5 de julio de 2008
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El domingo, día 6, la Iglesia celebra la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico, los Obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones invitan a las comunidades cristianas y a la sociedad en general a tomar conciencia de la importancia que para todos tiene esta campaña.
El lema de este año “La vida, el mejor punto” se enmarca de lleno en el contexto del importante y reciente Documento Pontificio sobre Pastoral de la Carretera.
Las Orientaciones comienzan por analizar el fenómeno de la movilidad humana y, dentro de él, el vertiginoso aumento del tráfico de mercancías y del movimiento de las personas. Además de señalar los graves problemas que este tráfico va creando (congestión, ruido, contaminación atmosférica, utilización intensa de materias primas, y otros), destaca también las muchas e innegables ventajas que nos proporcionan los diversos vehículos, tanto para la vida social como para el desarrollo económico, para concluir así: “La circulación vial y ferroviaria es, pues, una cosa buena, además de ser una exigencia ineludible del hombre contemporáneo” (n. 9).
Las Orientaciones pasan a iluminar este fenómeno social con la luz que proyecta la Palabra de Dios. Después de recorrer diversos pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento, que se refieren a la experiencia de la movilidad humana (migraciones, peregrinaciones, deportaciones y retornos…), se detiene especialmente en Jesús, “cuya vida fue un caminar continuo”, y en la misión de los apóstoles por el mundo. Recordando las palabras de Jesús – “Yo soy el camino, la verdad y la vida…El que me sigue no caminará a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida” -, señala cuál es la actitud que debe caracterizar al automovilista cristiano: “El que conoce a Jesucristo es prudente en la carretera. No piensa sólo en sí mismo, y no está siempre apremiado por la prisa en llegar” (n. 19). Y concluye: “Está comprobado que una de las raíces de muchos problemas inherentes al tráfico es de orden espiritual. Los creyentes encontrarán la solución de estos problemas en una visión de fe, en la relación con Dios, y en una opción generosa a favor de la vida” (n. 20). (…)
Se nos recuerda que, hoy en día, el conducir es un aspecto fundamental de la convivencia y expone algunas cualidades que debe tener un buen conductor: dominio de sí mismo, prudencia, cortesía, espíritu de servicio, conocimiento de la normativa vigente, ayuda desinteresada a cuantos la necesitan (n. 30).
Afirma también que, por desgracia, el comportamiento del conductor se ha desarrollado a veces al margen de las normas éticas, con consecuencias negativas para los mismos conductores y los peatones. En la base de los principios éticos ha de ponerse siempre la consideración de los peligros que para las personas y los bienes se derivan de la conducción vial. Por ello se hace más necesaria cada día una pedagogía a favor de la cultura de la vida (en defensa del mandamiento “No matarás”) y también el respeto a las normas penales establecidas por las autoridades públicas para salvaguardar los derechos y evitar los daños causados por los accidentes. (…)
VIRTUDES CRISTIANAS DEL CONDUCTOR
La caridad, en primer lugar. Ella debe ser, como en toda la vida del cristiano, el “motor” de todos los actos del conductor. Esa caridad se manifiesta, en primer lugar, en no poner en peligro, con maniobras equivocadas o imprudentes, la vida o la integridad de pasajeros y peatones. Otras manifestaciones de la caridad son la cortesía y el espíritu de servicio, la actitud comprensiva para con las maniobras torpes de los principiantes, la atención especial prestada a los ancianos, discapacitados y niños, a los ciclistas y a los peatones, así como la ayuda pronta y generosa a los heridos; también el cuidado del propio vehículo con el fin de garantizar el máximo de seguridad. (nn. 49-50).
La prudencia ha sido considerada siempre como una de las virtudes más necesarias e importantes con relación a la circulación. Exige “un margen adecuado de precauciones para afrontar los imprevistos que se pueden presentar en cualquier ocasión”, evitando toda distracción, la velocidad excesiva y la sobreestima de las propias habilidades (nn. 52-53).
La justicia obliga a reparar el daño causado a otro y a procurar que las víctimas, o sus parientes próximos, sean debidamente indemnizados (n. 55).
La esperanza, basada en la ayuda de Dios y en la propia cooperación, invita al viajero cristiano a confiar en llegar a su destino.
MISIÓN DE LA IGLESIA
Parte de la misión profética de la Iglesia es la denuncia de los peligros derivados del tráfico, así como de las causas de los accidentes (condiciones del asfalto, circunstancias ambientales, problemas de orden mecánico…), y, muy especialmente, las derivadas del factor humano (negligencias, ligerezas graves y gratuitas, arrogancia…).
Pero no basta la denuncia. La Iglesia debe colaborar con la Administración pública y con otras instituciones para crear una conciencia general y pública con relación a la seguridad vial, y promover una adecuada educación de los conductores, viajeros y peatones.” A esta tarea educativa han de contribuir también las familias, las parroquias, las asociaciones laicales y los movimientos eclesiales, así como los medios de comunicación social y la escuela. Las Orientaciones afirman: que la educación vial del niño “es la mejor garantía de una generación futura más segura y correcta en este campo” (n. 71).
La Iglesia necesita también contar con agentes pastorales debidamente preparados para descubrir este amplio campo de apostolado como uno de los desafíos del mundo contemporáneo, considerando los caminos como “nuevos areópagos para el anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo, el Salvador” (n. 78). (…)
http://www.conferenciaepiscopal.es/documentos/Conferencia
/comisiones/migraciones/carretera2008.html