26 de diciembre de 2010
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]L[/fusion_dropcap]os obispos de la Subcomisión de Familia y Vida, en el marco de la Jornada que celebraremos hoy con el lema «la familia, esperanza de la humanidad», queremos invitar a todas las comunidades cristianas, movimientos y asociaciones a ser testigos y portavoces del mensaje que el Santo Padre nos ha regalado: el hogar, fundado en el don que Cristo Esposo hace a la comunión indisoluble y abierta a la vida entre un hombre y una mujer, forma parte de la esperanza de los hombres. De esta manera, el futuro de la humanidad y de la Iglesia se fragua en la familia.
LA FAMILIA, ESPERANZA DEL HOMBRE
a) La familia: lugar de la libertad.
Siguiendo el magisterio de su predecesor, Benedicto XVI ha insistido de nuevo en la relación necesaria que existe entre verdad y libertad. Y esta vinculación constituye una de las principales razones por las que la familia es esperanza para la humanidad.
¿Qué verdad es la que orienta y da sentido a la libertad? Se trata de la verdad del amor para el que ha sido creado el ser humano, y de un modo primero y fundamental del amor de Dios que se ha manifestado plenamente en la entrega de su propio Hijo en la Cruz. Por eso el Papa ha afirmado que el servicio más fundamental que la Iglesia debe ofrecer a Europa es proponer la verdad decisiva para el hombre: que Dios es la plenitud y la meta del ser humano y por eso el «cimiento y cúspide de nuestra libertad».
La familia cristiana es el ambiente apropiado para reconocer el rostro paterno de Dios y su amor absoluto e incondicionado. Es, por lo tanto, el primer cauce para reconocer la verdad más fundamental en la que se basa la auténtica libertad.
Si el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza divina, no tiene otro modo de alcanzar una vida en plenitud que el amor verdadero. El don de la propia vida a imagen de Cristo mediante vínculos estables es la verdad que da sentido a nuestra libertad. Y el lugar propio para vivir ese amor fiel es la familia. El hijo, al acoger el don que le hacen sus padres, comienza a responder entregándose a aquellos que le han amado primera e incondicionalmente. Por lo tanto, en la familia se vive «la lógica del amor y del servicio» que Cristo ha encarnado en su propia vida y que el Papa ha propuesto en Santiago de Compostela a los jóvenes para alcanzar una vida en plenitud.
b) La familia, santuario de la vida humana.
La familia no solo es la esperanza de la humanidad por ser lugar en el que se aprende a vivir en libertad sino, de un modo más fundamental, porque es el santuario donde la vida humana es acogida en todas sus etapas.
Con pesar asistimos en nuestro país a una época la que la vida humana más débil e inocente, la del niño que va a nacer, ha sido desprotegida. Los obispos, en comunión con el Santo Padre, pedimos a nuestros gobernantes que promuevan acciones encaminadas a defender la vida desde su concepción hasta su ocaso natural y a apoyar el ámbito donde la vida de los hijos es alumbrada y acogida: el amor indisoluble de un hombre y una mujer que contraen matrimonio y fundan la familia.
LA FAMILIA CRISTIANA EN LA IGLESIA, LUZ PARA LOS HOMBRE
La familia cristiana no puede existir sin la Iglesia, ya que en ella Cristo se hace contemporáneo a todos los hombres, cada hogar recibe la gracia del Espíritu Santo y los padres disponen de la ayuda necesaria para que sus hijos descubran el sentido de su vida.
Pero la Iglesia necesita también a la familia cristiana. Y no solo porque es el primer camino de evangelización del hombre, sino porque la Iglesia es, en su dimensión más fundamental, un misterio de comunión. Por esto, la familia cristiana es el signo y el recuerdo permanente para la Iglesia de que es, esencialmente, familia de hijos de Dios, llamada a establecer auténticas relaciones familiares.
Jesucristo, nos recordaba el Papa, «nos ha enseñado también que toda la Iglesia, escuchando y cumpliendo su Palabra, se convierte en su Familia». De este modo, todas las personas pueden encontrar en la Iglesia un hogar en el que son amadas y valoradas al margen de cualquier criterio utilitarista por la grandeza de lo que son: hijos de Dios, redimidos por Jesucristo y recreados por el Espíritu Santo.
La familia cristiana, por lo tanto, enseña a cada comunidad eclesial cual es su verdad más profunda y el modo en que está llamada a vivir. Nos lo recordaba Benedicto XVI de un modo enormemente bello en su visita a la catedral de Santiago de Compostela: la Iglesia «tiene su origen en el misterio de comunión que es Dios. Mediante la fe, somos introducidos en el misterio de amor que es la Santísima Trinidad. Somos, de alguna manera, abrazados por Dios, transformados por su amor. La Iglesia es ese abrazo de Dios en el que los hombres aprenden también a abrazar a sus hermanos».