7 de junio de 2015
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]L[/fusion_dropcap]a indiferencia es uno de los grandes males de nuestro tiempo, es una dolorosa realidad. De hecho, el olvido de Dios y de los hermanos está alcanzando dimensiones tan hondas en la convivencia social, que podemos hablar de una «globalización de la indiferencia», como denuncia el papa Francisco.
Como medio más eficaz para vencer y superar la indiferencia, los obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral Social nos invitan a contemplar, celebrar y adorar a Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía. La Eucaristía tiene el poder de trasformar el corazón de los creyentes, haciendo así posible el paso de la «globalización de la indiferencia» a la «globalización de la caridad», impulsándonos a la vivencia de la comunión fraterna y del servicio a nuestros semejantes.
Tal como nos dijo San León Magno, “nuestra participación en el cuerpo y la sangre de Cristo sólo tiende a convertirnos en aquello que recibimos”: cuerpo de Cristo entregado y sangre derramada para la vida del mundo. Desde la comunión con Cristo llegamos a ser siervos de Dios y de los hombres. De este modo, la Eucaristía constituye, en palabras de Benedicto XVI, “una especie de antídoto” frente al individualismo y la indiferencia, y nos impulsa a lavar los pies a los hermanos.
El individualismo es un círculo que nos aísla y es urgente romperlo, porque hace difícil el desarrollo del amor y la misericordia en nuestro corazón. Como nos recuerda Jesucristo, la salvación y la realización personal y comunitaria pasan por el riesgo de la entrega: «El que quiera ganar su vida la perderá y el que esté dispuesto a perderla la ganará» (Mc 8,35).
La clave para salir de la indiferencia está en entregarse a los demás como lo hace Jesús. Él sigue partiendo su Cuerpo y derramando su Sangre en la Eucaristía para que nadie pase hambre ni tenga sed. Como miembros del Cuerpo de Cristo, descubrimos que el gesto de compartir y la vivencia del amor es el camino más adecuado para superar la indiferencia y globalizar la solidaridad.
En este sentido, la campaña de Cáritas nos plantea «¿Qué haces con tu hermano?» Estamos llamados a preguntarnos dónde está el hermano que sufre y necesita nuestra presencia cercana y ayuda solidaria. La solidaridad, como dice el papa Francisco, es mucho más que algunos actos de generosidad esporádicos. Es «pensar y actuar en términos de comunidad (…), luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, la tierra, la vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales».
No podemos ser indiferentes:
- A la muerte violenta de miles de cristianos. Que están siendo asesinados en distintos países de la tierra, por el simple hecho de mostrar el amor de Dios a sus hermanos y por confesar a Jesucristo como único salvador de los hombres.
- A la situación de tantos cristianos y no cristianos que trabajan por la justicia. Y que se esfuerzan por atender las necesidades más inmediatas de los empobrecidos. Con ellos, hemos de colaborar en la promoción del desarrollo integral de los más pobres y en transformar las estructuras sociales injustas.
- A los millones de hermanos nuestros que siguen sin acceso al trabajo. Ni tampoco podemos ser indiferentes a los que tienen un trabajo que no les permite vivir con dignidad y se ven abocados a la emigración. Pensamos de manera especial en los jóvenes, en los parados de larga duración, en los mayores de 50 años a los que se les cierra el acceso a un puesto de trabajo y en las mujeres víctimas de discriminación laboral y salarial.
- A los que no tienen vivienda o se ven privados de ella por los desahucios. Ésta es otra de las muchas heridas sociales que acentúa la precariedad y la desesperación de miles de personas y familias.
- A la pobreza y el hambre en el mundo. Sobre todo cuando la humanidad dispone de los medios y recursos necesarios para acabar con la pobreza y el hambre, como nos recuerda Cáritas Internationalis en la campaña «Una sola familia. Alimentos para todos».
- A las historias de sufrimiento y de muerte que se repiten en nuestras fronteras. No podemos ser indiferentes a los miles de hombres y mujeres que huyen de las guerras, del hambre y la pobreza y no ven respetados sus derechos ni encuentran en el camino políticas migratorias que respeten su dignidad y su legítima búsqueda de mejores condiciones de vida.
- A las miles de personas que son objeto de trata. Ni a las que se ven abocadas a situaciones de prostitución, en su mayoría mujeres, lo que está siendo la nueva esclavitud del s. XXI.