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22 de febrero de 2015

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Mons. D. Juan María Uriarte, Obispo Emérito de San Sebastián, ha estado de nuevo en Albacete para dar unos ejercicios espirituales a los sacerdotes de nuestra Diócesis. 

 Pregunta: D. Juan María, ¿Cuáles son los rasgos esenciales que ha de tener un cristiano laico en la actualidad, en el Siglo XXI?
Respuesta: En realidad son los rasgos de toda la vida, pero aplicados a la situación actual. Primero: Tener una relación con Dios como Padre, sentirse hijo. Segundo: Tener una relación con Cristo como Aquel a quien hay que seguir. Tercero: Tener una relación con el Espíritu Santo, que es el motor interior de la vida. Un cuarto rasgo: La adhesión a la comunidad eclesial, y un quinto: La inserción en la sociedad y en el mundo, es decir, en la familia, en la profesión y en la vida social.

¿Y cómo podemos asentar esos rasgos con mayor profundidad?
Por ejemplo, el rasgo de la relación con Dios, hay que lograr una fe que tenga experiencia personal de Dios; mantener una relación con Cristo: el Cristo entregado a los marginados y abierto a todo el mundo; vivir con el Espíritu Santo, que nos ayuda a ver con los ojos de Jesús, en todas las cosas, en todas las realidades; sobre la Iglesia, asumir una Iglesia que tiene también sus fallos y sus deficiencias, sin embargo, la necesitamos, porque a través de ella hemos recibido a Jesús, y en la sociedad, tenemos la necesidad de transformar este mundo que, en muchas ocasiones, es errático e inhumano, y con nuestra humanidad, abrirle el Evangelio.

Tomando el caso, por ejemplo, de una mujer que está en casa, preparando el desayuno, ¿Cómo puede concretar ella esas actitudes, en su vida de cada día?
Esta mujer que está preparando el desayuno, es una mujer que algunos momentos tendrá que sacar para ahondar en su vida de oración y también para leer la Palabra de Dios, porque Dios nos está continuamente hablando a través de su Palabra. Esta mujer es madre de familia, y por consiguiente, tiene que asumir responsablemente a los hijos y acompañarles, dándoles un testimonio de vida, sobre todo, en el orden de la entrega. Tiene un esposo, un marido, con quien aquilatar y alimentar el amor de la pareja. Y aunque no trabaje fuera, tiene también un mundo de relaciones, donde se va a encontrar con mucha gente que no es cristiana o que, por lo menos, lo es de manera superficial, y tendrá que dar testimonio de su fe.

¿Y en la Iglesia y en la sociedad, qué puede hacer?
Continuando con este ejemplo, esta mujer pertenece a una parroquia, en la que no puede ser una persona que solamente se sienta en los bancos, sino que tendrá que tener alguna actividad que puede hacer en comunión con todas las demás actividades que tiene, y además, vive en una sociedad donde tiene que dar un voto, ser partícipe de lo que pasa y si un día hay una manifestación en la que hay un derecho humano que reivindicar, pues a lo mejor tiene que hacer un poco antes la cena e ir a la manifestación. Todo esto sería como cosas concretas a través de las cuales tomarían cuerpo las opciones grandes de las que he hablado.

En este tiempo de Cuaresma, ¿Por qué es tan recomendable que hagamos ejercicios espirituales?
Los ejercicios espirituales son hoy más necesarios que nunca, porque hay muchas cosas propias de nuestra vida cristiana que han quedado debilitadas y, al fin y al cabo, los ejercicios son para avanzar en el itinerario de la conversión. La conversión es un itinerario que tenemos que seguir: acercarnos al Señor y a todas estas realidades que hemos dicho y para eso hace falta que en un momento determinado, uno pueda, en la medida de lo posible, distanciarse de las tareas cotidianas, dedicándose a hacer unos ejercicios espirituales para, primero: pararse, detenerse; ver dónde estoy, cómo estoy, para poder discernir sobre mi situación, y al mismo tiempo, que pueda preguntar al Señor: “Señor, Tú… ¿Qué quieres de mí?”

Uno ve qué aspectos de su vida no van bien, cuáles no están conformes con el Evangelio o no tienen suficiente apertura a los demás… para cambiarlos.
Sí, uno renueva sus opciones y llega a unas conclusiones o resoluciones que intenta vivir en su vida. Por tanto, los ejercicios habría que hacerlos no sólo una vez en la vida, sino, a poder ser, una vez al año. Hay que rectificar el motor, porque poco a poco va perdiendo su identidad y para ello, los ejercicios son un espacio magnífico: Escuchar a Dios, con la Biblia en la mano y siguiendo las indicaciones del director de ejercicios es una realidad que si la pudiéramos aplicar y realizar un buen porcentaje de cristianos, se notaría un nuevo oxígeno en la Iglesia. Sí, se notaría una nueva primavera.