19 de junio de 2012
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Lorenzo Laguía es un misionero laico que el pasado 21 de abril marchó a la República del Chad (África). Es de Villarro-bledo, médico y tiene 38 años de edad. En esta entrevista nos cuenta cómo surgió en él la vocación misionera.
– Lorenzo, ¿Cómo nace esa idea de irse al Chad?
– Pertenezco a una asociación pública de fieles que se llama Mies (Misioneros de la Esperanza), que dentro de la Iglesia se dedica al apostolado con niños y jóvenes y, fundamentalmente, con los más marginados o vulnerables. Mies tiene proyectos de misión en Latinoamérica y en África, que conozco y están presentes en mi vida. Entonces, el año pasado me puse en período de discernimiento, me planteé si el Señor realmente me llamaba a ir a tierra de misión, como a otros misioneros de mi misma asociación, y creo que el Señor me llamaba a ponerme disponible donde la asociación considerase que hiciese falta.
– Y te vas a un país pobre y muy grande, de África.
– Está en el centro de África, de hecho le llaman el corazón de África, y también, aunque el apellido sea un poco peyorativo, el corazón muerto de África. Es un país muy extenso, aproximadamente dos veces y medio la extensión de España. Los dos tercios del Norte del país son muy pobres y forman parte del Magreb, que es principalmente desierto, y el tercio sur es donde está la tierra que produce, en la sabana tropical seca, y allí es donde se aglutina la mayor parte de la población y donde yo voy.
– ¿Cuál es tu proyecto? ¿A qué te vas a dedicar?
– Voy a trabajar en un proyecto que surgió a raíz de un estudio de Unicef que desveló que en la ciudad de Kélo, que tiene unos cincuenta mil habitantes y pertenece al departamento de Tandjilé, cerca de Camerún, había unos tres mil niños que vivían en las calles y dormían a la intemperie. El proyecto se llama Charles Lwanga, en memoria de uno de los primeros mártires africanos, y se hizo para montar una granja escuela para alfabetizar a estos niños, enseñarles un oficio y educarles en valores. Así podrán reinsertarse en la sociedad del país y ser mucho menos vulnerables a la violencia, al sida y a las drogas, al no vivir ya en la calle.
– Y ahí vais a estar en grupo.
– Si. Yo voy a trabajar con dos misioneros de mi asociación que están en este proyecto, que se llaman Sergio y Pili. En un principio, estas experiencias misioneras son para tres años y después decides si quieres volver a irte o no.
– Cuando se dice misioneros, mucha gente puede pensar que son consagrados, sacerdotes, religiosas, pero hay también misioneros laicos y ése es tu caso. Con tus estudios, tu trabajo… ¿Cómo surge en ti la vocación a la vida misionera?
– Me resulta muy fácil verlo ahora. Pero lo que más me ha ayudado es hacer una lectura creyente de mi vida mirando hacia atrás. Cuando decides pararte para reflexionar por dónde quieres que vaya tu vida, mirar hacia atrás te hace ver en qué momentos de tu vida importantes o menos importantes está presente la mano del Señor. Yo desde pequeño, siempre me ha llamado la atención los temas de la Iglesia; me gustaba la catequesis; cuando hice la Comunión quería seguir en la parroquia, y también después de la Confirmación… iba buscando algo más.
– Y surgió la oportunidad de este movimiento de misioneros.
– Si. Me gusta estar en este movimiento, desde el principio me resultaba atractivo, y desde que estoy ahí, sobre todo en períodos de más reflexión interior como son los ejercicios espirituales anuales, me interpelo y me pongo en manos del Señor a ver lo que Él quiere de mi.
– ¿Qué mensaje podrías dar a quiénes sientan que el Señor les llama a algo más?
– Que lo mejor es ponerse en período de discernimiento. Y la mejor manera de reflexionar sobre lo que uno siente es hacer un poco de silencio exterior y si se tiene la oportunidad de ir a una casa de ejercicios o a un monasterio, donde dedicar tu tiempo a la oración, a la meditación y a discernir si eso que sientes es realmente la vocación a la que te llama el Señor, pues es lo mejor. También es imprescindible contar con un director espiritual, que si es un sacerdote, mucho mejor.