23 de agosto de 2008
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]l 28 de Junio a las 6 de la tarde, el Papa Benedicto XVI, acompañado del Patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, inauguraba el Año Jubilar Paulino con motivo del II Milenio del nacimiento de San Pablo.
Benedicto XVI recordaba en su homilía que Pablo no ha de ser para nosotros «una figura del pasado que recordamos con veneración». En estos días podemos preguntamos ¿Quien era este Pablo? Sin embargo Pablo no es para nosotros una figura del pasado, que recordamos con veneración. Él es también nuestro maestro, apóstol y anunciador de Jesucristo también para nosotros. Nos preguntamos, no solo: ¿Quién era Pablo? Nos preguntamos sobre todo: ¿Quién es Pablo?, ¿Qué me dice? Es nuestro maestro, apóstol y anunciador de Jesucristo también para nosotros.
En la Carta a los Gálatas, él nos abre su corazón frente a los lectores de todos los tiempos y revela cual es el resorte más íntimo de su vida «Vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí». Todo aquello que hace Pablo, parte de este centro. Su fe es la experiencia del ser amado por Jesucristo de manera totalmente personal; es la conciencia del hecho que Cristo ha enfrentado la muerte no por algo anónimo, sino por amor a él – a Pablo- y que, como resucitado, lo ama todavía, que Cristo se ha donado por él. Su fe es el ser alcanzado por el amor de Jesucristo, un amor que lo perturba hasta lo más íntimo y lo transforma. Su fe no es una teoría, una opinión sobre Dios o sobre el mundo. Su fe es el impacto del amor de Dios sobre su corazón. Y así, esta misma fe es amor por Jesucristo.
Al comienzo de la celebración litúrgica se encendió la «llama paulina» que permanecerá encendida durante todo el año en el pórtico de la Basílica. Es un símbolo que recuerda a los fieles la permanencia de la Palabra de Dios que a través de la predicación de Pablo siguen interpelando a quienes han recibido el don de la fe. Además, se transforma en luz y símbolo que ilumina al presente y muestra el camino que hemos de seguir como apóstoles y misioneros.
Este Año jubilar ha de tener un hondo sentido universal y misionero, porque san Pablo ha sido por excelencia el apóstol de aquellos que respecto de los hebreos eran «los alejados», y que «gracias a la sangre de Cristo» se han convertido en «los cercanos». «Por esto también hoy, decía el Papa, en un mundo cada vez más «pequeño», pero donde muchísimos aún no han encontrado al Señor Jesús, el jubileo de san Pablo invita a todos los cristianos a ser misioneros del Evangelio». Esta dimensión misionera, precisaba al día siguiente el Papa, necesita ser acompañada siempre a la de la unidad, representada por san Pedro, la «roca» sobre la que Jesucristo ha edificado su Iglesia. Como subraya la liturgia, los carismas de los dos grandes Apóstoles son complementarios para la edificación del único Pueblo de Dios y los cristianos no pueden dar testimonio válido de Cristo si no están unidos entre ellos».