9 de octubre de 2011
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El pasado diez de septiembre, en plena feria, el templo de la Parroquia del Espíritu Santo estaba a rebosar para decir adiós, dentro de una emotiva Eucaristía a Javier Ortega Olmedillo. Allí estaban los colectivos de inmigrantes, los grupos de Encuentro Matrimonial, el Coro itinerante, y los diferentes grupos parroquiales para despedirle y agradecerle todo el bien que ha hecho durante todos estos años. Javier es un religioso de la congregación de los Hijos de María Inmaculada, que asumiendo el compromiso que tiene la congregación con la diócesis de Albacete ha estado aquí destinado siete años. Nació hace cuarenta años en Roa de Duero (Burgos) en el pueblo donde murió el Cardenal Cisneros. Ha sido vicario parroquial trabajando en todos los campos de la parroquia, y también en la Delegación Diocesana de Migraciones. Ahora va destinado a Valladolid. La Parroquia al acabar la Eucaristía le ofreció un piscolabis y diferentes grupos de inmigrantes con sus bailes típicos amenizaron la velada. Antes de irse hemos podido hablar con él y nos deja estas impresiones.
– En primer lugar le pedimos que nos explique un poco su carisma religioso ¿Quién fue Ludovico Pavone?
– Nuestro fundador, nos dice, fue un sacerdote del siglo XIX que al ver la pobreza de tantos niños abandonados en Italia puso en marcha este instituto para acoger a todos estos niños y darles casa y familia. Con este espíritu llegamos hace 18 años a Albacete. En la actualidad tenemos dos pisos tutelados con trece niños a los que cuidamos noche y día. La finalidad de la congregación es: “Dar casa a quién no la tiene”.
Dentro de nuestro carisma entra también el trabajar en las parroquias y atender dentro de ellas a los más necesitados. Así que nos preocupamos, especialmente, de jóvenes, de inmigrantes. De una manera providencial hemos visto como en los últimos años han llegado a nuestra parroquia muchos inmigrantes a los que intentamos ayudar. Tenemos registrados en la parroquia en la bolsa de trabajo a más de mil doscientas familias. Esto ayuda a que consigamos realizar nuestro carisma de una manera significativa al poder hacer presente a Cristo entre los más pobres.
– Veo que los niños están en vuestra preocupación, ¿qué recuerdos te llevas de ellos?
– Sin duda alguna, el recuerdo más hermoso que me llevo es ver la alegría de los niños. El recuerdo de los campamentos. Cada año montábamos un campamento con unos cincuenta niños, inmigrantes, todo gratis. No sabemos ni cómo sacamos el dinero. Al campamento iban niños con muchos problemas, pero que allí reían, jugaban, se bañaban, se divertían. Venían de diez o doce nacionalidades diferentes, pero no había ningún problema. Al principio algunos se maravillaban de que comiéramos tantas veces, algunos de ellos estaban acostumbrados a comer una o dos veces al día.
– Y siendo religiosos, ¿encajáis bien en la vida diocesana?
– Claro que sí, los carismas son riqueza para la Iglesia. Estamos integrados en la diócesis a través de las Parroquias, Delegación de Emigración, Caritas, la Delegación de Familia que lleva un compañero. Yo me he sentido en la parroquia del Espíritu Santo muy bien, encontrando en el párroco Pío Paterna, y en toda la comunidad todo el apoyo y acogida posibles. Nos sentimos diócesis, y los pisos tutelados los consideramos también como obra y parte de la diócesis.
– Además de los niños que llevas muy dentro del corazón, ¿qué decir de los colectivos de Inmigrantes?
– Pues ya dije antes, que providencialmente cuando llegué a la parroquia empezaron a venir muchos inmigrantes. Y juntos hemos hecho cosas muy hermosas. Ahí queda el Coro itinerante, las Misas itinerantes, y tantas fiestas y viajes de convivencia interétnica. Pero me queda sobre todo el haber estado al lado de las familias, ver sus luchas, sus sufrimientos, su manera de ayudarse, de asociarse, de intentar salir adelante. La preocupación por dar un futuro a sus hijos. Recuerdo también mis visitas a la cárcel. Son muchos, muchos, los recuerdos que me llevó y que tardaré en olvidar.
– ¿Te vas con pena o alegría?
– Pues las dos cosas. Con pena porque dejas a mucha gene que quieres. Con alegría porque me debo a mi congregación y cuando mis superiores me marcan otro tajo, hay que ir a él con ilusión. Además todos seguimos en el mismo tajo, es el tajo de la Iglesia, es el tajo de Jesucristo.
De Jesús decían que todo lo hizo bien. De ti, Javier, guardando las distancias, podemos decir lo mismo. Esperamos que donde vayas sigas haciendo mucho bien y sepas que aquí en la diócesis de Albacete, en la parroquia del Espíritu Santo, y en todos los campos en que has trabajado, te seguiremos recordando. Gracias por todo.