20 de julio de 2014
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]H[/fusion_dropcap]eliodoro Picazo es misionero de la Diócesis de Albacete, en una zona marginal de la ciudad de Guatemala. Ha vuelto a la misión tras pasar unos días en Albacete para ver a la familia, nos cuenta cuál es su labor en Guatemala. Nos dice que se encuentra contento y feliz allá, a la vez que nos pide “una oración por todos los misioneros y para que todos seamos fieles a nuestra vocación cristiana: que lo que hagamos, estemos dónde estemos, lo hagamos bien, como Dios espera de nosotros y como necesitan también las personas”.
Heliodoro, cuéntanos, ¿Qué haces allí?
La ciudad de Guatemala tiene unos cuatro millones y medio de habitantes; somos unos cuatrocientos sacerdotes y hay mucha zona marginal –donde viven unos dos millones de personas, quizá más-. Vivimos en los barrancos. Yo estoy de vicario en una parroquia, entre chabolas, mucha pobreza, mucha fe, mucha esperanza y mucha alegría, sobre todo en la vivencia de la fe y de la religión.
¿Cómo te encuentras en Guatemala?
Me encuentro contento y feliz, la verdad. Ahí no hay tiempo para aburrirse ni para decir qué solo estoy. Desde la fe, las personas te cuentan sus problemas, muy grandes y difíciles ante los que uno siente la impotencia, pero dando una palabra de ánimo, de fe y de esperanza. La gente tiene necesidad de ir a la adoración al Santísimo Sacramento, todos los jueves, de estar un rato con el Señor, de confesar, de sentirse comunidad y sentirse pueblo. Estoy a gusto y contento, sobre todo por el acompañamiento de los grupos, de las catequistas, de todas las personas que viven su fe y que nos enseñan a nosotros, misioneros y sacerdotes, a vivir la fe, porque nosotros la conocemos, pero pasarla por el corazón, la pasa el pueblo y la pasa el pobre.
Veis que el mensaje de Jesús sigue siendo motivo de esperanza. Y el Papa es de Latinoamérica.
A los sacerdotes y a los laicos que se extrañan por cosas que hace el Papa Francisco, les digo que esas cosas son las que él estaba haciendo allá: él iba en camioneta, en autobús como voy yo; con su clériman y sus zapatos gastados, con su maletín… eso lo ha hecho siempre, no lo hace ahora porque sea el Papa y porque quiera darnos ejemplo de humildad. De siempre, él, humilde y sencillo, como suelen ser los pastores y como solemos ser y tenemos que ser, cada día más, los sacerdotes, con la cercanía al pueblo y un lenguaje que se entienda y palabras sencillas, y sobre todo, con una experiencia, un testimonio de vida, que es lo que necesita nuestro mundo y lo que necesita también nuestra Iglesia.
Heliodoro, ¿Cuánto tiempo llevas de misionero?
Me fui con 32 años, en el año 88, a Guatemala y estuve en Petén, trece años. He estado también en otra zona de Guatemala, fría, distinta, solamente con indígenas, sólo un año, porque murió mi madre y vine a cuidar a mi padre durante los seis años que él vivió, y ahorita llevo dos años en esa zona marginal de la capital, que para mí es mucho más duro que la selva, aunque pueda parecer lo contrario.
En Albacete has visitado muchos lugares y recibido ayuda para la misión, que hará mucho bien.
Sí. En Peñas de San Pedro tuvimos el certamen solidario, y aunque estaba lloviendo, la gente vino y ayudó. Cualquier gesto de generosidad, en estos momentos también difíciles aquí en España, se valora más y vemos que la gente es más solidaria. Y siempre, el Ayuntamiento de Lezuza me ayuda un poquito para compartir allá en la educación. También personas de forma particular y amigos. Y como la casa de la Iglesia abarca Guatemala, África… a todo el mundo, pues aunque no trabajemos aquí, la Iglesia de Albacete se siente solidaria y con el dinero que recibimos de la Diócesis, ayudamos también para la educación, la sanidad y a las personas que necesitan de nuestra ayuda para salir adelante.
Vuelves a la misión, ¿Qué mensaje nos dejas?
Que desde nuestra oración, desde nuestra fe, nos sintamos, todos, lo que somos: misioneros, porque la esencia de la Iglesia y de cada uno de los cristianos es ser misioneros, es decir, que con nuestra vida, nuestro trabajo, nuestra honradez y responsabilidad, con lo que hacemos, tenemos que manifestar esa fe que nos llama a todos, desde el Bautismo, a la Santidad. La vocación es para todos: ser buenas personas, ser buen padre de familia, ser buen estudiante, ser buen joven, ser buen sacerdote, ser buena religiosa… en lo que creemos que el Señor nos ha llamado y que estamos haciendo, que lo hagamos bien, como Dios espera de nosotros y como necesitan también las personas.