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29 de diciembre de 2006

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Este es el lema del mensaje del Papa Benedicto XVI para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz que celebramos el día 1 de enero.

El mensaje va dirigido a todos. El papa enumera en primer lugar a los gobernantes, a los responsables de las naciones, a los hombres y mujeres de buena voluntad, a todos los que están probados por el dolor, violencia, armas y agraviados en su dignidad, a los niños, que con su inocencia enriquecen de bondad y esperanza a toda la humanidad.

Estoy convencido de que respetando a la persona se promueve la paz, y que construyendo la paz se ponen las bases para un auténtico humanismo integral. Así es como se prepara un futuro sereno para las nuevas generaciones.

El Papa pone en la persona humana el fundamento, centro, corazón y destinataria principal de la paz, concebida como don de Dios y tarea de todos. Es en la persona humana, creada y redimida por Dios, donde se encuentra el fundamento de la paz; es lo que el Papa denomina como “gramática trascendente”, una especie de código grabado en el corazón humano, con las reglas de comportamiento de la persona y de sus relaciones con los demás. Ahí encontramos la ley que, desde el reconocimiento de la igualdad esencial, nos obliga a respetar la dignidad y los derechos inalienables de toda persona, como el derecho a la vida, a la verdad, a la libertad, muy especialmente a la libertad religiosa, al disfrute de los bienes de la tierra en una justa distribución, etc.

Resalta el Papa la importancia de la ecología en la tarea de la paz. Habla en el mensaje además de la ecología de la naturaleza, de la ecología humana y de la ecología social: “Un desarrollo que se limitara al aspecto técnico y económico, descuidando la dimensión moral y religiosa, no sería un desarrollo humano integral y, al ser unilateral, terminaría fomentando la capacidad destructiva del hombre”.

Vivimos hoy la doble contradicción de que, mientras se exaltan los derechos de la persona como derechos absolutos, se relativiza el valor de la propia persona, que es el fundamento de esos derechos. O que, mientras, por una parte, de proclaman los derechos de la persona como intangibles y permanentes, con frecuencia son supeditados al valor absoluto de una ley aprobada en mayoría parlamentaria.

Asimismo es intolerable una concepción de Dios que impulse a la intolerancia y a la violencia. “Nunca es aceptable una guerra en nombre de Dios” dice Benedicto XVI.

En cuanto al derecho internacional humanitario el Papa considera que es necesario revisar este derecho y su correcta aplicación.

Asimismo plantea que, ante la plaga del terrorismo, es necesaria una reflexión profunda sobre los límites éticos de una intervención en nombre de la seguridad nacional. “La guerra –dice– es siempre un fracaso para la comunidad internacional y una pérdida para la humanidad”.

Para terminar el mensaje, el Papa considera la Iglesia como tutela de la trascendencia de la persona humana.

“Deseo, por fin, dirigir un llamamiento apremiante al Pueblo de Dios, para que todo cristiano se sienta comprometido a ser un trabajador incansable en favor de la paz y un valiente defensor de la dignidad de la persona humana y de sus derechos inalienables. El cristiano, dando gracias a Dios por haberlo llamado a pertenecer a su Iglesia, que es «signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana» en el mundo, no se cansará de implorarle el bien fundamental de la paz, tan importante en la vida de cada uno. Sentirá también la satisfacción de servir con generosa dedicación a la causa de la paz, ayudando a los hermanos, especialmente a aquéllos que, además de sufrir privaciones y pobreza, carecen también de este precioso bien. Jesús nos ha revelado que «Dios es amor» (1 Jn 4,8), y que la vocación más grande de cada persona es el amor. En Cristo podemos encontrar las razones supremas para hacernos firmes defensores de la dignidad humana y audaces constructores de la paz.

Así pues, que nunca falte la aportación de todo creyente a la promoción de un verdadero humanismo integral, según las enseñanzas de las Cartas encíclicas Populorum progressio y Sollicitudo rei socialis, de las que nos preparamos a celebrar este año precisamente el 400 y el 200 aniversario. Al comienzo del año 2007, al que nos asomamos —aun entre peligros y problemas— con el corazón lleno de esperanza, confío mi constante oración por toda la humanidad a la Reina de la Paz, Madre de Jesucristo, «nuestra paz» (Ef 2,14).

Que María nos enseñe en su Hijo el camino de la paz, e ilumine nuestros ojos para que sepan reconocer su Rostro en el rostro de cada persona humana, corazón de la paz”.