28 de febrero de 2016
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Peregrinaciones, exposiciones o conferencias. La Iglesia ha recuperado un conocimiento más familiar, más personal, de Santa Teresa. El pueblo de Dios ha restaurado las enseñanzas de esta mujer realista y pragmática dedicando un año al quinto centenario de su nacimiento. Ahora le ha llegado el turno al Año de la Misericordia. Y el objetivo no es otro que recuperar la humildad y el amor al prójimo. El párroco y capellán del monasterio de Buenafuente del Sistal, Ángel Moreno, ha regresado una vez más a Albacete, para recordar que la misericordia es un puente hacia Dios, y que este año “el fiel va a tener la oportunidad de empezar de nuevo, de descargar la mochila, el peso que cada uno llevamos al cabo de los años por nuestra propia debilidad. Vicario episcopal para la Vida Consagrada de la diócesis de Sigüenza-Guadalajara; doctor en Teología Espiritual y autor de numerosos libros de espiritualidad, Ángel Moreno cree en un Dios misericordioso.
¿Cómo define la misericordia?
El Papa lo ha dicho en la bula. El rostro de la misericordia es Jesucristo. Entender a Dios como Dios de misericordia es entenderlo con entrañas casi maternas. Incluso el verbo en hebreo implica ese “amor entrañable”. A veces, se nos ha proyectado un Dios excesivamente fiscal, castigador o juez. El hombre cree que Dios es como él, castigador, severo y vengativo. Y no es así. Tanto amó Dios al mundo, que le envió a su Hijo. Cristo es el rostro de la misericordia de Dios y, por tanto, María es madre de misericordia.
¿En qué medida es María maestra de misericordia?
María es justamente el modelo del amor entrañable. No sólo por ser mujer sino porque Dios la elige para ser la mediadora de su amor. Dice el Evangelio de San Juan: “Nadie ha visto a Dios jamás”. El Hijo que está metido en las entrañas del Padre nos lo ha dado a conocer haciéndose hombre en las entrañas de María. Ella es la mediación entrañable. María es para la humanidad, con Jesucristo, el reflejo del amor entrañable en el pueblo de Dios, en la Iglesia.
En el mensaje para esta Cuaresma el Papa expresa su deseo de que «el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales»
Justamente yo he reflexionado sobre este tema. A veces tomamos las bienaventuranzas y las Obras de Misericordia como discursos un tanto sociales para calificar a las personas: éste es humilde, éste es pobre… y difícilmente debemos juzgar porque está fuera de Evangelio. Sabemos que el bienaventurado y el misericordioso es Jesucristo. Él es el que nos da de comer, de beber, nos viste y nos reviste. Pero él viene de la escuela de María: “Proclama mi alma la grandeza del Señor”. Ella es la concentración de las Obras de Misericordia. Si María canta este himno a la bondad y a la misericordia de Dios, luego su hijo vive el eco de aquella escuela de Nazaret donde su madre exaltó a Dios con esta dimensión de su misericordia para con los humildes, los pequeños y los pobres.
Jesús nos da a su madre al pie de la Cruz. Es también cuando María escucha las palabras de perdón de su hijo.
Ella es testigo del perdón que da al buen ladrón y al pueblo. “Perdónales porque no saben lo que hacen”. Jesús le encarga que sea madre para todos. Aquí se ve en qué medida va a ser madre misericordia a través de la mediación del perdón. Hay una expresión, cuando le llevan un paralítico, Jesús le dice que sus pecados son perdonados. La gente se pregunta quién es él para hacer tal cosa, ya que perdonar sólo puede perdonar Dios. Y es que nosotros, al ser misericordiosos, nos parecemos a Dios. La misericordia es lo más próximo al modo de ser de Dios. A bien nacido, es ser misericordioso. Tú tienes que ser mediación de Dios con los demás.
¿Qué pautas daría para vivir este Año Jubilar de la Misericordia?
La misericordia exige una conciencia de necesidad. Uno no va al médico sino se cree enfermo. Un punto de partida es la humildad. Necesitamos la mirada que nos restaura, que nos cura, de nosotros mismos. Y tenemos en Albacete una devoción especialísima a la Virgen, a la Virgen de Los Llanos, con una novena cuya fama entre la juventud me ha llegado. Es un año jubilar, un año de gracia que hay que acoger de la forma más magnánima. El fiel va a tener la oportunidad de empezar de nuevo, descargado de la mochila, del peso que cada uno llevamos al cabo de los años por nuestra propia debilidad. En las parroquias tenemos esa proximidad al sacramento, a la palabra de Dios, a la caridad, al servicio más inmediato, al que tenemos más prójimo, más próximo, que debemos aprovechar.