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25 de mayo de 2008

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En la festividad del Corpus Christi, Día de la Caridad, la Comisión Episcopal de Pastoral Social de la que forma parte nuestro Obispo, nos invita a entrar en el corazón del misterio del Sacramento de la Eucaristía, para que el caudal de amor y de vida generosamente entregados por el Señor, y ofrecido por cuantos entran en comunión con él, sea para todos, especialmente para los más pobres, fuente permanente de esperanza.

Nos explica también la importancia de apoyar la Campaña de Cáritas, dedicada a los derechos de la mujer, con el objetivo de que la igualdad de derechos entre hombres y mujeres pase a ser un derecho real.

  • La Eucaristía, Sacramento del Amor y de la Esperanza: La presencia de Cristo acompañando al hombre en el camino de la vida.

No basta el amor frágil que nosotros podemos ofrecer. El hombre, todo hombre, también el pobre, en palabras del Papa, “necesita un amor incondicionado”. Este amor absoluto e incondicionado de Dios que el hombre necesita para encontrar sentido a la vida y vivirla con esperanza, se ha manifestado en Cristo y tiene su máxima expresión sacramental en el ministerio de la Eucaristía. “Por medio de Él, estamos seguros de Dios, de un Dios que no es una lejana ‘causa primera’ del mundo, porque su Hijo unigénito se ha hecho hombre y cada uno puede decir de Él: Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí” (Gal 2,20).

Cuando se descubre y vive la Eucaristía como misterio de presencia de Cristo acompañando al hombre en el camino de la vida, de comunión en el Señor y como servicio humilde y generoso al hermano necesitado, es también sacramento de la esperanza.

  • Celebremos la Eucaristía ofreciendo a los pobres signos de esperanza: Denunciando las sombras y potenciando las luces.

Hay muchas sombras que oscurecen y debilitan la esperanza, que es necesario denunciar y que están clamando la luz de nuestro compromiso: La violencia doméstica, la discriminación salarial, el mayor desempleo femenino, la todavía escasa presencia de las mujeres en puestos de responsabilidad política, social y económica, la explotación sexual y laboral de mujeres, la mayor parte de ellas procedentes de otros países… Hemos rebasado la escalofriante cifra de 100.000 abortos al año; miles de inmigrantes llegan a nuestras fronteras huyendo del hambre y sin ser reconocidos en sus derechos humanos.

Al mismo tiempo, hemos de valorar y potenciar las luces y los signos de esperanza que apuntan entre nosotros, como el compromiso de muchas comunidades parroquiales con su entorno cercano, siendo activas en la formación de un tejido social solidario y responsable ante los más pobres; el servicio de las Cáritas y de otros grupos eclesiales, asistiendo a las víctimas de la explotación en su proceso de recuperación física, psicológica, económica y de integración social, así como brindándoles asistencia jurídica.

También la implicación de cristianos en movimientos sociales diversos en defensa de los derechos humanos, personales y sociales, de las personas y de los pueblos empobrecidos y el compromiso de las personas e instituciones en la promoción de políticas sociales que eviten formas de discriminación ofensivas a la dignidad y vocación de la mujer en la esfera social.