10 de abril de 2008
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Con motivo de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, el Papa Benedicto XVI dirige a todas las comunidades eclesiales una reflexión cuyos puntos principales resumimos a continuación, con el deseo de que nos sirva de inspiración para la oración en nuestra tarea de continuar y desarrollar la misión que Cristo confió a la Iglesia, y no falten los evangelizadores que el mundo tanto necesita, llevando su amor redentor.
En su mensaje, el Papa otorga una especial Bendición Apostólica a los educadores, catequistas y a todos, especialmente a los jóvenes en etapa vocacional.
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El Señor confía a hombres y mujeres llamados por Él y enviados a las gentes en su nombre, la misión profética y sacerdotal.
Jesús escogió como estrechos colaboradores suyos en el ministerio mesiánico a unos discípulos, ya en su vida pública, durante la predicación en Galilea. Por ejemplo, cuando en la multiplicación de los panes dijo a los apóstoles: “Dadles vosotros de comer”, Él quería ofrecer pan que saciara a la gente, pero también revelar el pan “que perdura, dando vida eterna” (Jn 6,27), impulsándolos así a hacerse cargo de las necesidades del gentío. En otro momento, al ver a la gente sintió compasión de ellos, porque los encontraba cansados y abatidos “como ovejas que no tienen pastor” (cf. Mt 9, 36). De aquella mirada de amor de Jesús a la gente brotaba la invitación a los discípulos.
Precisamente porque el Señor los envía, los Doce son llamados “apóstoles”, para que el nombre del Señor sea anunciado a otras gentes, revestidos de la fuerza que viene de lo alto (cf. Lc 24, 49), predicando “la conversión y el perdón de los pecados” (Lc 24, 47), y llevando el anuncio de su amor redentor.
Recordemos que Jesús Resucitado confió a los Apóstoles el mensaje: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28, 19), y les garantizó “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Si por los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación cada cristiano está llamado a dar testimonio y a anunciar el Evangelio, la dimensión misionera está especial e íntimamente unida a la vocación sacerdotal.- Son muchos los hombres y mujeres que, como escribe Lucas en el libro de los Hechos, “han dedicado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo” (15, 26).
El primero de todos, llamado por el mismo Señor a ser un verdadero Apóstol, es sin duda alguna Pablo de Tarso, el mayor misionero de todos los tiempos. Su historia lleva a descubrir el vínculo que existe entre vocación y misión.
Al principio, como también después, lo que “apremia” a los apóstoles es siempre “el amor de Cristo”. Fieles servidores de la Iglesia, dóciles a la acción del Espíritu Santo, innumerables misioneros han seguido a lo largo de los siglos las huellas de los primeros apóstoles.
El Concilio Vaticano II hace notar que “aunque la tarea de propagar la fe incumbe a todo discípulo de Cristo según su condición, Cristo Señor llama siempre de entre sus discípulos a los que quiere para que estén con Él y para enviarlos a predicar a las gentes”. El amor de Cristo, de hecho, viene comunicado a los hermanos con ejemplos y palabras; con toda la vida.
Entre las personas dedicadas totalmente al servicio del Evangelio se encuentran de modo particular los sacerdotes llamados a proclamar la Palabra de Dios, administrar los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Reconciliación… A través de sus sacerdotes, Jesús se hace presente entre los hombres de hoy hasta los confines últimos de la tierra.
También son apóstoles de nuestro tiempo las comunidades de religiosas y religiosos pertenecientes a innumerables institutos de vida contemplativa y activa, que siguen teniendo gran participación en la evangelización del mundo, dando a todos el testimonio vivo del amor y de la misericordia de Dios.- Las vocaciones al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada sólo florecen en un terreno espiritualmente bien cultivado.
Además, es preciso que nunca deje de haber en las comunidades cristianas una constante educación en la fe de los niños y de los adultos; es necesario mantener vivo en los fieles un sentido activo de responsabilidad misional y una participación solidaria con los pueblos de toda la tierra. El don de la fe llama a todos los cristianos a cooperar en la evangelización.
Esta toma de conciencia se alimenta por medio de la predicación y la catequesis, la liturgia y una constante formación en la oración, incrementándose con el ejercicio de la acogida, de la caridad… teniendo en cuenta la atención vocacional en la planificación pastoral.
La misión, como testimonio del amor divino, resulta especialmente eficaz cuando se comparte “para que el mundo crea” (cf. Jn 17, 21).