la propia vida, los primeros testigos de la verdad y del bien.
La educación en las virtudes que se realiza en la familia requiere el equilibrio entre libertad y disciplina: «Sin unas reglas de conducta y de vida, aplicadas día tras día incluso a las pequeñas cosas, no se forma el carácter ni queda uno preparado para afrontar las dificultades».
Por último, esta educación para adquirir una vida virtuosa reclama un acompañamiento intenso por parte de sus padres, dedicando el tiempo necesario para ayudar a sus hijos a discernir la verdad en ámbitos como el de los medios de comunicación.
En este seguimiento permanente, la cohesión y unidad de los padres, fruto de la fidelidad conyugal, constituye el medio imprescindible para la tarea educativa de la familia. La ruptura del vínculo conyugal supone un doloroso obstáculo en la educación de los niños y de los jóvenes.
EDUCAR LA FE EN LA FAMILIA
Con palabras del Santo Padre, «en el origen de la crisis de la educación existe una crisis de confianza en la vida». De esta manera, dar razones de la esperanza constituye un elemento básico en la labor educativa que los padres tienen que realizar. Y, en concreto, presentar la fuente de toda esperanza, el Amor eterno de Dios que acompaña a la persona durante toda su vida y que no se rinde ante ninguna infidelidad.
La misión de los padres en este punto es insustituible, ya que ellos son los primeros transmisores de la fe y los custodios del crecimiento de la vida recibida en el bautismo. Los padres llevan a cabo esta misión iluminando los acontecimientos de la vida familiar con la fe, la oración y la celebración de los acontecimientos, y con una colaboración activa en la formación religiosa que sus hijos reciben en la parroquia o en los colegios.
COLABORACIÓN CON LA ESCUELA
Los padres son los primeros maestros que educan a sus hijos. Se trata de un deber y de un derecho «esencial, primario, insustituible e inalienable».
Esta responsabilidad, por lo tanto, no puede ser delegada a otras instituciones que, lejos de suplantar la misión educativa de los padres, se deben poner a su servicio. Los padres no pueden dejar la tarea educativa en manos del Estado o de los distintos centros educativos. En este sentido, hay que insistir en la participación activa de los padres en el proyecto educativo del colegio y en las diferentes asociaciones de padres de alumnos.
Por otro lado, el respeto al protagonismo que los padres deben tener en la educación de los hijos reclama que el Estado les facilite la elección de los centros educativos y que no vulnere el derecho primario que tienen los padres para determinar el tipo de formación moral que deseen para sus hijos. «El Estado no puede imponer legítimamente ninguna formación de la conciencia moral de los alumnos al margen de la libre elección de sus padres».
CONCLUSIÓN
En estas fechas navideñas, ponemos la mirada y el corazón en María y José, a quienes el Padre encomendó la misión de ser los primeros maestros de la educación humana del Verbo encarnado. Queremos alentar a los padres, que, a ejemplo del hogar de Nazaret, están construyendo sus familias como Iglesias domésticas. En medio de las dificultades, los sacrificios y los obstáculos, cuentan con la gracia que recibieron en el sacramento del Matrimonio para educar a sus hijos en la fe y en el amor. ¡No tengáis miedo!