30 de marzo de 2014
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Miguel Márquez Calle, provincial de los Carmelitas Descalzos de Castilla, ha guiado en Albacete unos ejercicios espirituales en la parroquia de Nuestra Señora de las Angustias. Durante su estancia en nuestra diócesis en este tiempo de cuaresma, nos ha explicado cómo podemos mejorar la oración personal y avivar la relación con el Señor, “en la que tiene que darse verdadera comunicación, con escucha y diálogo, partiendo de mi realidad”.
¿Por qué es tan importante la oración, sobre todo en cuaresma?
En cuaresma se insiste especialmente, porque en este tiempo de lo que se trata es de despertar, de hacer un buen camino hacia la Pascua. La Iglesia siempre ha recomendado que esto sea a través de la oración, el ayuno y la limosna, durante la cuaresma. La oración en todo momento, en todo tiempo, es una realidad que necesitamos cuidar y es despertadora cuando la persona busca fundamentalmente encontrarse con el Señor, que es salvador: nos salva, nos despierta, activa en nosotros muchas realidades que amenazan con dormirse o apagarse. Pero en este camino hacia la Pascua, que es como el resumen de toda la historia del cristiano, necesitamos conectar con Dios, que es la fuente.
¿Cómo explicarías qué es la oración?
Es poner ese ejercicio en activo: avivar la relación con el Señor, dejar que él se comunique conmigo. La oración fundamentalmente es lo que Dios quiere hacer en mí. Es sobre todo ser muy sincero con el Señor y ponerse a tiro: permitirle que pase por nuestra historia para hacer lo que él quiere hacer en nosotros.
Pero hay mucha gente que es muy rezadora y no es muy orante.
Así es. Hay muchos que rezan mucho y no se comunican: repiten frases como quien dice buenos días y no lo sienten: sus palabras no tienen corazón. Cualquier oración, sea silenciosa, rezada o del tipo que sea, lo que necesita es que sea viva, que me comunique con Él; que se refiera a un Dios que está vivo y que me quiere y lo que más desea no es que yo haga fórmulas, ni cumpla cosas, ni haga ritos, sino que yo me encuentre con él. La oración ha de ser verdadera, viva, que la pueda yo sentir: tengo delante unos ojos, un corazón, la presencia de Dios… y convertirse en un diálogo verdadero. Es decir, que haya verdadera comunicación, con escucha y diálogo, donde las palabras nacen con verdad, con sinceridad, están cálidas.
¿Cómo es la oración silenciosa?
Hay gente que lo que le sale es rezar padrenuestros, avemarías o jaculatorias. Esto no está mal si, -como acabo de decir-, tiene sentido, tiene corazón, pero hay que acostumbrarse también a hacer silencio ante el Señor como quien está con un amigo y no necesita decir palabras. El silencio también es una forma de comunicación. Estás con Él y sabes que estás a gusto, o puede que no estés a gusto, porque a veces no estás del todo tranquilo, estás inquieto, pero estás en silencio y también te pones ante el Señor así, sabiendo que Él está, y eso te basta.
¿Qué es lo primero para poder hacer silencio?
Para poder hacer silencio lo primero que hay que escuchar son los propios ruidos: no se puede hacer silencio sin escuchar la propia dispersión, sin acoger lo que te está pasando, lo que es real, esto es muy de San Ignacio, que lo que es verdadero es lo real, y a través de lo real, Dios se comunica. El silencio es camino hacia la verdad que nace de ti, y de hecho lo que uno desea en la vida es buscar verdad.
Ahora los grandes místicos están muy de moda.
Sí, y es muy necesario acudir a su sabiduría. Los místicos no eran personas fuera de la realidad. Si los conocemos bien, son gente con una filosofía del vivir que nos hace mucha falta, porque lo que dicen es que hay que aprender a saborear las cosas más simples de la vida; hay que aprender a vivir, a despertar a lo que tienes entre manos, el no soñar ni fantasear con mundos imaginables, sino el mundo en el que estás es el territorio de Dios y es el lugar donde va a nacer para ti la historia que tú puedes vivir. Es una historia que puede ser preciosa en medio de sus dificultades.
¿Cuál de tus libros nos podría ayudar a entrar en esa manera de vivir y a despertar a mi realidad?
Citaría “El riesgo de la confianza”. Este título es una frase del Hermano Roger, de Taizé. El libro trata de que para poder entrar en una manera de vivir más profunda, uno necesita fiarse, confiar. Para despertar la fe en nosotros necesitamos una confianza, un salto en el vacío; para aprender a amar necesitamos perder pie. La gente que se queda toda la vida atrapada en lo que ya conoce, en lo que le da seguridad, se pierde una historia que siempre está por descubrir. Yo creo que la gente que está en vilo es la que deja que la vida le sorprenda.